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primera parte del XX: la circulación a gran escala<br />
de alcohol importado. La afluencia de vino y de<br />
licores creó una adicción sin precedentes. Según<br />
el historiador Gustau Nerín: “las grandes cantidades<br />
de licor vendidas (…) hacen pensar en un<br />
consumo masivo: en una sola factoría, la Staner<br />
de Punta Mosquito, se vendieron 9.700 botellas de<br />
caña en sólo tres meses”. El Gobernador Ángel<br />
Barrera estaba al tanto de lo que llegó a denominar<br />
el “envenenamiento del indígena”, pero se<br />
sentía presionado por las oportunidades lucrativas<br />
que este producto comercial presentaba para los<br />
lobbies empresariales en la metrópoli, tales como<br />
la Asociación Nacional de Viticultores Españoles.<br />
Los datos recogidos por Nerín sugieren que hacia<br />
1915 el ron, el coñac y el aguardiente eran<br />
los productos más frecuentemente usados para el<br />
comercio y para el trueque entre los fang, y el<br />
negocio español del alcohol siguió aumentando en<br />
la década de los años XX. Se podría señalar que<br />
la alcoholización de la población se produjo a la<br />
par que su progresiva y sistemática infantilización<br />
con respecto a la salud, ya que la responsabilidad<br />
última de su condición sanitaria residía en la autoridad<br />
colonial más próxima (el capataz de la finca,<br />
por ejemplo). Este proceso fue instrumental para<br />
el reforzamiento automático, de manera incontestada,<br />
de las divisiones de raza, clase y etnicidad.<br />
La arquitectura del sistema médico colonial continuó<br />
su expansión y los administradores se afanaron<br />
en inauguraciones de centros de salud,<br />
dispensarios, laboratorios, farmacias, almacenes<br />
sanitarios, hospitales, orfanatos, hipnoserías y<br />
otros lugares de confinamiento, como espacios<br />
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