La resistencia
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Ernesto Sabato<br />
una gran planchada, o como esas ciudades satélites que<br />
dicen que habrá. Ya nada anda a paso de hombre, ¿acaso<br />
quién de nosotros camina lentamente? Pero el vértigo no<br />
está sólo afuera, lo hemos asimilado a la mente que no para<br />
de emitir imágenes, como si ella también hiciese zapping; y,<br />
quizás, la aceleración haya llegado al corazón que ya late en<br />
clave de urgencia para que todo pase rápido y no<br />
permanezca. Este común destino es la gran oportunidad,<br />
pero ¿quién se atreve a saltar afuera? Tampoco sabemos ya<br />
rezar porque hemos perdido el silencio y también el grito.<br />
En el vértigo todo es temible y desaparece el diálogo<br />
entre las personas. Lo que nos decimos son más cifras que<br />
palabras, contiene más información que novedad. <strong>La</strong><br />
pérdida del diálogo ahoga el compromiso que nace entre<br />
las personas y que puede hacer del propio miedo un<br />
dinamismo que lo venza y les otorgue una mayor libertad.<br />
Pero el grave problema es que en esta civilización enferma<br />
no sólo hay explotación y miseria, sino que hay una<br />
correlativa miseria espiritual. <strong>La</strong> gran mayoría no quiere la<br />
libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro<br />
tiempo. Al extremo que, si rascamos un poco la superficie,<br />
podremos comprobar el pánico que subyace en la gente que<br />
vive tras la exigencia del trabajo en las grandes ciudades.<br />
Es tal la exigencia que se vive automáticamente, sin que un<br />
sí o un no haya precedido a los actos.<br />
<strong>La</strong> mayoría de la humanidad es empleada de un poder<br />
abstracto. Hay empleados que ganan más y otros que<br />
ganan menos. Pero ¿quién es el hombre libre que toma las<br />
decisiones? Ésta es una pregunta radical que todos hemos<br />
de hacernos hasta escuchar, en el alma, la responsabilidad a<br />
la que somos llamados.<br />
Creo que hay que resistir: éste ha sido mi lema. Pero<br />
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