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El rincón del Tito...
... o cómo alimentar el ego de un orondo vegetariano
por Javier Moreno
VEGETUS - Junio 2013
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Buenas,
Aunque no tienen nada de buenas. Una de las
especies más emblemáticas de nuestra biodiversidad
está en grave riesgo de desaparición. ¿Lobo? ¿Oso?
¿Macho ibérico con peine a un lado del slip y paquete
Ducados al otro (el mechero no sé bien donde…)?
Nada, nada, melindreces al lado de la ladilla. ¡Que se
extingue la ladilla! Nuestra ladilla, la de toda la vida,
esa generadora de chistes y rascados está en serio riesgo
de desaparición. Y diréis, ¿por qué? ¿Por qué tanto
despropósito en el mundo? ¿Por qué no hay fuentes de
cerveza en las plazas de los pueblos, y sí de agua, que
es donde se mean los peces? ¿Por qué? A lo que iba,
resulta que las ladillas están en riesgo de extinción por
la costumbre del depilado urogenital. Al no tener
donde agarrar, parece ser que caen y mueren.
Malditas modas, termináis con lo nuestro, lo auténtico,
lo natural, lo de toda la vida, como cuando se inventó
el bidé matando ese gusto por lo auténtico, por…. un
segundo ¿esto es para Vegetus o para “Historia del felpudo.
De la mona a la Ramona”? Ay, que me estoy
liando, que me estoy liando.
Buenas de nuevo,
Disculpad el lapsus, que esto del pluriempleo me
está matando. Leo con estupor el otro día una noticia
en la que un comerciante de comida preparada metía
carne de soja en vez de carne animal en sus “armóndigas”
(albóndiga es una palabra obscena en sí misma,
además de muy difícil de pronunciar), porque “me
resulta más barato”. El estupor no viene por no haber
pillado de esas en el super (ni por no vivir en Suecia
rodeado de suecas, para poder hacerlo, claro), si no
porque a mí me cobran a cojón de mico noruego los
productos “para vegetarianos” y resulta que son más
baratos que los de producción animal. Qué cucos. No
es que hayamos descubierto América, que esto ya lo
sabíamos, pero me hizo gracia que se reconociera
abiertamente.
Siguiendo con noticias, el otro día salió el ministro
“comefiletesdevacaloca”, alias Cañete, diciendo que él
ha comido insectos. ¿Están de crisis los insectos?
¿Tenemos la fiebre del saltamontes, la peste de la hormiga
o la lepra de la cucaracha (que no se puede
levantar, por qué le falta, por qué no tiene, marihuana
que fumar)? Nada más lejos, resulta que
comevacasabocaoscomoObelix Cañete ha leído que la
OMS recomienda comer insectos para acabar con el
hambre del mundo. Curioso, curioso, un país donde los
caracoles son una delicatesen culinaria, la reacción ha
sido la esperada. Rechazo, insultos y demás. Aunque
más me sorprende que la OMS diga que la relación de
producto vegetal – insecto es 2 a 1 (por cada 2 kilos
de lo que comen, sale un kilo de insecto para comer)
es genial, ¿y por qué no prueban con la relación 1 a 1
de comerse directamente el vegetal? (espacio para “yo
no soy una vaca”, “muérete gordo cabrón”, “date prisa
que la cena ya está en la mesa” y “vendo opel corsa,
poco uso”).
Hablando de bichos, el otro día estaba observando
el bote de medio kilo de orégano (los peces se mueven
demasiado, me gusta más la quietud del orégano en el
bote) y vi que se movía. ¿Una variedad de orégano que
se recoloca? ¿Cuando nadie los mira, montan fiesta en
el bote? Nada de eso, unos bonitos escarabajos campaban
a sus anchas por el bote. No diré la marca, que
luego nos denuncian, pero vaya tela. Total, que pensé
que era que se había metido un bichito al abrirlo, pero
tenía uno precintado, y también tenía una pequeña
civilización. Mandamos un correo a la empresa, esperando
un lote de productos como para toda la vida, y
sólo llegó el señor de la empresa de transportes a
llevárselo. Eso en los EEUU supone una indemnización
millonaria. O un señor en la puerta para partirme las
piernas a cambio de mi silencio. Casi mejor así, cutres,
pero andarines.
Saltando de tema como un alegre cervatillo de las
películas de alegres cervatillos que dan saltos, hace
poco estuvimos toda la tribu en Trujillo (gloria para el
hombre, mierda para el chiquillo). Ciudad monumental,
llena de monumentos, y piedras en el suelo, y
gente y de esas cosas que tienen los pueblos con historia.
¿Que qué tal comimos? Me alegra que me haga
esa pregunta, aunque no venga al caso. Resulta que
entramos en un sitio que tenían marmita de setas, que
es echar a una olla setas, patatas, laurel y azufre como
para invocar al demonio (o pimentón, no estoy muy
seguro, hasta que no lo aclare, no hagan la receta).
Rico, rico, sobre todo cuando lo comes/meriendas/
cenas. Qué poca diversidad gastronómica hay por ahí
fuera, amigos. Lo más relevante, fue que pasamos por
un convento que ponía “se venden formas”. Ya me
imaginaba a una monja delante de una luz diciendo
“ahora el perrito, ahora la gaviota, ahora Sor Gorrilla