16.03.2014 Views

Venezuela - Juventud Rebelde

Venezuela - Juventud Rebelde

Venezuela - Juventud Rebelde

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

juventud rebelde DOMING0 02 DE DICIEMBRE DE 2007 LECTURA 09<br />

por CIRO BIANCHI ROSS<br />

ciro@jrebelde.cip.cu<br />

EL crimen conmovió a la opinión pública. Lo condenaron<br />

los cubanos de a pie y las llamadas clases<br />

vivas y, sin exclusión, todos los sectores políticos,<br />

desde la oposición hasta el gobierno. Figuras<br />

de tendencias tan diversas como Blas Roca,<br />

Eduardo Chibás, Ramón Vasconcelos, Carlos<br />

Saladrigas y Jorge Mañach se mostraron unánimes<br />

en su repudio y también los Veteranos de<br />

la Independencia en la voz del general Enrique<br />

Loynaz del Castillo. «Este crimen debe ser la culminación<br />

de la serie de asesinatos que no debió<br />

iniciarse nunca», declaró el doctor Rafael Trejo,<br />

fiscal general de la República, y el mismo presidente<br />

Grau se reprochaba su tolerancia con los<br />

elementos díscolos que abusaban de ella. Hasta<br />

los integrantes de los grupos de acción, los<br />

caballeros del gatillo alegre, se ofrecieron para<br />

esclarecer el suceso. «No segamos vidas inocentes»,<br />

decía a la prensa Orlando León Lemus,<br />

El Colorado, uno de los pandilleros más célebres,<br />

mientras hombres y mujeres de todos los<br />

credos y posiciones afluían por miles a la funeraria.<br />

El 6 de septiembre de 1946, a las nueve de<br />

la noche, el automóvil oficial del doctor Joaquín<br />

Martínez Sáenz, senador de la República y<br />

ministro sin cartera, se deslizaba sin prisa por<br />

la Quinta Avenida del reparto Miramar, cuando<br />

se le encimó otro vehículo y tuvo lugar el atentado<br />

número 48 desde la llegada al poder del<br />

gobierno grausista, el 10 de octubre de 1944.<br />

La víctima, sin embargo, no fue el discutido<br />

político, sino su hijo, un joven de 16 años que<br />

regresaba a su casa luego de pasar el día en<br />

la playa y recoger donde un amigo el smoking<br />

con que esa noche acudiría a una fiesta. Balas<br />

de grueso calibre atravesaron la cabeza del<br />

adolescente Luis Joaquín Martínez Fernández,<br />

que fallecía una hora después en el Hospital<br />

Militar de Columbia.<br />

MÓVILES<br />

¿Buscaba aquel atentado la eliminación de<br />

Martínez Sáenz? ¿Fue la muerte de su hijo una<br />

confusión o se procedió así para golpearlo por<br />

donde menos lo esperaba? ¿Qué podía impulsar<br />

un acto de esa naturaleza contra una figura<br />

que no concitaba el odio de sector político<br />

alguno? El senador Chibás era el primero en<br />

reconocerlo. Afirmó: La actuación pública de<br />

Martínez Sáenz no muestra puntos oscuros<br />

que lo liguen a negocios turbios con los abastecimientos<br />

de víveres, su acaparamiento y<br />

especulación ni a otra clase de actividades<br />

deshonestas… Como entre Martínez Sáenz y<br />

José Manuel Alemán hubo poco antes un conato<br />

de duelo, circuló en los primeros momentos<br />

el rumor de que empleados de la confianza del<br />

ministro de Educación pudieran estar involucrados<br />

en el crimen, más cuando se sabía que<br />

numerosos pandilleros aparecían insertados<br />

en la nómina de su departamento. Pero Alemán<br />

fue categórico en su conversación, en la<br />

funeraria, con el padre de la víctima.<br />

—Quiero que sepas que lo que se dice de<br />

mí en relación con la muerte de tu hijo es una<br />

Un crimen sin nombre<br />

vil calumnia, y que estoy dispuesto, en caso de<br />

que alguno de mis amigos haya participado en<br />

este asesinato, a ejecutarlo con mi propia<br />

mano.<br />

Mientras el ministro de Educación se mostraba<br />

dispuesto a aplicar la ley del Talión (ojo<br />

por ojo y diente por diente), el presidente Grau,<br />

nervioso, preocupado y estremecido por la<br />

indignación, se percataba de la necesidad de<br />

poner coto de manera drástica a la ola de atentados<br />

y, en presencia del ministro de Gobernación<br />

(Interior) convocaba a su despacho al<br />

mayor general Genovevo Pérez Dámera, jefe<br />

del Ejército, y al general de brigada Abelardo<br />

Gómez Gómez. Atribuyó los crímenes a la ineptitud<br />

reiterada de los sucesivos regentes policiales<br />

(cuatro hasta esa fecha) y luego de recalcar<br />

la necesidad de situar al frente de dicho<br />

cuerpo armado a un jefe implacable y diligente,<br />

capaz de poner en práctica medios excepcionales<br />

para la represión de tales hechos, se dirigió<br />

a Gómez Gómez.<br />

—General, usted asumirá enseguida la jefatura<br />

de la Policía Nacional, con plenos poderes…<br />

A esa hora, el mandatario, los rectores policiales,<br />

los políticos de uno y otro bando y los pistoleros<br />

continuaban pasando por alto un hecho<br />

ocurrido también en el reparto Miramar, un mes<br />

antes. El 9 de agosto el automóvil del doctor<br />

Antonio Valdés Rodríguez, jefe de Comercio Exterior<br />

del Ministerio de Estado (Relaciones Exteriores)<br />

había sido acribillado con disparos de escopetas<br />

recortadas, y por puro milagro su ocupante<br />

resultaba ileso. Era el atentado 43 desde el<br />

inicio del gobierno de la Cubanidad y, nadie lo<br />

sospechaba, tenía una conexión siniestra con la<br />

muerte del hijo de Martínez Sáenz. Había, sin<br />

embargo, un hombre que sabía demasiado y no<br />

demoró en decirlo.<br />

EL HACENDADO Y SU ESPOSA<br />

¿Qué conectaba ambos atentados? ¿Qué<br />

relación había entre estos?<br />

El millonario Enrique Sánchez del Monte se<br />

enamoró y contrajo matrimonio con la mujer<br />

equivocada, Cruz de los Ángeles Betancourt<br />

Horstman. La familia de Enrique, propietaria de<br />

los centrales azucareros Santa Lucía y Báguano,<br />

en Oriente, desconfiaba de los parientes de<br />

la muchacha. El padre de esta fue asesinado<br />

por un hermano en Camagüey y el homicida resultó<br />

muerto misteriosamente a balazos en<br />

Cienfuegos. Otro hermano también había sido<br />

asesinado. Además, no existía en la pareja<br />

compatibilidad de temperamentos y aficiones.<br />

Ella amaba las fiestas y la vida social; él pasaba<br />

el tiempo en la atención y el cuidado de sus<br />

fincas ganaderas… Se añadía otro inconveniente.<br />

Cruz de los Ángeles derrochaba a<br />

manos llenas el dinero del marido. Pero esas<br />

disensiones, escribía Enrique de la Osa en<br />

Bohemia, parecían insignificantes ante la devoción<br />

del opulento hacendado por su esposa y<br />

sus dos hijas, Dagmar y Pilar. No obstante ser<br />

tildado de avaro, Sánchez del Monte accedía<br />

invariablemente a cualquier pedido de dinero<br />

que ella le hiciera.<br />

A la larga Cruz logró inducir a Enrique a la<br />

vida de salón. Las fiestas y recepciones que organizaban<br />

en su residencia llegaron a ser muy<br />

concurridas y en estas eran habituales Valdés<br />

Rodríguez y Martínez Sáenz con sus esposas y<br />

se hizo íntima la relación de Martínez Sáenz<br />

con el matrimonio.<br />

Cruz se envanecía con los éxitos que le<br />

reportaba su belleza y Enrique rabiaba por los<br />

celos. De la agresión verbal pasó él a la violencia<br />

física y en una de esas querellas le propinó<br />

una lesión en la cara que requirió de atención<br />

estomatológica especializada. Fue así que<br />

ella decidió plantearle el divorcio y Martínez<br />

Sáenz y Valdés Rodríguez, socios de bufete, se<br />

ocuparon del caso.<br />

OBSESIÓN<br />

Como consecuencia, Enrique Sánchez del<br />

Monte debió entregar a su ex esposa unos<br />

$400 000 por concepto de bienes gananciales<br />

y una pensión mensual de 600, y se vio privado<br />

de la guardia y custodia de las niñas. El hacendado<br />

se sintió doblemente dolido. Por haber perdido<br />

a su esposa y a sus hijas, a las que adoraba,<br />

y tener que ceder casi la mitad de su fortuna.<br />

Su perturbación alcanzó tal punto que se impuso<br />

internarlo en una casa de salud. Una idea<br />

fija, obsesiva, se anidó en su mente: los abogados<br />

lo habían traicionado, pese a la amistad que<br />

decían profesarle, y en combinación con Cruz fraguaron<br />

la trama de su ruina.<br />

Tenía 43 años de edad entonces y podía<br />

haber rehecho su vida, pero derrumbado<br />

moralmente, y presa del desaliento, acarició la<br />

idea de renunciar al mundo y terminar sus días<br />

en un convento. Añoraba además salir de Cuba,<br />

escenario de sus frustraciones, y escribió a<br />

varias congregaciones religiosas norteamericanas<br />

en procura de informes sobre su posible<br />

ingreso en un monasterio, pese a que no era<br />

remiso a confesar que no tenía vocación monástica.<br />

Como no lo admitieron en ninguno, trató<br />

de reconciliarse con Cruz. Sus gestiones en<br />

ese sentido también fueron inútiles, aun cuando<br />

buscó el apoyo del cardenal Manuel Arteaga,<br />

a quien llegó a decir que ella había sustraído<br />

joyas que fueron de su madre. Su desesperación<br />

se acrecentó cuando las niñas empezaron<br />

a rechazarlo. Así, se entregó a la bebida,<br />

abrumaba a sus amistades con el relato de<br />

sus desventuras y, sin otro camino, incubó la<br />

idea de la venganza.<br />

Pero Sánchez del Monte, decía el periodista<br />

Enrique de la Osa, carecía de valor para tomarse<br />

la justicia por su mano. Y como vivía en un<br />

medio social donde el atentado se había hecho<br />

costumbre, donde individuos calificados de pistoleros<br />

eran retribuidos en la nómina oficial y<br />

tenían domicilio público, estimó que algunos<br />

de ellos accederían también a la retribución<br />

particular.<br />

FINAL<br />

Buscó intermediarios. Rogelio Herrera, un<br />

policía retirado que trabajaba en el buró de<br />

investigaciones privadas del ex capitán Arturo<br />

Nespereira, lo puso en contacto con Abelardo<br />

Fernández, El Manquito, teniente de la Policía<br />

del Ministerio de Educación cuando el robo del<br />

brillante del Capitolio, y este, a su vez, lo conectó<br />

con Román López, un sujeto conocido como<br />

El Oriental.<br />

Los muertos serían Martínez Sáenz y Valdés<br />

Rodríguez y también Cruz de los Ángeles<br />

Betancourt Horstman. Acordaron las tarifas. El<br />

Manquito pidió seis mil pesos por la muerte de<br />

la mujer. Tres mil por la de Valdés Rodríguez y<br />

cinco mil por la de Martínez Sáenz. La muerte<br />

del joven Luis Joaquín no se contempló en el<br />

negocio. Fue una equivocación.<br />

—Yo traté de evitar el crimen a última hora,<br />

pero El Oriental me dijo que me fuera —dijo<br />

Sánchez del Monte una vez detenido.<br />

Y El Oriental confesó:<br />

—Fui yo el que disparé contra [el hijo de] Martínez<br />

Sáenz. Soy amigo de El Manco, pero Abelardo<br />

no tiene nada que ver con esto. Conocí<br />

hace tiempo a Enrique Sánchez del Monte y el<br />

tipo me hablaba de su problema y de lo que le<br />

hizo Martínez Sáenz. Yo me presté a matarlo…<br />

Pero Sánchez del Monte no comentó sus<br />

intenciones solo con El Manquito y El Oriental.<br />

Lo hizo también con José del Cueto, un amigo de<br />

la infancia y compañero de colegio que ocupaba<br />

entonces la dirección de la Aduana. Cueto no<br />

creyó que Enrique se atrevería a tanto, pero al<br />

enterarse de la muerte del hijo de Martínez<br />

Sáenz relató toda la historia al presidente Grau,<br />

no sin advertirle que ya la conocía el comandante<br />

Mario Salabarría, jefe del Servicio de<br />

Investigaciones e Informaciones Extraordinarias,<br />

que pedía la exclusiva para actuar en el asunto.<br />

Hombres de Salabarría detuvieron a Sánchez<br />

del Monte en la puerta del edificio de<br />

Galiano 153, donde ocupaba el apartamento<br />

74. No fue una detención; fue un secuestro,<br />

pues no lo condujeron a ninguna dependencia<br />

policial, sino a una finca donde, durante cinco<br />

días y a golpes… de razonamiento, le arrancaron<br />

la confesión, que después debió repetir<br />

ante el juez instructor. Los otros implicados,<br />

incluso el ex policía Herrera, fueron detenidos.<br />

A muchos años de encierro fue condenado<br />

Enrique Sánchez del Monte. Cuando salió de la<br />

cárcel, mucho después de 1959, volvió a instalarse<br />

en su apartamento, y en la entrada de<br />

aquel edificio que fue de su propiedad situó un<br />

pequeño torno donde hacía pipas y boquillas<br />

para tabaco y cigarro que ofertaba por un módico<br />

precio.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!