04.04.2014 Views

“El autor, la ciudad y lo real: tres narradores peruanos del siglo XXI”.

“El autor, la ciudad y lo real: tres narradores peruanos del siglo XXI”.

“El autor, la ciudad y lo real: tres narradores peruanos del siglo XXI”.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

No era <strong>la</strong> primera ocasión que Rilke imaginaba <strong>la</strong> figura de aquel<strong>la</strong> dama. En su<br />

diario, confesó haber<strong>la</strong> fantaseado desde el balcón, como en otras oportunidades, pero el<br />

26 de enero de 1922 sintió una repentina conmoción en el cuerpo: el l<strong>la</strong>nto de Isabelle<br />

frente a <strong>lo</strong>s sepulcros, <strong>la</strong> flexión <strong>del</strong> enjuto torso y el golpeteo infructífero de <strong>la</strong>s manos<br />

contra <strong>la</strong> tierra; una, dos, <strong>tres</strong> veces.<br />

Esa noche, Rilke se convenció de que había que deshacerse por fin de esa imagen,<br />

aunque so<strong>lo</strong> tuvo fuerzas para respirar con cierto desgano, mantenerse de pie y animarse a<br />

inclinar <strong>la</strong> vista hacia el jardín, donde un suave viento hacía ondear <strong>lo</strong>s rosales.<br />

—La cena está lista—cuenta el poeta que oyó de pronto, <strong>la</strong> voz de su ama de l<strong>la</strong>ves<br />

en tono tímido, respetuoso, que <strong>lo</strong> hizo volverse sin reparos.<br />

Sí. Era una costumbre acercarse por aquel<strong>lo</strong>s días al balconcil<strong>lo</strong> y mirar el paisaje<br />

invernal de Muzot, ¿pero qué más podía hacer? Alejarse por instantes <strong>del</strong> cuarto de trabajo,<br />

de <strong>la</strong>s arcas viejas y desusadas, de <strong>la</strong> ventana doble que permitía ingresar una luz opaca y<br />

que <strong>lo</strong> incitaba a sentir el aire fresco <strong>del</strong> exterior. No había otra alternativa ante el cansancio<br />

de permanecer sentado frente al escritorio durante horas, extensos minutos dedicados a<br />

re<strong>la</strong>tar detalles de sus días en minuciosos episto<strong>la</strong>rios.<br />

Ahora, Frieda le informaba desde <strong>la</strong> puerta que podía bajar al primer piso y sentarse<br />

a <strong>la</strong> mesa, aviso que calmó su ansiedad; luego de comer pensaría en el párrafo que había<br />

dejado pendiente, a pesar de que no <strong>lo</strong> entusiasmaba ni atraía mucho, acaso porque so<strong>lo</strong><br />

deseaba continuar su anterior trabajo. Al salir de su pieza advirtió que su ama de l<strong>la</strong>ves, en<br />

vez de bajar junto a él a <strong>la</strong> cocina, ingresaba a <strong>la</strong> capil<strong>la</strong> <strong>del</strong> costado, un habitácu<strong>lo</strong> donde<br />

se encontraba empotrada una svástica. No había entrado para llevar a cabo su<br />

acostumbrado rezo y Rilke se percató de el<strong>lo</strong> al ver<strong>la</strong> aparecer de nuevo, aunque en esta<br />

ocasión con una palmatoria y dos cirios en <strong>la</strong>s manos.<br />

—Le dejaré <strong>la</strong>s ve<strong>la</strong>s si es que quiere más luz en el cuarto—le dijo el<strong>la</strong>, ingresando a<br />

su pieza y dejando <strong>lo</strong>s objetos encima de <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> de abenuz.<br />

Bajaron con lentitud, se sentaron a <strong>la</strong> mesa y comieron el puré y <strong>la</strong>s patatas con salsa.<br />

Tanto él como el<strong>la</strong> no se decidieron a hab<strong>la</strong>r de algún asunto; más bien guardaron silencio<br />

hasta concluir el postre. Finalmente, y luego <strong>del</strong> agradecimiento, el<strong>la</strong> llevó <strong>lo</strong>s p<strong>la</strong>tos al<br />

<strong>la</strong>vabo y él subió a su cuarto de trabajo, con mayor ánimo para continuar su diario y <strong>la</strong><br />

carta que pensaba enviar a <strong>la</strong> princesa Marie Taxis.<br />

Mientras escribía, no pudo dejar de pensar nuevamente en <strong>la</strong> leyenda que según<br />

algunos aldeanos narraba <strong>la</strong>s apariciones nocturnas de Isabelle de Chevron cada noche por<br />

<strong>lo</strong>s alrededores de Muzot. En sus notas, el poeta alega sentir esa figura como un fantasma<br />

que deambu<strong>la</strong> en su memoria, en sus días cotidianos, en su habitación. Y es que saber,<br />

después de aquel<strong>lo</strong>s trágicos sucesos de 1514, que <strong>la</strong> viuda perdió el juicio y <strong>la</strong> sensatez, que<br />

burló en <strong>la</strong>s madrugadas <strong>la</strong> vigi<strong>la</strong>ncia de su nodriza Ursule para ir rumbo al cementerio de<br />

Miège, <strong>lo</strong> turba considerablemente. Rilke conoce a <strong>la</strong> perfección dicho mito: por aquel<strong>lo</strong>s<br />

años hubo el temor de su nodriza por encontrar muerta a su ama, <strong>lo</strong> que no tardó en<br />

acontecer: una noche de agosto, encima de un sepulcro, rígida e inerte, con <strong>la</strong>s manos<br />

unidas unas a otras. El mito se expandió por el resto <strong>del</strong> pueb<strong>lo</strong> y ahora ya no sería el cuerpo<br />

de Isabelle sino su espectro que iba a atisbarse en el campo, perdiéndose entre <strong>lo</strong>s arbustos,<br />

buscando desesperada al amado Montheys.<br />

VOLUME 24, NUMBER 1 227

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!