Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan

de los pobres, samaritanos buenos, hijos fieles en santa hermandad, Señor
de la Sentencia, rostro divino y cercano, la más bella faz de la auténtica
bondad.
Pero, distraídos como estamos con nuestros negocios y nuestros
ocios, ¿cuándo vendrás a vernos Jesús del Santo Suplicio para
convertirnos completa y definitivamente? ¿Cuándo, Señora del Santo
Sudario, cuándo, Santa Mujer Verónica, estaremos dispuestos a enjugar
la hiel del que padece? ¿Cuándo, Señor Mutilado, del desván de nuestros
olvidos podremos hacer amplio atrio de hospitalidad?... Solos no
podemos, Señor. Tú lo sabes. Necesitamos, Cristo de los Milagros,
que nos abras los brazos para que, en el portento de tu sagrada
Crucifixión, desde Mármoles a El Ejido y desde Santo Domingo a
Capuchinos, nos empape tu preciosísima Sangre como un renovado
bautismo de Caridad que sea para nosotros y nuestros hijos Perdón de
Cristo, para que allí, contigo, en la cruz del diario sacrificio, todos seamos
Dimas y no Gestas, y para que nadie haya de llorar las Lágrimas de San
Pedro por haberte dejado en Soledad cuando te vimos desnudo o
hambriento, enfermo o preso, anciano o sin techo.
Mas, para cumplir el mandato del amor fraterno, hemos de
prepararnos bien, juntos, aunque no revueltos, en la unidad que el Señor
nos enseñó, para afrontar el futuro que parece avecinarse. Todos sabemos
«la que está cayendo» y cuáles son los vientos que soplan.
Ojalá me equivoque, de verdad os lo digo, Dios quiera que yerre,
pero tengo para mí, y quiero compartirlo con vosotros, aunque acaso
no sea éste el lugar ni el momento, perdonadme, que de aquí a no
59