Mayo: Fiesta de las Lenguas y diversidad cultural - Ciudad Viva
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separata<br />
Por Juan Gossaín<br />
EL MAGAZÍN<br />
m ayo <strong>de</strong> 2011 | No. 77<br />
Los árabes en Colombia y la chapa <strong>de</strong>l señor Nojordita<br />
No voy a <strong>de</strong>tenerme en la historia<br />
<strong>de</strong> los primeros antepasados<br />
míos que llegaron a<br />
estas tierras benditas, porque <strong>de</strong> eso<br />
se encargó ya, con mano maestra, la<br />
investigadora Pilar Vargas en un libro<br />
magnífico, “Los árabes en Colombia”,<br />
en el que narra toda la epopeya, sus<br />
orígenes, la odisea heroica <strong>de</strong> semejante<br />
viaje, sus avatares y sus aportes<br />
a la nueva patria en activida<strong>de</strong>s tan<br />
diversas como la ciencia, el comercio<br />
o la literatura.<br />
Me ocuparé apenas, mo<strong>de</strong>stamente,<br />
<strong>de</strong> una pequeña anécdota, porque la<br />
historia menuda a veces es más ilustrativa<br />
que los gran<strong>de</strong>s tratados. La revolución<br />
<strong>de</strong>l 20 <strong>de</strong> julio se compren<strong>de</strong> mejor<br />
en el episodio <strong>de</strong>l florero <strong>de</strong> Llorente<br />
que en el discurso <strong>de</strong> Acevedo y Gómez.<br />
Suce<strong>de</strong> que hace algunos años, en<br />
Barranquilla, otra mujer admirable,<br />
Zuleima Slebi, organizó por su cuenta<br />
el primero <strong>de</strong> los congresos árabes que<br />
se han hecho en este país. Se me pidió<br />
que interviniera como expositor ante<br />
sus participantes. Me advirtieron que<br />
el doctor Salomón Hakim hablaría <strong>de</strong><br />
los árabes y el avance <strong>de</strong> la medicina,<br />
que don Chaid Neme lo haría sobre<br />
el comercio, que el gran Yamid Amat<br />
se encargaría <strong>de</strong>l periodismo. Ante<br />
semejante nómina, me pregunté qué<br />
diablos era lo que podía agregar yo.<br />
Fue entonces cuando <strong>de</strong>cidí hablar<br />
<strong>de</strong> cómo se gana un extraño la confianza<br />
<strong>de</strong> sus vecinos, que ni siquiera usaban<br />
el mismo idioma. En ese momento<br />
me acordé <strong>de</strong> lo que había pasado entre<br />
mi padre y el señor Nojordita.<br />
Don Juan Gossaín Lajud, un libanés<br />
<strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> fenicios, había llegado<br />
con su mostacho <strong>de</strong> califa otomano a<br />
San Bernardo <strong>de</strong>l Viento, un pueblo<br />
perdido en los recovecos <strong>de</strong> Córdoba,<br />
a orilla <strong>de</strong>l río Sinú, cuando todavía se<br />
escuchaban los últimos disparos <strong>de</strong> la<br />
primera guerra mundial. El señor Nojordita,<br />
que en realidad se apellidaba<br />
Villa, era un antioqueño montaraz,<br />
gran<strong>de</strong> y cuadrado como un armario,<br />
que tenía un colmillo <strong>de</strong> oro. Gozaba<br />
fama —merecida, por lo <strong>de</strong>más— <strong>de</strong><br />
ser un hombre áspero, <strong>de</strong> genio duro y<br />
peleonero. Tenía un pedazo <strong>de</strong> tierra a<br />
la salida <strong>de</strong>l pueblo, en el sector <strong>de</strong> «La<br />
Playita», don<strong>de</strong> sembraba unas hectáreas<br />
<strong>de</strong> maíz o <strong>de</strong> arroz.<br />
Lo llamaban así porque llegaba al<br />
pueblo los domingos, día <strong>de</strong> mercado,<br />
montado en una mula, y no saludaba<br />
a nadie. Si alguien lo saludaba, él respondía<br />
entre dientes:<br />
—A mí no me jordan.<br />
Fotografía <strong>de</strong> Jorge Mario Múnera<br />
Mezquita en el centro <strong>de</strong> Barranquilla<br />
No tenía amigos el señor Nojordita.<br />
No cruzaba palabra. Y, como si fuera<br />
poco, en cada brazo cargaba la misma<br />
fuerza salvaje <strong>de</strong> la naturaleza<br />
<strong>de</strong>satada, como un terremoto o un<br />
huracán. Dicen que había matado <strong>de</strong><br />
una trompada a un tigre que tuvo la<br />
mala ocurrencia <strong>de</strong> lanzársele encima.<br />
Lo cierto es que una mañana <strong>de</strong><br />
domingo, muy temprano, entró a la<br />
tien<strong>de</strong>cita <strong>de</strong> mi padre, con el sombrero<br />
calado hasta <strong>las</strong> orejas y dos al-<br />
forjas terciadas al hombro, y sin dar<br />
los buenos días exclamó:<br />
—Señor, yo vine hoy fue a beber<br />
trago, pero si me emborracho son<br />
capaces <strong>de</strong> robarme <strong>las</strong> dos chapas<br />
nuevas que me acaba <strong>de</strong> hacer Pepe<br />
Corrales en Lorica. Guár<strong>de</strong>me<strong>las</strong>. Yo<br />
confío en usted.<br />
Diciendo y haciendo, se sacó <strong>las</strong><br />
dos prótesis <strong>de</strong>ntales, relucientes, y se<br />
<strong>las</strong> tendió a mi padre, que <strong>las</strong> envolvió<br />
en un papel blanco y <strong>las</strong> metió en<br />
la misma gaveta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong> se<br />
guardaban <strong>las</strong> monedas <strong>de</strong> la venta.<br />
Al día siguiente, lunes <strong>de</strong> guayabo,<br />
con el sol impiadoso quemándole la<br />
cabeza al pueblo, el señor Nojordita<br />
se bajó <strong>de</strong> su mula, hizo sonar <strong>las</strong> espue<strong>las</strong><br />
en el cemento, saludó como los<br />
militares, con una mano abierta en la<br />
sien <strong>de</strong>recha, alargó luego esa misma<br />
mano y mi padre le entregó el envoltorio.<br />
No habían pasado ni diez segundos<br />
<strong>de</strong> aquella escena. Yo, que por entonces<br />
tenía como siete años, vi ambos<br />
episodios <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong>l<br />
mostrador, que me sacaba dos cuartas<br />
<strong>de</strong> altura, porque mamá me ponía a<br />
ayudar en la tienda todas <strong>las</strong> mañanas.<br />
Para que aprendiera a trabajar,<br />
según <strong>de</strong>cía, y aunque los compradores<br />
ni siquiera podían verme. Diga usted<br />
que transcurrieron diez segundos<br />
apenas, pero fueron suficientes para<br />
que aprendiera la lección más importante<br />
que me ha enseñado la vida: un<br />
hombre al que se le pue<strong>de</strong>n confiar <strong>las</strong><br />
chapas <strong>de</strong> uno, se le pue<strong>de</strong>n confiar<br />
también los hijos <strong>de</strong> uno.<br />
Cuando el señor Nojosrdita volvió<br />
a montar y puso grupa en su mula, ya<br />
yo había entendido que la confianza<br />
ajena es el mejor capital <strong>de</strong> trabajo<br />
que uno pue<strong>de</strong> tener. Es lo que llaman<br />
la credibilidad. Yo prefiero <strong>de</strong>cirle respeto.<br />
Eso fue, ni más ni menos, lo que<br />
intenté en cuarenta años largos <strong>de</strong> periodismo:<br />
que los lectores o los oyentes<br />
<strong>de</strong> radio me confiaran sus chapas.<br />
¿Qué se habrá hecho el señor Nojordita?