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CREER Y COMPRENDER: 365 reflexiones para un ... - Editorial Clie

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29<br />

de j<strong>un</strong>io<br />

La impotencia humana<br />

«Se conf<strong>un</strong>de la responsabilidad del hombre de creer y arrepentirse con<br />

la capacidad de hacerlo […] el hombre es responsable de su incredulidad<br />

[…]. Pero, al mismo tiempo […] es incapaz de responder al evangelio por<br />

sí mismo […] el hombre es responsable de su propia incapacidad espiritual<br />

de responder al evangelio»<br />

José Moreno Berrocal 312<br />

El hombre es culpable de no arrepentirse y creer en Cristo <strong>para</strong> llegar a ser salvo,<br />

pero al mismo tiempo es incapaz de arrepentirse y creer en Él por sí solo (Jos<br />

24:19; Jn 15:5; Ro 5:6; 8:7; 2 Cor 3:5; Tit 1:16), sin la decisiva ayuda de Dios (Jer 31:3,<br />

Os 11:4; Jn 6:44, 65; Flp 2:13). Esta circ<strong>un</strong>stancia suscita <strong>un</strong>a protesta por parte de<br />

quienes no creen y se ven así abocados a la condenación. Protesta que podría formularse<br />

con la siguiente exclamación: «¡Es injusto!». Pero la verdad es que Dios no es n<strong>un</strong>ca<br />

injusto (Ro 3:4-7; 9:19-24), a<strong>un</strong>que no sea siempre equitativo (Ro 9:10-15). Porque no<br />

es lo mismo la justicia que la equidad. Justicia es dar a cada cual lo que cada cual se<br />

merece. Equidad es dar a todos por igual. Así pues, en el peor de los casos, Dios n<strong>un</strong>ca<br />

deja de darnos lo que merecemos. Pero sin perjuicio de lo anterior, eso no lo obliga a<br />

dar a todos por igual. Él es libre de conceder misericordia inmerecida a sus elegidos<br />

a la par que otorga merecida justicia a los demás. Y en todo esto podrá ser calificado de<br />

inequitativo, pero n<strong>un</strong>ca acusado de injusto. Porque en justicia estricta y dejados a<br />

nuestra suerte todos mereceríamos la condenación (Ro 3:10-12, 19, 23; 11:32). Pero<br />

Dios, movido por su amor y consciente de nuestra incapacidad de arrepentirnos y creer<br />

en Él por nuestros propios medios, decide intervenir <strong>para</strong> asegurarse de que alg<strong>un</strong>os<br />

elegidos de entre la gran masa de la humanidad lleguen al arrepentimiento y a la fe en<br />

Él <strong>para</strong> ser salvos, de tal modo que el sacrificio de su Hijo valga la pena y sea eficaz en<br />

el propósito que persigue, siquiera en la vida de los elegidos (Is 53:11). Con todo, los<br />

elegidos n<strong>un</strong>ca son forzados a la fe, sino que llegan a ella de manera vol<strong>un</strong>taria, pero<br />

con la convicción de que n<strong>un</strong>ca lo hubieran logrado sin la benévola, selecta y decisiva<br />

influencia de Dios sobre sus vidas. Por eso quienes hemos podido creer en Cristo y<br />

entender que la fe que ejercemos vol<strong>un</strong>tariamente es al mismo tiempo <strong>un</strong> don de lo alto<br />

(Ef 2:8), asentimos agradecidos cuando el apóstol dice:<br />

Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano<br />

sino de la misericordia de Dios.<br />

Romanos 9:16 nvi<br />

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