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PRÓLOGO
XIII
misterio de Cristo. Por este motivo participará de ese modelo teándrico,
donde la dimensión humana y la divina forman parte del misterio
eclesiológico. Es la razón por la que su visión de la Iglesia puede ser
enmarcada en una eclesiología teológica, apartándose también aquí de
los reduccionismos al uso de corte sociológico u horizontalista para
explicar la Iglesia del Señor. Cristo, el Espíritu Santo, los sacramentos,
los ministerios y las estructuras del pueblo de Dios, serán los diversos
círculos que le permiten ir presentando el misterio de la Iglesia.
Finalmente, María representa otro de los aspectos centrales de su
pensamiento, y a profundizar en el significado de la Madre del Señor,
Madre de la Iglesia, dedicará buena parte de su obra teológica. Tal vez
no siempre comprendido, quiso salvar la mariología de un reducto devocional,
consiguiendo devolver la verdadera dimensión de la Virgen
María a su referencia cristológica y eclesiológica. Así se hizo la lectura
correcta de la perspectiva bíblica sobre María y de su expresión litúrgica
y auténticamente devocional sin excesos en ningún sentido.
Si la arquitectura teológica del pensamiento de Joseph Ratzinger ha
tenido este centro, Pablo Blanco nos describirá a continuación lo que él
llama los pilares, que vienen a ser las consecuencias antropológicas y ontológicas
de esas premisas teológicas anteriormente señaladas. Porque
el universo teológico arroja luz concreta sobre el misterio del hombre.
Si Dios es comunión personal en la Trinidad, el hombre creado a su
imagen y semejanza es también un icono de ese Dios como persona.
Desde san Agustín hasta Martin Buber, hallará Ratzinger el sentido de
la intimidad y la importancia de la alteridad. Por esta razón se encontrará
y reconocerá en el personalismo como sistema filosófico que permite
entender adecuadamente la antropología cristiana. De ahí pasará
el trabajo de Pablo Blanco a explicar los vínculos originarios que se dan
en la persona con unos valores universales que cruzan ontológicamente
el misterio del hombre, imagen de Dios: el amor, la verdad, la belleza
y la esperanza. Si los tres primeros fundamentan la noción de persona,
este último nos presenta su dimensión escatológica.
No obstante, por fundamentales que sean estas dos primeras
aproximaciones al pensamiento de Joseph Ratzinger, quedarían en elucubración
ajena y enajenante, en una abstracción estéril, si no lograsen
constituir lo que el autor de nuestro libro llama precisamente el anuncio.
Con ello quiere el profesor Blanco delinear el aspecto kerigmático
que tiene la teología según Ratzinger. Se trata de la dimensión práctica
que debe seguir a una dimensión teórica, o dicho de otro modo, cómo
la “ortodoxia” debe saber traducirse en una «ortopraxis». El anuncio de
Jesucristo como suprema revelación de Dios y del hombre, supone la