Oriana Fallaci - Carta a un nino que nunca nacio
Oriana Fallaci - Carta a un nino que nunca nacio
Oriana Fallaci - Carta a un nino que nunca nacio
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Carta</strong> a <strong>un</strong> Niño <strong>que</strong> N<strong>un</strong>ca Nació<br />
<strong>Oriana</strong> <strong>Fallaci</strong><br />
m<strong>un</strong>do <strong>que</strong> a su vez actúa para construir cosas e ideas. Tu no eres más <strong>que</strong> <strong>un</strong> muñequito de carne <strong>que</strong><br />
no piensa, no habla, no ríe, no llora, y sólo actúa para construirse a sí mismo. ¡Lo <strong>que</strong> yo veo en ti no<br />
eres tú, sino yo! Te he atribuido <strong>un</strong>a conciencia, he dialogado contigo, pero tu conciencia era la mía y<br />
nuestro diálogo, <strong>un</strong> monólogo conmigo misma. Basta de esta comedia, de este delirio. Uno no es <strong>un</strong> ser<br />
humano por derecho natural, antes de nacer. Humano se vuelve <strong>un</strong>o después, cuando ha nacido, por<strong>que</strong><br />
está con los demás, por<strong>que</strong> los demás lo ayudan, por<strong>que</strong> <strong>un</strong>a madre, <strong>un</strong>a mujer, <strong>un</strong> hombre o no importa<br />
quién, le enseña a <strong>un</strong>o a comer, a caminar, a hablar, a pensar, a comportarse como ser humano. Lo<br />
único <strong>que</strong> nos <strong>un</strong>e, <strong>que</strong>rido mío, es <strong>un</strong> cordón umbilical. Y no constituimos <strong>un</strong>a pareja, sino <strong>un</strong><br />
perseguidor y <strong>un</strong> perseguido. Tú desempeñas el primer papel, y yo el seg<strong>un</strong>do. Te insinuaste en mi<br />
interior como <strong>un</strong> ladrón y me robaste el vientre, la sangre, el aliento. Ahora quisieras robarme la<br />
existencia entera. No te lo permitiré. Y, puesto <strong>que</strong> he llegado a decirte estas sacrosantas verdades,<br />
¿sabes a qué conclusión llego? Que no veo por qué habría de tener <strong>un</strong> niño. N<strong>un</strong>ca me he sentido del<br />
todo cómoda con los niños. Jamás logré <strong>un</strong> buen trato con ellos. Cuando me les acerco con <strong>un</strong>a sonrisa,<br />
chillan como si les pegara.<br />
El oficio de mamá no me sienta. Me reclama otra clase de obligaciones para con la vida. Tengo<br />
<strong>un</strong> trabajo <strong>que</strong> me gusta, y me propongo llevarlo a cabo. Un futuro <strong>que</strong> me espera, y no pienso ren<strong>un</strong>ciar<br />
a él. Quien absuelve a <strong>un</strong>a mujer pobre <strong>que</strong> no quiere más hijos o <strong>un</strong>a muchacha violentada <strong>que</strong> no<br />
desea ser madre, tiene <strong>que</strong> absolverme también a mí. Ser pobre y verse violentada no constituyen las<br />
únicas justificaciones. Dejo este hospital y emprendo mi viaje. Después, <strong>que</strong> sea lo <strong>que</strong> quiera. Si logras<br />
nacer, nacerás. Si no, morirás. Yo no te mato, <strong>que</strong>de esto bien claro: sencillamente, me niego a ayudarte<br />
a <strong>que</strong> ejercites hasta el final tu tiranía y...<br />
No era este nuestro pacto, me doy cuenta. Pero <strong>un</strong> pacto es <strong>un</strong> acuerdo en el <strong>que</strong> cada <strong>un</strong>o da<br />
para recibir, y cuando lo firmamos yo ignoraba <strong>que</strong> tú lo pretenderías todo sin darme nada a cambio. Por<br />
otra parte, tú no lo firmaste, ni mucho menos; lo firmé yo sola. Esto impugna su validez. No lo firmaste, y<br />
además no me llegó confirmación alg<strong>un</strong>a de tu parte: tu único mensaje ha sido <strong>un</strong>a gota de sangre<br />
rosada. ¡Maldita sea yo, de verdad, y para siempre! Que mi vida se convierta en <strong>un</strong> arrepentimiento<br />
perpetuo, más allá de la muerte, si cambio esta vez mi decisión.<br />
* * *<br />
Me llamó asesina. Encerrado en su bata blanca, ya no médico sino juez, tronó <strong>que</strong> yo falto a mis<br />
deberes más f<strong>un</strong>damentales de madre, de mujer y de ciudadana. Gritó <strong>que</strong> dejar el hospital equivaldría<br />
ya a <strong>un</strong> delito, y levantarse de la cama a <strong>un</strong> crimen, pero <strong>que</strong> emprender <strong>un</strong> viaje iba a constituir <strong>un</strong><br />
homicidio premeditado y <strong>que</strong> la ley debería castigarme como a cualquier asesino. Después se puso<br />
suplicante, y trató de convencerme mostrándome tu fotografía. Que te mirase bien si tenía <strong>un</strong>a pizca de<br />
corazón: tú eras ya <strong>un</strong> niño en todo el sentido de la palabra. Tu boca ya no era el boceto de <strong>un</strong>a boca,<br />
sino <strong>un</strong>a boca. Y lo mismo podría decirse de tu nariz, tu cara, tu cuerpo, tus manos y tus pies, en los <strong>que</strong><br />
las uñas resultaban ya evidentes. Y no menos evidente era <strong>un</strong> principio de cabellos en tu cabecita bien<br />
formada. Que me diera cuenta, al mismo tiempo, de tu fragilidad. Que observara tu piel, tan delicada, tan<br />
diáfana <strong>que</strong> transparentaba cada vena, cada capilar, cada nervio. Tampoco eras ya tan diminuto: medías<br />
por lo menos dieciséis centímetros y pesabas doscientos gramos. Si hubiese <strong>que</strong>rido abortar no hubiera<br />
podido; ya era demasiado tarde. Y, sin embargo, me aprestaba a llevar a cabo algo aún peor <strong>que</strong> <strong>un</strong><br />
aborto. Lo escuché sin pestañear. Después firmé <strong>un</strong> documento eximiéndolo a él de toda responsabilidad<br />
por tu vida y por la mía, responsabilidades <strong>que</strong> yo asumía en su lugar. Lo vi salir de la habitación, presa<br />
de <strong>un</strong> furor <strong>que</strong> lo ponía morado. Y tú, casi en el mismo momento, te moviste. Hiciste lo <strong>que</strong> yo había<br />
esperado, anhelado, durante meses. Te estiraste, tal vez bostezaste, y me soltaste <strong>un</strong> golpecito. Un<br />
pe<strong>que</strong>ño p<strong>un</strong>tapié. Tu primer p<strong>un</strong>tapié... Como el <strong>que</strong> le di a mi madre para decirle <strong>que</strong> no me suprimiera.<br />
Las piernas se me pusieron como de mármol. Durante alg<strong>un</strong>os seg<strong>un</strong>dos me <strong>que</strong>dé sin aliento, con las<br />
sienes latiéndome. Sentí también <strong>un</strong> ardor en la garganta y <strong>un</strong>a lágrima <strong>que</strong> me cegaba. Y después, esa<br />
lágrima rodó y cayó sobre la sábana haciendo ¡paf! De todos modos, me levanté de la cama y preparé mi<br />
maleta. Mañana, ¡a partir se ha dicho! En avión.<br />
* * *<br />
¿Valía la pena tomarse las cosas tan a pechos? Estamos perfectamente bien en este país al <strong>que</strong><br />
hemos venido. Hemos tenido <strong>un</strong> viaje magnífico, y todo ha seguido bien al llegar, y después. Ni <strong>un</strong><br />
espasmo, dolor o náusea. No ocurrió nada de lo <strong>que</strong> el médico había vaticinado. Además, cuento con la<br />
21