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Las oportunidades de la vida<br />

Sergio creció y se hizo hombre, como todos los niños se hacen hombres<br />

en el Altiplano boliviano. Luego abandonó la escuela y se dedicó a trabajar.<br />

Primero como carretillero, luego como cargador. A los veinte decidió partir,<br />

dejando sola a su madre en Quebrada Seca, pero pronto volvió porque se<br />

dio cuenta de que realmente no sabía hacer nada. Fue el menor y el más<br />

consentido y, por lo tanto, no había aprendido a trabajar. Años más tarde,<br />

antes de cumplir los treinta, lo intentaría una vez más pero fracasaría<br />

nuevamente. Se quedó, pues, como cuidante de su cada vez más cansada y<br />

enferma madre.<br />

Para entonces ya había aprendido a beber y solía volver a su casa muy<br />

ebrio los fines de semana. Jugaba cartas y apostaba. Algunas veces ganaba<br />

e invertía el poco dinero que tenía en algo de ropa y comida para él y para<br />

su madre. Su vida no parecía ir a ningún lado y él lo sabía.<br />

A los veinticinco se casó con Carmencita Huanca, la hija del vecino, con<br />

quien mantuvo ocasionalmente una relación sentimental desde que ella<br />

cumplió dieciséis años. Carmencita también trabajaba recogiendo restos de<br />

minerales pero no dejó la escuela y salió bachiller. Los tres, Juana, Sergio<br />

y Carmencita se fueron a Tupiza al terminar el invierno de 1979, cuando el<br />

precio internacional del estaño cayó estrepitosamente, la producción de las<br />

minas mermó y comenzó a derrumbarse la economía nacional. No tenían<br />

más opción que abandonar las minas y migrar a la ciudad.<br />

Indígenas homosexuales<br />

48<br />

Sergio y Carmencita tuvieron una hija a la que llamaron Luz. Nació sana<br />

y fuerte, y tenía una mirada encantadora. No lloró de bebé y no dio muchos<br />

problemas cuando creció. Se adecuaba fácilmente a las incomodidades del<br />

hogar en que vivía y hablaba poco. Quizás no quería ser otro problema para<br />

la familia y prefería quedarse callada.<br />

Cuando llegaron a Tupiza no encontraron trabajo, pero de inmediato<br />

se inventaron uno. Con los pocos ahorros que tenía Juana, compraron una<br />

mesita y se dedicaron a vender dulces, caramelos, galletas y otras golosinas a<br />

las personas que llegaban en el tren de la Empresa Nacional de Ferrocarriles.

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