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“Lo más importante es tener un<br />

buen guión. Los cineastas no son<br />

alquimistas. No se pueden convertir los<br />

excrementos de gallina en chocolate”<br />

BILLY WILDER<br />

TRES NOCHES<br />

CON BILLY WILDER<br />

por Carlos Fernández Castro (www.bandejadeplata.com)<br />

CARLOS FERNÁNDEZ CASTRO<br />

Fundador y director de Bandeja de Plata<br />

Blog de cine. Actualmente colabora en<br />

Vivir de cine, en Intereconomía Radio. Es<br />

crítico de cine e imparte talleres de análisis<br />

cinematográfico en Bandeja de plata. Ha<br />

sido colaborador puntual en La Script, de la<br />

cadena Ser, y en la Tribuna del Blogger de<br />

Fotogramas, además de crítico de cine en<br />

El Semanal Digital.<br />

En el Hollywood clásico de los años 30, solía considerarse<br />

como dogma de fe un pensamiento que podríamos resumir<br />

en la siguiente afirmación: un buen guionista nunca llegará<br />

a ser un buen director. Por su parte, los grandes guionistas<br />

de la época, se llevaban las manos a la cabeza cada vez<br />

que un director de poca monta, traducía sus libretos en<br />

torpes e insustanciales imágenes. Esto no sucedía si el<br />

guión en cuestión terminaba en manos de Ernst Lubitsch,<br />

Howard Hawks o Mitchell Leisen, pero generalmente la<br />

decisión estaba en manos de tipos que eran incapaces de<br />

distinguir una producción alimenticia de una potencial obra<br />

maestra.<br />

Huelga decir que no todos los escritores del Hollywood<br />

clásico aspiraban a escribir algo más sofisticado que<br />

una bienintencionada historia de encargo. El sistema de<br />

producción de la época estaba estrictamente dividido en<br />

grupos de trabajo, según los cuales el director dirigía, el<br />

guionista escribía, el montador editaba, y el director de<br />

fotografía iluminaba. Pero algunos artistas se atrevieron a<br />

cruzar la línea imaginaria que separaba parcelas creativas<br />

tan íntimamente ligadas.<br />

El primero en lograrlo fue Preston Sturges, un genio<br />

injustamente olvidado, que fue responsable de algunas<br />

de las mejores comedias de los años 40 (Los Viajes de<br />

Sullivan, Las Tres Noches de Eva), y que allanó el camino a<br />

inconformistas como Billy Wilder. Ambos autores entendían<br />

la dirección como el vehículo idóneo para hacer justicia a<br />

sus guiones, sin perder por el camino las dobles y triples<br />

lecturas que éstos escondían. Porque estamos hablando de<br />

una época en la que la censura se encargaba de custodiar<br />

la doble moral americana, e involuntariamente exprimía la<br />

genialidad de algunas mentes inquietas, que se dedicaban<br />

a buscar formas alternativas de transgredir lo políticamente<br />

incorrecto.<br />

A pesar de dominar casi todos los géneros, Billy Wilder<br />

destacó en la comedia desde sus primeros guiones. El<br />

director vienés siempre fue consciente de las posibilidades<br />

que ofrecía el sentido del humor en la narración<br />

cinematográfica, y no dudó en emplearlo recurrentemente.<br />

Por lo general, sus películas cómicas escondían una<br />

intención crítica; ya fuera un toque de atención a quienes<br />

perdían su dignidad por un cargo de mayor responsabilidad<br />

en su empresa (El apartamento, 1960), la ridiculización de<br />

un régimen político (Uno, Dos, Tres, 1961), o una inteligente<br />

denuncia a la (mala) praxis periodística (Primera plana,<br />

1974).<br />

Muy apropiadamente, los compañeros de Phenomena proponen el siguiente menú degustación para conocer mejor el maravilloso<br />

universo wilderiano:<br />

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