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32 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA
Caminamos hasta un restaurante que estaba junto
a Transportes Norte de Sonora, conocíamos al dueño
porque ahí llegábamos a comer, y él nos había dicho
que también rentaba cuartos, que lo que se nos
ofreciera estaba para servirnos. Rentamos un cuarto
en quince pesos. Tenía una cama de tubos alta y una
mesita. Había un excusado en el patio para todos los
clientes y como era de fosa estaba más cochino que
los del pueblo.
Estuvimos buen rato en la banqueta por si veíamos
a algún conocido de Trincheras para pedirle unos
diez pesos. Se nos hizo de noche, no encontramos a
nadie y nos fuimos a dormir con hambre porque no
teníamos más que para el pasaje del tren. Así pasamos
aquella noche; yo no dormí, pues mi mamá tenía
miedo porque se oían muchos ruidos de los otros
cuartos. Al día siguiente ella amaneció con dolor de
cabeza y no se levantaba. Yo tenía hambre, pero me
la tenía que aguantar. Después de un rato vi que mi
madre seguía callada, yo me atreví a preguntarle:
–¿No te vas a levantar?
–Y para qué, si no traemos dinero ni para un
café...
Me quedé callado deseando que pasaran pronto
las horas para tomar el tren. Se llegaron las doce de
mediodía, mi mamá se levantó y tomó una bolsa de
ixtle donde guardaba sus prendas y otras cosas. Nos
fuimos al restaurante, buscamos al dueño y ella, con
mucha pena, no hallaba cómo decirle que nos fiara
dos comidas, sumaban diez pesos entre las dos. De
muy buen modo nos dijo que sí, que lo que quisié-