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federico_moccia-tres_metros_sobre_el_cielo

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FEDERICO MOCCIA Tres <strong>metros</strong> <strong>sobre</strong> <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o<br />

Una mesa baja de marfil, por encima de <strong>el</strong>la aceitunas y pistachos agrupados en<br />

pequeños cuencos de plata. Una mano huesuda de uñas bien cuidadas deja caer las<br />

cascaras simétricas de un pistacho.<br />

—Estoy preocupada por mi hija.<br />

—¿Por qué?<br />

Raffa<strong>el</strong>la logra mostrarse bastante interesada, lo suficiente para que la<br />

confidencia de Marina pueda seguir ad<strong>el</strong>ante.<br />

—Sale con uno que de bueno tiene bien poco, uno que no hace nada, uno que<br />

está siempre en la calle.<br />

—¿Y desde cuándo se ven?<br />

—Ayer hicieron seis meses. Me lo ha dicho mi hijo. ¿Sabes lo que hizo él?<br />

¿Sabes lo que hizo?<br />

Raffa<strong>el</strong>la deja estar un pistacho demasiado cerrado. Ahora está sinceramente<br />

interesada.<br />

—No, cuéntame.<br />

—La llevó a una pizzería. ¿Te das cuenta? A una pizzería de la avenida Vittorio.<br />

—Bueno pero esos muchachos todavía no ganan nada, tal vez sus padres…<br />

—Sí, pero a saber de dónde sale… Le regaló doce rosas miserables, de esas que<br />

apenas llegan a casa pierden todos los pétalos. Seguro que las compraría en <strong>el</strong><br />

semáforo. Esta mañana le pregunté en la cocina: «¿Qué es este horror, Gloria?» «No<br />

te atrevas a tirarlas, ¿eh, mamá?» ¡Imagínate! Pero cuando volvió d<strong>el</strong> colegio las rosas<br />

habían desaparecido, ah, sí. Le dije que había sido Ziua, la filipina, entonces <strong>el</strong>la se<br />

puso a gritar y se marchó dando un portazo.<br />

—No deberías entrometerte en esas historias, si no es peor, luego Gloria se<br />

obstina. Déjala a su aire, ver{s que acabar{ por sí sola. Si hay tanta diferencia… Y<br />

luego, ¿qué hizo?, ¿volvió?<br />

—No, me llamó y me dijo que se iba a dormir a casa de Piristi, esa chica tan<br />

guapa un poco rechoncha, la hija de Giovanna. Él es <strong>el</strong> administrador de la Serfim,<br />

<strong>el</strong>la está toda operada. Y no la critico, se lo puede permitir.<br />

—¿De verdad? Pues no se le nota nada…<br />

—Usan esa nueva técnica, te estiran desde detrás de las orejas. Es perfectamente<br />

invisible. Entonces, ¿puede salir con Babi? Me gustaría mucho.<br />

—Claro que sí, le diré que la llame.<br />

Finalmente, Raffa<strong>el</strong>la se concede un pistacho. Está algo más abierto que los<br />

demás. Deja la cáscara en la boca, y para él no es un cambio conveniente.<br />

—¿Filippo? Raffa<strong>el</strong>la ha dicho que convencerá a Babi para que se lleve a Gloria<br />

con su grupo.<br />

—¡Ah, estupendo! Te lo agradezco.<br />

Filippo, un hombre joven, de semblante r<strong>el</strong>ajado, da la impresión de estar él<br />

también más interesado en los pistachos que en los asuntos de su hija. Se inclina<br />

hacia d<strong>el</strong>ante, apoderándose de aqu<strong>el</strong> que Raffa<strong>el</strong>la había <strong>el</strong>egido ya como su futura<br />

víctima. Ella lo mira con curiosidad detrás de las orejas, buscando también en él la<br />

marca de aqu<strong>el</strong>la repentina juventud.

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