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Oriana Fallaci - Carta a un nino que nunca nacio

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<strong>Carta</strong> a <strong>un</strong> Niño <strong>que</strong> N<strong>un</strong>ca Nació<br />

<strong>Oriana</strong> <strong>Fallaci</strong><br />

mí sospechas desde el primer encuentro. La experiencia me permite reconocer a <strong>un</strong>a infanticida incluso<br />

tras su máscara. Y en este caso la máscara consistía en declarar <strong>que</strong> deseaba tener ese niño. Era <strong>un</strong>a<br />

mentira frente a sí misma antes aún <strong>que</strong> frente a los demás. A mí, por ejemplo, me llamó la atención su<br />

férrea dureza. El día <strong>que</strong> la felicité por<strong>que</strong> el análisis había dado resultado positivo, contestó secamente<br />

<strong>que</strong> ya lo sabía. Me llamó la atención también la hostilidad con <strong>que</strong> reaccionó ante la orden de guardar<br />

cama, apenas experimentó espasmos debidos a contracciones uterinas. No podía permitirse semejantes<br />

lujos –replicó–, y quince días era el máximo plazo <strong>que</strong> estaba dispuesta a aceptar. Tuve <strong>que</strong> insistir,<br />

encolerizarme y molestarme ofreciéndole mil consejos. Y ello me convenció de <strong>que</strong> no le agradaba<br />

aceptar los deberes de madre, de <strong>que</strong> no era la suya <strong>un</strong>a maternidad responsable. Por otra parte, me<br />

telefoneaba constantemente afirmando <strong>que</strong> estaba bien y <strong>que</strong> no había motivo para obligarla a guardar<br />

cama, y protestando <strong>que</strong> tenía <strong>un</strong> empleo y debía levantarse. La mañana en <strong>que</strong> la volví a ver era el<br />

retrato de la infelicidad. Y, justamente durante a<strong>que</strong>l examen, maduraron mis sospechas de <strong>que</strong> ella<br />

estaba planeando <strong>un</strong> delito. En efecto: anatómica y fisiológicamente no se explicaba el porqué de <strong>un</strong>a<br />

gravidez tan dolorosa. Los espasmos sólo podían tener <strong>un</strong> origen psicológico; es decir, vol<strong>un</strong>tario. La<br />

interrogué. Admitió, lacónica, <strong>que</strong> se sentía angustiada por muchas preocupaciones. También hizo<br />

alusión a <strong>un</strong> disgusto <strong>que</strong> no traté de aclarar por<strong>que</strong> me pareció obvio <strong>que</strong> se trataba del disgusto de<br />

encontrarse encinta. Por último, le preg<strong>un</strong>té si verdaderamente <strong>que</strong>ría tener a<strong>que</strong>l niño, y le expliqué <strong>que</strong><br />

a veces el pensamiento mata. Era necesario <strong>que</strong> trocara su nerviosismo por serenidad. Con <strong>un</strong><br />

relámpago de ira repuso <strong>que</strong> hubiera sido como pedirle <strong>que</strong> cambiase el color de sus ojos. Pocos días<br />

más tarde volvió a aparecer. Había reanudado su vida normal, y su estado había empeorado. La ingresé<br />

en <strong>un</strong>a clínica. Allí, durante ocho días, la inmovilicé y obtuve el control de su psiquis mediante tratamiento<br />

farmacológico.<br />

“Y llegamos al delito, señores. Pero, antes de ilustrarlo, les digo: supongamos <strong>que</strong> <strong>un</strong>o de<br />

ustedes se halla gravemente enfermo y necesita <strong>un</strong>a medicina. La medicina está al alcance de la mano;<br />

la salvación consiste en el sencillo gesto de la persona <strong>que</strong> la ofrece. ¿Qué nombre darían a quien, en<br />

vez de suministrar la medicina, la tira y la sustituye por <strong>un</strong> veneno? ¿Loco, inhumano, culpable por negar<br />

<strong>un</strong> auxilio? No, eso es poco. Yo lo llamo asesino. Señores jurados: no cabe duda de <strong>que</strong> el niño estaba<br />

enfermo y de <strong>que</strong> el medicamento al alcance de la mano era la inmovilidad. Pero esta mujer no sólo se lo<br />

negó: le suministró el veneno de <strong>un</strong> viaje <strong>que</strong> hubiera perjudicado incluso al embarazo más fácil. Horas y<br />

horas en avión, en coche por carreteras en mal estado, por lugares de topografía accidentada y en<br />

soledad. Yo le rogué <strong>que</strong> no lo hiciera. Le demostré <strong>que</strong> por entonces su hijo ya no era <strong>un</strong> multiplicarse<br />

de células, sino <strong>un</strong> niño de verdad. Le advertí <strong>que</strong> lo habría matado. Me opuso su dureza despiadada, y<br />

firmó <strong>un</strong> documento mediante el cual asumía todas las responsabilidades. Partió. Lo mató. De acuerdo: si<br />

nos halláramos ante <strong>un</strong> trib<strong>un</strong>al de leyes escritas, arduo sería para mí sostener su culpabilidad. No hubo<br />

sondas, fármacos ni intervenciones quirúrgicas: según las leyes escritas, esta mujer debería marcharse,<br />

absuelta, por<strong>que</strong> el delito no existe. Pero nosotros somos <strong>un</strong> jurado de la vida, señores, y en nombre de<br />

la vida yo les digo <strong>que</strong> la conducta de la acusada fue peor <strong>que</strong> las sondas, los fármacos y las<br />

intervenciones quirúrgicas. Por<strong>que</strong> fue hipócrita, vil, y no corrió riesgos legales.<br />

“Daría mucho por admitir en ella circ<strong>un</strong>stancias atenuantes, por absolverla a<strong>un</strong><strong>que</strong> fuera<br />

parcialmente. Pero no veo dónde ni cómo. ¿Acaso era pobre, se ahogaba en estrecheces económicas<br />

<strong>que</strong> le impedían mantener <strong>un</strong> hijo? Absolutamente no. Ella misma lo reconoce. ¿Tenía <strong>que</strong> defender su<br />

honor en cuanto miembro de <strong>un</strong>a sociedad <strong>que</strong> la hubiera perseguido por traer al m<strong>un</strong>do <strong>un</strong> hijo<br />

ilegítimo? Tampoco. Pertenece al establishment cultural <strong>que</strong>, en vez de rechazarla, hubiera hecho de ella<br />

<strong>un</strong>a heroína. En cualquier caso, se trata de <strong>un</strong> establishmen <strong>que</strong> no cree en las leyes de la sociedad y<br />

rechaza a Dios, la patria, la familia, el matrimonio y los principios mismos de la convivencia. Su delito<br />

carece de atenuantes por<strong>que</strong> lo cometió en nombre de <strong>un</strong>a libertad: la libertad personal, egoísta, <strong>que</strong> no<br />

tiene en cuenta a los demás ni los derechos de éstos. He pron<strong>un</strong>ciado la palabra derechos. Lo hice para<br />

anticiparme a la palabra eutanasia, para <strong>que</strong> no me contesten <strong>que</strong> ella, al dejar morir a ese hijo, hizo uso<br />

de <strong>un</strong> derecho, el de ahorrarle a la com<strong>un</strong>idad el peso de <strong>un</strong> individuo enfermo y, por tanto, malogrado.<br />

No nos corresponde establecer a priori quién se malogrará y quién no. Homero era ciego y Leopardi,<br />

jorobado. Si por espartanos los hubiesen arrojado desde la roca Tarpeya, si sus madres se hubiesen<br />

cansado de llevarlos en el seno, hoy la humanidad seria más pobre. Niego <strong>que</strong> <strong>un</strong> campeón olímpico<br />

valga más <strong>que</strong> <strong>un</strong> poeta contrahecho. En cuanto al sacrificio de custodiar en el vientre el feto de <strong>un</strong><br />

campeón olímpico o de <strong>un</strong> poeta contrahecho, les recuerdo <strong>que</strong> así es como se propaga la especie<br />

humana, nos guste o no. Mi conclusión es: ¡culpable!”<br />

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