Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan
Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan
Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Pero, ay, María <strong>de</strong> la O. En la calle Mariblanca, renegado <strong>de</strong> tu<br />
esperanza, hay un grito <strong>de</strong> dolor que canta la saeta: «Ay, amarrao, ay<br />
amarraíto <strong>de</strong> pies y manos, sobre la frente le coronaron en medio <strong>de</strong> los<br />
tiranos, y sin tener piedad ninguna, azotaron al Soberano. Que sin tener<br />
piedad, ninguna, los clavos que le clavaron, ay, sin punta los escogieron,<br />
y como no podían clavarlos, golpes y más golpes le dieron». 7<br />
Ay, Señor <strong>de</strong> los Gitanos, amarrao Tú a tu Columna y nosotros a<br />
nuestras humanas miserias, siempre nos fijamos en los boquerones <strong>de</strong><br />
oro <strong>de</strong> tu ca<strong>de</strong>na.<br />
Pero a mí me conmueven tus manos. Tus manos encallecidas <strong>de</strong><br />
carpintero, Señor. Tus manos atadas y enmorecidas como un enorme<br />
verdugón <strong>de</strong> dolor lacerante y <strong>de</strong>nso. Tus manos malheridas y prietas,<br />
sangrantes y entumecidas, víctimas entregadas al yunque <strong>de</strong>l oprobio<br />
incesante y al martillo constante <strong>de</strong>l tormento. Y sigue sonando la saeta:<br />
«Golpes y más golpes le dieron».<br />
¿Cuántos más, Señor? ¿Cuántos golpes más sobre la carne inocente<br />
<strong>de</strong> tus manos blancas, negras o amarillas, payas o gitanas, cuántos golpes<br />
más has <strong>de</strong> recibir todavía?...<br />
Si Tú, Señor, quisieras <strong>de</strong>satar tus manos... Si Tú, Señor, dijeras «basta»<br />
a los secos golpes <strong>de</strong>l odio y la violencia, <strong>de</strong> la xenofobia y la guerra, <strong>de</strong>l<br />
egoísmo y la pobreza...<br />
Pero Tú callas, humillado y dolorido, y tus manos siguen atadas,<br />
golpe tras golpe, y pasas lento y suave, mecido mansamente mientras<br />
acaba la saeta. Y a mí, Señor, en la calle Mariblanca me sube entonces<br />
por la garganta una angustia muy amarga cuando te miro a los ojos y<br />
comprendo que las manos que <strong>de</strong>ben <strong>de</strong>satarse son las mías, que para<br />
46