Bilbao tiene duende 38 · LA REVISTA DE IVI
LIV<strong>IN</strong>G Por Nekane Lauzirika, Redactora del diario Deia, Bizkaia Algunas ciudades son como la persona amada, en cada contacto encuentras en ella lo esperado pero con algún nuevo matiz de su personalidad. De la fusión de lo ya conocido con el último detalle que te regala surge acrecentado el mutuo aprecio. Es el “duende”, algo inaprensible e intangible pero tan real como el Nerbión-Ibaizabal, ejemotor y referencia que inunda de personalidad propia a Bilbao, “El Botxo” por antonomasia, el hálito que como el sirimiri termina calando en los cada vez más numerosos viajeros que se acercan a disfrutar de una visita a la villa de Don Diego. Me apropio de la reflexión del amigo que recala por Bilbao con cadencia de viajero que no de turista, porque para él la capital de Vizcaya/Bizkaia tiene la medida exacta para conocerla caminando, como mucho utilizando el tranvía, silencioso y panorámico, o sus bidegorri o el metro, el nervio de comunicación en la ciudad y de ésta con los municipios colindantes, de puntualidad y limpieza tan británica como el diseñador de sus características entradas acristaladas “los fosteritos”, Norman Foster. Alojarse en la villa es fácil y hacerlo en el centro tiene la ventaja de tener todo a mano… O, mejor dicho, a pie. Hoteles como el Carlton, Ercilla, Villa de Bilbao, Domine, Ibis, Hesperia, Indautxu… son parte de una oferta amplia y para todos los bolsillos, base ideal para el viajero que busca recorrer la villa con tranquilidad. El caminante viajero que no haya venido a Bilbao desde los ochenta se encontrará con que los matices nuevos son tantos que le parecerá estar en otra ciudad. Tal vez sea así. Echará en falta la industria pesada, las navieras frente a la serena majestuosidad de la Universidad de Deusto o las barcazas en los muelles de Uribitarte frente al sobrio pero imponente edificio del Ayuntamiento, o las atarazanas de los astilleros Euskalduna… Pero notará que a pesar del tráfico abundante, Bilbao no es la ciudad gris, ruidosa ni llena de humos que describían los visitantes que se acercaban entonces a ella por razones profesionales. Porque al Bilbao de hoy se sigue viniendo por razones laborales como lo avalan los centenares de encuentros que organiza el palacio Euskalduna situado junto a la ría encima del nuevo Museo marítimo, justo donde está el puente y antes los astilleros homónimos, pero son más quienes lo hacen para disfrutar de su irresistible gastronomía, paseos y museos, empezando por el Guggenheim, buque insignia con el que Frank Ghery puso en el mapa a Bilbao y su "El caminante viajero que no haya venido a Bilbao desde los ochenta se encontrará con que los matices nuevos son tantos, que le parecerá estar en otra ciudad. Tal vez sea así" duende, y que ha relanzado el de Bellas Artes, que tenía su esplendor opacado por falta de proyección, o el etnográfico y el de reproducciones situados en el Casco Viejo, entre otros. Caminando pueden recorrerse las zonas comerciales de Indautxu, desde Ercilla peatonal a Rodríguez Arias, desde Mª Díaz de Haro a la Gran Vía, donde encontrarán todas las firmas de primer nivel. Para reponer fuerzas en la misma zona, a ambos lados del eje que forma Licenciado Poza desde San Mamés hasta la Diputación, la oferta de restaurantes y tabernas es tan variada que nadie puede sentirse extraño en tan hospitalario ambiente: buen vino, mejor txakolí y pintxos para levantar la txapela; si el menú es atractivo, el bullicio del poteotxikiteo, especialmente de los fines de semana, le da el toque diferenciador que a mi viajero amigo le enamora. Bajando la Gran Vía por la Plaza Moyúa dirección al Casco Viejo es aconsejable hacer un guiño al Palacio de la Diputación y a su vera degustar alguna tapita en las terrazas de La Viña, el Globo, el Embrujo… y luego cambiar de acera para continuar por la peatonal Ledesma, donde bien puede comerse a mesa tradicional vasca en el Nicolás o darse un gustazo de pintxos variados en el clásico Iruña o en cualquier otro de sus muchos bares. Con el Casco Viejo como meta, se atraviesa el puente del Arenal con paradita incluida para mejor apreciar el fluir de la ría, el Kiosko del Arenal, la Iglesia de San Nicolás y el esplendoroso teatro Arriaga, santo y seña de la escena bilbaína. De aquí dar al zapato para moverse por las calles peatonales del Bilbaodetodalavida con sabor a botxero, a pintxos y a Bilbainadas. La plaza Nueva tiene cita con el Víctor Montes o el café Bilbao, y camino del mercado de la Ribera para admirar la Iglesia de San Antón y su puente medieval, debe hacerse una parada en la Catedral del señor Santiago, dejándose llevar por Barrencalle-Barrena y adyacentes, porque en sus comercios LA REVISTA DE IVI · 39