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“El autor, la ciudad y lo real: tres narradores peruanos del siglo XXI”.

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—Más bien parecía un forastero, un hombre atrapado en pasadizos y callejones.<br />

—Tal vez un alma en busca de su cuerpo—se ridiculizó el Dr. K., sin ningún<br />

retraimiento para bur<strong>la</strong>rse de sí mismo.<br />

—Es l<strong>la</strong>mativa su actitud. Mi padre me confesó que usted era un hombre muy<br />

reservado.<br />

—Lo soy en situaciones formales—dijo el Dr. K.—, hoy no sé qué me pasa. Pero si<br />

hab<strong>la</strong>ra de usted, diría que es una muchacha desenvuelta. ¿Qué edad tiene?<br />

—Veintiuno.<br />

—Parece menor. De hecho, pensé que tenía menos de dieciocho.<br />

—Oh, no—dijo el<strong>la</strong>—, siempre me <strong>lo</strong> recalcan, en especial mi padre. Agradecería<br />

despertar algún día de estos y parecer <strong>real</strong>mente una muchacha de veintiuno. Aunque, para<br />

serle sincera, desde que leí su texto <strong>lo</strong> primero que hago es palpar mi rostro tan pronto me<br />

despierto.<br />

El Dr. K. no repuso nada a dicho comentario. Estiró <strong>lo</strong>s <strong>la</strong>bios parcamente, una<br />

sonrisa imperfecta, torpe, gesto que no gustó a <strong>la</strong> señorita Ur., o que al menos le advirtió<br />

que era infructífero hab<strong>la</strong>r sobre aquel tema. Sin embargo, el Dr. K. podía quedarse<br />

mirándo<strong>la</strong> <strong>la</strong>rgo tiempo sin pronunciar pa<strong>la</strong>bra, satisfecho de ver en ese semb<strong>la</strong>nte el de<br />

Milena. ¿Pero se parecía mucho a Milena o era so<strong>lo</strong> una invención suya? Comparó <strong>lo</strong>s<br />

contornos de <strong>la</strong>s cejas, <strong>la</strong> circunferencia de <strong>lo</strong>s ojos, <strong>la</strong> forma de <strong>la</strong> nariz. , se dijo luego el Dr. K., como si intuyera que esa afirmación reve<strong>la</strong>ba el<br />

malestar que soportaba día tras día. , recalcó, aunque otra<br />

tos seca irrumpió en su cuerpo, obligándo<strong>lo</strong> a <strong>la</strong>dear <strong>la</strong> cabeza y sacar el pañue<strong>lo</strong> <strong>del</strong><br />

bolsil<strong>lo</strong>.<br />

—Quizá sea mejor cerrar <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>—aconsejó <strong>la</strong> señorita Ur. tan pronto vio al<br />

Dr. K. rehabilitado de su súbito malestar.<br />

—Odio respirar aire viciado, así que mejor <strong>la</strong> dejamos abierta.<br />

—En su condición estaría atormentada. Cuando me resfrío suele darme fiebre alta.<br />

Debo guardar cama más de un día y es <strong>lo</strong> peor que me puede ocurrir.<br />

—En invierno estuve enfermo, pero nada grave—le dijo el Dr. K., antes de toser de<br />

nuevo y llevarse el pañue<strong>lo</strong> a <strong>la</strong> boca. Esta vez <strong>la</strong> expectoración duró poco.<br />

—Felizmente ahora estamos en primavera—replicó <strong>la</strong> señorita Ur., quien había visto<br />

su falda durante el inconveniente <strong>del</strong> Dr. K.; levantó <strong>la</strong> mirada y atisbó por segundos <strong>la</strong><br />

expresión cansina de este.<br />

—Es cierto, estamos en primavera—confirmó con una voz algo carrasposa—. Si<br />

fuese verano me sentiría más cómodo. El invierno, <strong>la</strong> primavera y el otoño son para mí <strong>la</strong><br />

misma estación.<br />

El Dr. K. quedó cal<strong>la</strong>do y, ante <strong>la</strong> inercia de <strong>la</strong> señorita Ur., añadió:<br />

—A mí me encantaría vivir en una <strong>ciudad</strong> cálida, en Palestina, por ejemp<strong>lo</strong>. Anhe<strong>lo</strong><br />

vivir en un lugar así.<br />

Pero antes de continuar, percibió una nueva irritación en <strong>la</strong> garganta que <strong>lo</strong> obligó a<br />

toser, a pararse, a toser con mayor fuerza; carraspeó, tosió, carraspeó; al fin, mientras su<br />

respiración volvía a <strong>la</strong> normalidad, miró con agobio el co<strong>lo</strong>r rojizo que había adquirido su<br />

pañue<strong>lo</strong>. La señorita Ur. inclinó el rostro; el Dr K. sintió miedo y vergüenza.<br />

236 CONFLUENCIA, FALL 2008

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