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“El autor, la ciudad y lo real: tres narradores peruanos del siglo XXI”.

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Joyce fue el primero en llegar al vehícu<strong>lo</strong> aunque esperó <strong>la</strong> venida <strong>del</strong> resto para saber<br />

cómo iban a acomodarse. Mr. Schiff, que había corrido cubierto con un sobretodo, dijo<br />

que iría ade<strong>la</strong>nte, mientras que su esposa, Proust y él en <strong>la</strong> parte posterior. Así, Joyce se<br />

sentó a un <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> y Mrs. Schiff al otro, dejando que el francés se arrimara al<br />

medio. Antes de que el coche emprendiera el recorrido, Joyce bajó <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong> y encendió<br />

un cigarro, que extrajo <strong>del</strong> bolsil<strong>lo</strong> de su chaqueta. Sorprendidos, Mr. Schiff <strong>lo</strong> obligó a que<br />

subiera el cristal y botara el cigarro, orden que Joyce aceptó sin queja alguna. Partieron al<br />

minuto, y si bien hubo silencio a <strong>lo</strong> <strong>la</strong>rgo <strong>del</strong> trayecto, al final <strong>del</strong> recorrido Proust y Joyce<br />

se dirigieron <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra por última vez.<br />

—Es una lástima que no haya leído nada suyo, monsieur Joyce—le dijo finalmente<br />

su acompañante de asiento cuando el coche llegó a <strong>la</strong> rue Hamelin.<br />

Joyce, quien se había limitado a mirar a través <strong>del</strong> cristal el ra<strong>lo</strong> aguacero que caía<br />

sobre París, se volteó para observar<strong>lo</strong> con detenimiento: el semb<strong>la</strong>nte casi redondo, el<br />

bigote sobresaliente y <strong>la</strong> expresión rígida. Antes de volver su vista hacia <strong>la</strong>s calles, cuyas<br />

formas se advertían temb<strong>lo</strong>rosas debido al alcohol, repuso:<br />

—Es una lástima que yo tampoco haya leído algo suyo, monsieur Proust.<br />

Y le extendió <strong>la</strong> mano, a modo de despedida, segundos antes de que el francés<br />

corriera hasta <strong>la</strong> puerta <strong>del</strong> edificio, se cubriera el rostro con <strong>la</strong> chaqueta, evitando que el<br />

agua y el frío le causaran una fulminante congestión pulmonar.<br />

Tiempo después, luego de leer Por el camino de Swann, Joyce escribiría en su<br />

cuaderno de notas: .<br />

“Sobre el muro” –<br />

Johann Page<br />

De todo <strong>la</strong>berinto || se sale por arriba.Leopoldo Marechal<br />

No habría por qué discutir. Las piezas <strong>del</strong> engranaje ya están dadas, listas y dispuestas; cada<br />

una de el<strong>la</strong>s forma parte de una maquinaria mayor conformada por nuestros brazos y<br />

demás herramientas. Por eso es útil reconocernos parte de un todo, parte de una estructura<br />

superior e inabarcable cuya construcción hace mucho llevamos a cabo en esta zona.<br />

Hemos trabajado muy duro. Días y noches enteras con el cansancio <strong>la</strong>tiendo en <strong>la</strong>s<br />

venas mientras se apresura el trabajo en una viga o se intensifican <strong>lo</strong>s refuerzos de una de<br />

<strong>la</strong>s paredes. Uno aprende a no darle <strong>la</strong> espalda a cualquier circunstancia posible, a pensar<br />

más allá de <strong>lo</strong>s límites que <strong>lo</strong> rodean, a intuir <strong>la</strong>s proximidades <strong>del</strong> peligro acechando<br />

momento a momento sin siquiera un minuto de tregua. Por el<strong>lo</strong>, en <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas jornadas<br />

siempre habrá un instante para cerrar <strong>lo</strong>s ojos, para mirar dentro de esta estructura y,<br />

arrodillándose en medio de <strong>la</strong> penumbra sobre <strong>la</strong> roca húmeda, asumir <strong>la</strong> postura <strong>del</strong><br />

enemigo circu<strong>la</strong>ndo fuera de <strong>la</strong> obra, olisqueando con voracidad <strong>lo</strong>s incontables puntos<br />

débiles. Entonces así, con <strong>lo</strong>s ojos cerrados, uno se <strong>la</strong>menta de no haberse esforzado más<br />

en <strong>la</strong> fortificación de <strong>la</strong> parte oriental de <strong>la</strong> obra, de haber utilizado dos y no <strong>tres</strong> rocas en<br />

una sección débil en <strong>lo</strong> alto de <strong>la</strong> construcción que, pensándo<strong>lo</strong> bien, quizás sí hubiese<br />

requerido mayor esfuerzo, y entonces no hay descanso posible porque uno sabe que es de<br />

aquel<strong>lo</strong>s errores de donde se desprenderá <strong>lo</strong> peor, <strong>lo</strong> inevitable. Cuando eso ocurre, uno<br />

240 CONFLUENCIA, FALL 2008

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