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desestratificación del cuerpo creado por el régimen<br />
heterosexual. Lo difícil es formular qué disposición se desea,<br />
qué mundo se desea y le conviene a mi cuerpo al incrementar<br />
las potencias de nuestros cuerpos segmentados. Somos lo que<br />
hacemos con lo que hicieron de nosotras.<br />
Pegame y llamame queer<br />
La palabra queer se ha utilizado en el contexto angloparlante<br />
como insulto contra gays y lesbianas, dado que constituye una<br />
injuria que designa a determinados cuerpos como patológicos,<br />
abyectos y anormales, y los escinde de la esfera pública. A<br />
finales de los años 80, numerosos grupos de activistas se<br />
apropiaron de esta injuria (queer en inglés viene a querer decir<br />
algo así como freak + gay), para autodenominarse, invirtieron su<br />
sentido estigmatizante y lo volvieron su lugar de enunciación<br />
política. Así surgió un nuevo tipo de activismo concomitante<br />
con la crisis del SIDA especialmente expresado en colectivos<br />
tales como ACT-UP y Queer Nation, que optaron por una<br />
política confrontativa. No obstante, cuando la palabra fue<br />
ocupada por lxs no angloparlantes se perdió su densidad<br />
semántica, su choque político y espistemológico.<br />
Sin embargo, queer podría ser entendido como una<br />
manera de mirar el mundo, un punto epistemológico crítico de<br />
acción hic et nunc. En su presupuesto de origen, queer por un<br />
lado debe estar en permanente fuga puesto que objeta la<br />
jerarquización de las identidades candidateables a la<br />
heteronormalidad y teme la re-ontologización de las esencias;<br />
por el otro, habita como discurso en ciertas latitudes<br />
paupérrimas donde ni siquiera existe lo LGTB. De ese modo,<br />
nos encontramos frente a la encrucijada: ya sea que sigamos<br />
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