CREER Y COMPRENDER: 365 reflexiones para un ... - Editorial Clie
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de j<strong>un</strong>io<br />
La impotencia humana<br />
«Se conf<strong>un</strong>de la responsabilidad del hombre de creer y arrepentirse con<br />
la capacidad de hacerlo […] el hombre es responsable de su incredulidad<br />
[…]. Pero, al mismo tiempo […] es incapaz de responder al evangelio por<br />
sí mismo […] el hombre es responsable de su propia incapacidad espiritual<br />
de responder al evangelio»<br />
José Moreno Berrocal 312<br />
El hombre es culpable de no arrepentirse y creer en Cristo <strong>para</strong> llegar a ser salvo,<br />
pero al mismo tiempo es incapaz de arrepentirse y creer en Él por sí solo (Jos<br />
24:19; Jn 15:5; Ro 5:6; 8:7; 2 Cor 3:5; Tit 1:16), sin la decisiva ayuda de Dios (Jer 31:3,<br />
Os 11:4; Jn 6:44, 65; Flp 2:13). Esta circ<strong>un</strong>stancia suscita <strong>un</strong>a protesta por parte de<br />
quienes no creen y se ven así abocados a la condenación. Protesta que podría formularse<br />
con la siguiente exclamación: «¡Es injusto!». Pero la verdad es que Dios no es n<strong>un</strong>ca<br />
injusto (Ro 3:4-7; 9:19-24), a<strong>un</strong>que no sea siempre equitativo (Ro 9:10-15). Porque no<br />
es lo mismo la justicia que la equidad. Justicia es dar a cada cual lo que cada cual se<br />
merece. Equidad es dar a todos por igual. Así pues, en el peor de los casos, Dios n<strong>un</strong>ca<br />
deja de darnos lo que merecemos. Pero sin perjuicio de lo anterior, eso no lo obliga a<br />
dar a todos por igual. Él es libre de conceder misericordia inmerecida a sus elegidos<br />
a la par que otorga merecida justicia a los demás. Y en todo esto podrá ser calificado de<br />
inequitativo, pero n<strong>un</strong>ca acusado de injusto. Porque en justicia estricta y dejados a<br />
nuestra suerte todos mereceríamos la condenación (Ro 3:10-12, 19, 23; 11:32). Pero<br />
Dios, movido por su amor y consciente de nuestra incapacidad de arrepentirnos y creer<br />
en Él por nuestros propios medios, decide intervenir <strong>para</strong> asegurarse de que alg<strong>un</strong>os<br />
elegidos de entre la gran masa de la humanidad lleguen al arrepentimiento y a la fe en<br />
Él <strong>para</strong> ser salvos, de tal modo que el sacrificio de su Hijo valga la pena y sea eficaz en<br />
el propósito que persigue, siquiera en la vida de los elegidos (Is 53:11). Con todo, los<br />
elegidos n<strong>un</strong>ca son forzados a la fe, sino que llegan a ella de manera vol<strong>un</strong>taria, pero<br />
con la convicción de que n<strong>un</strong>ca lo hubieran logrado sin la benévola, selecta y decisiva<br />
influencia de Dios sobre sus vidas. Por eso quienes hemos podido creer en Cristo y<br />
entender que la fe que ejercemos vol<strong>un</strong>tariamente es al mismo tiempo <strong>un</strong> don de lo alto<br />
(Ef 2:8), asentimos agradecidos cuando el apóstol dice:<br />
Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano<br />
sino de la misericordia de Dios.<br />
Romanos 9:16 nvi<br />
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