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que no ha cesado de producir mineral ni muertos 22 desde los tiempos de<br />

Aramayo 23 , sigue infundiendo hoy en día un efecto particular, sobre todo<br />

entre los quechuas, que la admiran y al mismo tiempo le temen.<br />

Juana casi no hablaba. Sus oídos, con el paso de los años, fueron<br />

perdiendo su agudeza hasta dejarla sorda casi por completo. Tenía que<br />

martillar muy fuerte para escuchar el crujir de la piedra que veía romperse<br />

en decenas de pedazos pequeños. Cuando faltaba dinero para la comida,<br />

porque no conseguía suficiente mineral para vender, ocupaba parte de la<br />

noche en lavar ropa para algunos mineros solteros de Quebrada Seca, el<br />

rancho donde vivía. Nunca permitió que a sus hijos les faltara alimento;<br />

prefería quedarse ella sin comer antes que dejarlos pasar hambre.<br />

Cuando Sergio aún no caminaba, su mamá lo escondía debajo de su<br />

mesita o lo camuflaba con algunas piedras para que el capataz de la mina no<br />

pudiera verlo y no la amonestara por llevarlo al trabajo. Sergio nunca probó<br />

la leche materna; nunca la aceptó. Su madre lo alimentaba con sopa de papa<br />

y verduras, que era lo único que ella comía en todo el día. Flaca hasta los<br />

huesos, las arrugas de sus ojos se abrían hacia los costados como grietas<br />

dolorosas e inertes. El frío de la tarde le indicaba que era hora de volver a su<br />

casa y dormir. Así todos los días, todas las semanas y todos los años en los<br />

que trabajó incansablemente.<br />

Sergio, moreno y de ojos curiosos y tristes, a veces se adentraba un poco<br />

en la boca de la mina pero salía inmediatamente, temeroso de la oscuridad<br />

y del eco hondo que provocaban las dinamitas en el vientre de la montaña.<br />

Aprendió la jerga de los mineros, sus rituales, sus costumbres, y se convirtió<br />

poco a poco en el consentido del grupo de mujeres con las que su madre<br />

trabajaba. Creció como crecen casi todos los hijos de mineros quechuas en<br />

la región: buscando desesperadamente una oportunidad para ser feliz, un<br />

escondite para olvidar las penurias y las innumerables necesidades. Sabiendo<br />

muy en el fondo que, quizá, su futuro no sería tan distinto que el de sus padres.<br />

22 En promedio, cada décimo día las minas del Chorolque le quitan la vida a uno de los<br />

mineros que le van sacando minerales de las entrañas.<br />

23 En 1850 Aramayo adquirió la mina Carguaicollo, de propiedad del “ladino cateador”<br />

Juan Bautista Palmero, y gracias a los avances tecnológicos que implementó, al<br />

cabo de tres años rendía 300.000 pesos al año (“Biografía de Aramayo”, disponible<br />

en: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/aramayo.htm)<br />

Los ojos de un minero enamorado<br />

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