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36 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA<br />
Ya tarde, cuando el sol se estaba metiendo, apareció<br />
el viejito del que me habían hablado. Le faltaba<br />
un ojo, un brazo, y por si eso fuera poco tenía una<br />
pierna chueca, o sea que estaba como quien dice “a<br />
la mitad”. Tenía una fuerza de voluntad admirable y<br />
muy amena conversación. Contaba que se había accidentado<br />
en la Mina de Cananea. Había llegado al<br />
rancho accidentalmente; estaba en un mineral que se<br />
encontraba cerca y buscaba trabajo para ganarse la comida.<br />
A nosotros, todavía muy chamacos, nos faltaba<br />
mucha experiencia y él nos contagiaba su ánimo.<br />
Al día siguiente fuimos a la milpa. Estaba muy bonita:<br />
el verano ya estaba echando guías y, como me<br />
había dicho mi hermano mayor, estaba arrepollado;<br />
el maíz estaba muy verde y crecido. Estuvimos hasta<br />
el mediodía quitando yerbas que habían nacido junto<br />
a las plantas, y cuando empezó a sentirse bastante<br />
calor nos fuimos a la casa. Al paso de los días llovía<br />
mucho; para los últimos de agosto ya había sandías<br />
maduras y para el mes de septiembre cosechamos<br />
ejotes, elotes, y ya no pasábamos hambre pues abundaba<br />
la comida. Teníamos también ocho gallinas que<br />
ponían huevos, y, a pesar de que nos hacía mucha<br />
falta mi padre, Dios nos proveía de lo necesario.<br />
Mi tío Ramón –el que se encontraba en el rancho<br />
cuando llegué, pero vivía en Trincheras– se prestó<br />
para ayudar a mi mamá a llevar sandías para venderlas.<br />
En el rancho también vendíamos, ya que pasaban<br />
muchos carros metaleros y llegaban a comprarnos.<br />
De esa forma reunimos el dinero suficiente para ir<br />
a Hermosillo a mediados del mes de septiembre. Vi-