La resistencia
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<strong>La</strong> Resistencia<br />
me repito ¡cuánto mejores son los animales! Sin embargo,<br />
qué grandiosa y conmovedora es la presencia de la bondad<br />
en medio de la ferocidad y la violencia.<br />
<strong>La</strong> bondad y la maldad nos resultan inabarcables,<br />
porque suceden en nuestro propio corazón. Son,<br />
indudablemente, el gran misterio. Esta trágica dualidad se<br />
refleja sobre la cara del hombre donde, lenta pero<br />
inexorablemente, dejan su huella los sentimientos y las<br />
pasiones, los afectos y los rencores, la fe, la ilusión y los<br />
desencantos, las muertes que hemos vivido o presentido,<br />
los otoños que nos entristecieron o desalentaron, los amores<br />
que nos han hechizado, los fantasmas que, en sus sueños o<br />
en sus ficciones, nos visitan o acosan. En los ojos que lloran<br />
por dolor, o se cierran por el sueño pero también por el<br />
pudor o la astucia, en los labios que se aprietan por<br />
empecinamiento pero también por crueldad, en las cejas<br />
que se contraen por inquietud o extrañeza o que se<br />
levantan en la interrogación y la duda, en fin, en las venas<br />
que se hinchan por rabia o sensualidad, se va delineando la<br />
móvil geografía que el alma termina por construir sobre la<br />
sutil y maleable piel del rostro. Revelándose así, según la<br />
fatalidad que le es propia, a través de esa materia que a la<br />
vez es su prisión y su gran posibilidad de existencia.<br />
El arte fue el puerto definitivo donde colmé mi ansia de<br />
nave sedienta y a la deriva. Lo hizo cuando la tristeza y el<br />
pesimismo habían ya roído de tal modo mi espíritu que,<br />
como un estigma, quedaron para siempre enhebrados a la<br />
trama de mi existencia. Pero debo reconocer que fue<br />
precisamente el desencuentro, la ambigüedad, esta<br />
melancolía frente a lo efímero y precario, el origen de la<br />
literatura en mi vida.<br />
En los tratados, el escritor debe ser coherente y unívoco<br />
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