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Oriana Fallaci - Carta a un nino que nunca nacio

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Gentileza de El Trauko<br />

http://go.to/trauko<br />

Caminando, se preg<strong>un</strong>taba siempre qué nueva desdicha expondría a<strong>que</strong>lla vez la hermosa señora. Antes<br />

de pulsar el timbre, murmuraba:<br />

“¡Ánimo!”. Al sonido del timbre respondía <strong>un</strong>a voz arrastrada, luego <strong>un</strong> paso mas arrastrado<br />

todavía, y la puerta se abría ante <strong>un</strong>a bata larga hasta los pies: <strong>un</strong>as veces blanca y otras rosa o azul.<br />

Entraban pisando alfombras, y la mamá depositaba a la niña en <strong>un</strong>a ban<strong>que</strong>ta, como si fuera <strong>un</strong> pa<strong>que</strong>te.<br />

Le decía <strong>que</strong> se <strong>que</strong>dara quieta y callada y <strong>que</strong> no molestase. Luego, desaparecía en la cocina para lavar<br />

los platos. La bella señora, en cambio, se recostaba en <strong>un</strong> diván, leyendo el periódico y fumando con<br />

boquilla. Evidentemente, no tenía otra cosa <strong>que</strong> hacer. Y la niña no entendía por qué motivo no se lavaba<br />

ella misma los platos, en vez de hacérselos lavar a mamá, <strong>que</strong> tenía la panza tan hinchada.<br />

A<strong>que</strong>lla mañana, la bella señora se <strong>que</strong>jaba por <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to de dinero. Había empezado mientras<br />

mamá lavaba los platos y seguía mientras limpiaba la sala. “¿Te das cuenta? –repetía–. Sólo quiere<br />

darme esa cifra.” Y cuando la mamá de la niña repuso <strong>que</strong> “con esa cifra yo me sentiría <strong>un</strong>a princesa”, la<br />

otra se enfadó. “A mí apenas si me alcanza para el taxi –dijo– ¡No <strong>que</strong>rrás compararte conmigo,<br />

supongo!” La mamá de la niña se ruborizó, y con la excusa de quitar el polvo de la alfombra se arrodilló<br />

en el suelo e inclinó la cara sobre la alfombra. La niña sintió como <strong>un</strong> picor en la garganta. Y estaba por<br />

soltar las lágrimas <strong>que</strong> le ardían en los ojos cuando su atención fue captada por <strong>un</strong>os objetos de oro <strong>que</strong><br />

brillaban al sol: <strong>un</strong>a bombonera de cristal llena de bombones. Pero no se trataba de bombones normales,<br />

sino de bombones dos o tres veces mayores <strong>que</strong> los <strong>que</strong> acostumbraba comer en los remotos días de la<br />

casa con cielo. De pronto, el picor de la garganta desapareció y, en su lugar, se formó <strong>un</strong> líquido <strong>que</strong><br />

tenía el sabor del chocolate. Su mamá se dio cuenta. Le clavó <strong>un</strong>a mirada para advertirle: si pides algo,<br />

¡te arrepentirás! La niña comprendió y se puso a mirar el cielorraso fijamente, con dignidad. Estaba<br />

observando el techo cuando la bella señora se levantó y, con aire aburrido, se dirigió al balcón, donde se<br />

<strong>que</strong>dó acariciándose <strong>un</strong>a muñeca. El balcón se asomaba sobre otro balcón, más grande. Y en el<br />

seg<strong>un</strong>do balcón había dos niños ricos. A la niña así le constaba por<strong>que</strong> los vio <strong>un</strong>a vez, y comprendió<br />

<strong>que</strong> eran ricos por<strong>que</strong> eran hermosos. Poseían la misma belleza <strong>que</strong> la señora. Siempre acariciándose la<br />

muñeca, ésta los divisó. Sonrió, extasiada, y se asomó para llamarlos: “Bonjour, mes petits pigeons! Ca<br />

va, aujourd'hui?”. Y luego: “Attendez, attendez! Il y a <strong>que</strong>l<strong>que</strong> chose pour vous!”. Entró en la sala, tomó la<br />

bombonera de cristal, la destapó, la llevó hasta el balcón sosteniéndola con delicadeza, y empezó a<br />

arrojar bombones hacia abajo. Los arrojaba y decía: “¡Bombones para mis pichoncitos! ¡Bombones para<br />

mis pichoncitos!”. Arrojó más de la mitad, entre <strong>un</strong> restallar de risas; por fin dejó nuevamente la<br />

bombonera sobre la mesa y sacó otro bombón. Lo despojó lentamente de su papel de oro, lo levantó <strong>un</strong><br />

instante pensando quién sabe qué, y se lo comió. Mientras, la niña miraba.<br />

Desde a<strong>que</strong>l día no puedo comer chocolate. Si lo como, vomito. Pero espero <strong>que</strong> el chocolate te<br />

guste, hijo, por<strong>que</strong> quiero comprarte mucho, mucho. Quiero cubrirte de chocolate para <strong>que</strong> tú lo comas<br />

por mí, hasta la náusea, hasta el olvido de a<strong>que</strong>lla injusticia <strong>que</strong> todavía llevo a cuestas con rencor.<br />

Conocerás la injusticia tan bien como la violencia: he de prepararte también para eso. Y no me refiero a la<br />

injusticia de matar <strong>un</strong> pollo para comerlo, <strong>un</strong>a vaca para desollarla o a <strong>un</strong>a mujer para castigarla; aludo a<br />

la injusticia <strong>que</strong> separa al <strong>que</strong> tiene del <strong>que</strong> no tiene. Es la injusticia <strong>que</strong> deja este veneno en la boca,<br />

mientras la madre embarazada limpia la alfombra ajena. Cómo se puede resolver este problema, no lo<br />

sé. Todos a<strong>que</strong>llos <strong>que</strong> lo han intentado sólo consiguieron sustituir la persona <strong>que</strong> limpia la alfombra. En<br />

cualquier sistema <strong>que</strong> nazcas, bajo cualquier ideología, siempre hay <strong>un</strong> fulano <strong>que</strong> limpia la alfombra de<br />

otro, hay siempre <strong>un</strong>a niña humillada por <strong>un</strong> deseo de bombones. N<strong>un</strong>ca encontrarás <strong>un</strong> sistema, <strong>un</strong>a<br />

ideología, <strong>que</strong> pueda cambiar el corazón de los hombres y borrar de él la maldad. Cuando te digan connosotros-es-distinto,<br />

contesta: ¡mentiroso! Luego desafíalo a <strong>que</strong> te demuestre <strong>que</strong> en su sistema no<br />

existen comidas para ricos y comidas para pobres, casas para ricos y casas para pobres, temporadas<br />

para ricos y temporadas para pobres. El invierno es <strong>un</strong>a temporada para ricos. Si eres rico, el frío se<br />

vuelve <strong>un</strong> juego por<strong>que</strong> te compras <strong>un</strong> abrigo de pieles, te instalas calefacción y vas a esquiar. Si eres<br />

pobre, en cambio, el frío se convierte en <strong>un</strong>a maldición y aprendes a odiar hasta la belleza de <strong>un</strong> blanco<br />

paisaje bajo la nieve. La igualdad, hijo, existe sólo donde tú estás ahora, lo mismo <strong>que</strong> la libertad. En el<br />

huevo somos todos iguales. Pero ¿es oport<strong>un</strong>o <strong>que</strong> tú hayas de conocer ahora semejantes injusticias, tú<br />

<strong>que</strong> vives allí sin ser siervo de nadie?<br />

* * *<br />

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