Pedro F. Merino (2007) - Dolores de San Juan

ese sufrimiento que te aflige, esa amargura que te inunda, esa angustia
que te ahoga, ese puñal que te traspasa.
No, no hay remedio, no hay solución para tu dolor. Ni la ardiente fe
de la llama de los cirios ni la oración emocionada de los claveles en sus
jarras, ni el canto virginal de las Hermanas de la Cruz ni el nuevo sol de
la venidera mañana.
No. Tú vas llorando, Señora, y vas llorando en silencio, y ante ese
llanto tuyo sin sonido ni palabras, el pueblo y el universo entero ha de
callarse y se calla. Porque no hay dolor como tu dolor ni alma traspasada
como tu alma, que en la hermosura entristecida de tu rostro de nácar
aun asoma dulce, intacta, incólume, limpia la Pureza Inmaculada de tu
alma blanca.
Señora Nuestra de los Dolores, lo he dicho otras veces y lo repito
ahora: Tú serás siempre mi última palabra, como es el brillo de tus ojos
la última luz que se apaga en mi alcoba y como es tu mirada, Señora, el
primer rayo de sol de cada uno de mis días en su alborada.
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