Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan

espinas hizo Él una corona para la humanidad: Que es posible perdonar
a quien te condena, que es posible comprender la mundana debilidad,
que es posible salvar la esperanza en las personas porque Dios quiso
hacerse hombre y nacer de una mujer terrenal para que la bondad que
nos falta la Madre de la Merced nos la supla llorando las lágrimas
blancas de su piedad.
Mientras hay vida, dicen, hay esperanza. ¿Pero y más allá? ¿Hay
esperanza más allá del día postrero? Teólogos, filósofos y científicos nos
han presentado sus tesis, pero, a qué engañarnos, nos son indiferentes
porque cada cual para sí tiene su propia teoría, ésa que evitamos comentar.
Nadie quiere hablar de la muerte, de esa muerte de bulto que no es
ficción cinematográfica ni fácil chiste de humor negro. La muerte de
veras, la que nos evoca el catafalco del Santo Sepulcro, ésa que nos
hiere y nos horada por dentro cuando nos toca cerca en aquellos que
son nuestros. No, no queremos saber nada de ella; no queremos que
nos roce ni en la puerta del vecino siquiera. Pero la muerte espera. Es
paciente y terca. Y es verdad que todos y cada uno tenemos un
compromiso formal con ella, una cita que sabemos ineludible y cierta. Y
por eso nos emociona el testimonio solemne de quienes afrontan tal
noviazgo sin miedo y de frente. De quienes, palabra de caballero, le
prometieron con poético canto que, llegada la hora suprema, en la cita
estarían presentes, a pecho descubierto, porque saben y porque sienten
que los lazos de la muerte, con ser tan fuertes, se quiebran y se desvanecen
si la foto amorosa de la cartera es la estampa viva y perenne del Cristo
Santísimo de la Buena Muerte. ¡Porque la muerte no es el final del
camino! Porque el santo sacrificio de Cristo la derrotó para resucitar las
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