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Trono de Cristal - Alfaguara

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Traducción <strong>de</strong>Victoria Simó y Diego <strong>de</strong> los Santos


www.librosalfaguarajuvenil.comTítulo original: Throne of Glass© Del texto: 2012, Sarah J. Maas© De la traducción: 2012, Victoria Simó y Diego <strong>de</strong> los Santos© De la ilustración <strong>de</strong> interior: 2012, Alejandro Colucci© De la imagen <strong>de</strong> cubierta: Stockphoto/Hayri Er© De esta edición: 2012, Santillana Ediciones Generales, S. L.Av. <strong>de</strong> los Artesanos 6, 28760 (Tres Cantos), MadridTeléfono: 91 744 90 60ISBN: 978-84- 204-0367-0Depósito legal: M-32346-2012Printed in Spain - Impreso en EspañaPrimera edición: noviembre <strong>de</strong> 2012Maquetación: Begoña RedondoQueda prohibida, salvo excepción prevista en la ley,cualquier forma <strong>de</strong> reproducción, distribución, comunicaciónpública y transformación <strong>de</strong> esta obra sin contar conautorización <strong>de</strong> los titulares <strong>de</strong> la propiedad intelectual.La infracción <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos mencionados pue<strong>de</strong> serconstitutiva <strong>de</strong> <strong>de</strong>lito contra la propiedad intelectual(arts. 270 y sgts. <strong>de</strong>l Código Penal).


Sarah J. Maaspasillos y escaleras. Pero Celaena no era <strong>de</strong> las que se <strong>de</strong>sorientanfácilmente. De hecho, se habría sentido insultada si su escoltahubiese escatimado esfuerzos.Enfilaron por un pasillo particularmente largo don<strong>de</strong>no se oía el menor sonido salvo el eco <strong>de</strong> sus pasos. Advirtióque el hombre que la agarraba <strong>de</strong>l brazo era alto y estaba enforma, pero Celaena no podía ver los rasgos ocultos bajo lacapucha. Otra táctica pensada para confundirla e intimidarla.La ropa negra seguramente formaba parte <strong>de</strong> esa misma estratagema.El hombre la miró y Celaena esbozó una sonrisa.Él <strong>de</strong>volvió la vista al frente y la agarró <strong>de</strong>l brazo aún con másfuerza.Celaena se tomó el gesto como un cumplido, aunque nosabía a qué venía tanto misterio, ni por qué aquel hombre habíaido a buscarla a la salida <strong>de</strong> la mina. Tras una jornada enteraarrancando rocas <strong>de</strong> sal <strong>de</strong> las entrañas <strong>de</strong> la montaña, verlo allíplantado junto a los seis guardias <strong>de</strong> rigor no la había puesto <strong>de</strong>buen humor precisamente.No obstante, había aguzado bien el oído cuando el escoltase presentó ante el capataz como Chaol Westfall, capitán <strong>de</strong>la guardia real. De pronto, el cielo se había vuelto más amenazador,las montañas habían crecido a sus espaldas y hasta lamisma tierra había temblado bajo sus rodillas. Hacía tiempoque no se permitía a sí misma probar el sabor <strong>de</strong>l miedo. Todaslas mañanas, al <strong>de</strong>spertar, se repetía para sí: «No tengo miedo».Durante un año, esas mismas palabras habían marcado la diferenciaentre romperse y doblarse; habían impedido que se hicierapedazos en la oscuridad <strong>de</strong> las minas. Pero no <strong>de</strong>jaría queel capitán averiguase nada <strong>de</strong> eso.8


<strong>Trono</strong> <strong>de</strong> cristalCelaena observó la mano enguantada que la agarraba <strong>de</strong>lbrazo. El cuero oscuro <strong>de</strong>l guante hacía juego con la porquería<strong>de</strong> su propia piel.La muchacha era muy consciente <strong>de</strong> que, aunque solo teníadieciocho años, las minas ya habían <strong>de</strong>jado huella en su cuerpo.Reprimiendo un suspiro, se ajustó la túnica, sucia y raída, conla mano libre. Como se internaba en las minas antes <strong>de</strong>l amanecery las abandonaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l anochecer, rara vez veía laluz <strong>de</strong>l sol. Por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mugre asomaba una piel mortalmentepálida. En el pasado había sido guapa, hermosa incluso,pero… En fin, aquello ya carecía <strong>de</strong> importancia.Doblaron por otro pasillo y Celaena se entretuvo mirandoel <strong>de</strong>licado forjado <strong>de</strong> la espada que portaba el <strong>de</strong>sconocido. Elreluciente pomo tenía forma <strong>de</strong> águila a medio vuelo. Al percatarse<strong>de</strong> que la chica observaba el arma, el escolta posó su manoenguantada sobre la dorada cabeza <strong>de</strong>l pájaro. La muchachavolvió a sonreír.—Estáis muy lejos <strong>de</strong> Rifthold, capitán —le dijo. Luego carraspeó—.¿Os acompaña el ejército que he oído marchar haceun rato?Escudriñó las sombras que escondían el rostro <strong>de</strong>l hombre,pero no vio nada. Aun así, notó que el <strong>de</strong>sconocido posabalos ojos en ella para juzgarla, medirla, ponerla a prueba. Celaenale <strong>de</strong>volvió la mirada. El capitán <strong>de</strong> la guardia real parecía unadversario interesante. Quizás incluso mereciese algún esfuerzopor su parte.Por fin el hombre separó la mano <strong>de</strong> la espada y los pliegues<strong>de</strong> su capa cayeron sobre el arma. Al <strong>de</strong>splazarse la tela, Celaenavio el dragón heráldico<strong>de</strong> oro bordado en su túnica. El sello real.9


Sarah J. Maas—¿Qué te importan a ti los ejércitos <strong>de</strong> Adarlan? —replicó él.A Celaena le encantó advertir que el capitán tenía una vozmuy parecida a la suya, fría y bien modulada, aunque fuese unbruto repugnante.—Nada —contestó Celaena encogiéndose <strong>de</strong> hombros. Suacompañante lanzó un gruñido <strong>de</strong> irritación.Cuánto le habría gustado ver la sangre <strong>de</strong> aquel capitán<strong>de</strong>rramada sobre el mármol. En una ocasión, Celaena habíaperdido los estribos; una sola vez, cuando su capataz eligió unmal día para empujarla con fuerza. Aún recordaba lo bien quese había sentido al hundirle el pico en la barriga, y también lapegajosa sangre <strong>de</strong>l hombre al empaparle la cara y las manos.Era capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarmar a dos guardias en un abrir y cerrar <strong>de</strong>ojos. ¿Correría el capitán mejor suerte que el difunto capataz?Volvió a sonreír mientras sopesaba las distintas posibilida<strong>de</strong>s.—No me mires así —la advirtió él, y <strong>de</strong> nuevo posó la manoen la espada.Celaena escondió su sonrisilla <strong>de</strong> suficiencia. Pasaron anteuna serie <strong>de</strong> puertas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que habían <strong>de</strong>jado atrás hacíapocos minutos. Si hubiese querido escapar, le habría bastadocon girar a la izquierda en el siguiente pasillo y bajar tres tramos<strong>de</strong> escaleras. El intento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sorientarla solo había servidopara ayudarla a familiarizarse con el edificio. Idiotas.—¿Cuánto va a durar este juego? —preguntó con dulzuramientras se apartaba <strong>de</strong> la cara un mechón <strong>de</strong> pelo enmarañado.Al ver que el capitán no respondía, Celaena apretó los dientes.Había <strong>de</strong>masiado eco en los pasillos como para atacarle sinalertar a todo el edificio, y Celaena no había visto dón<strong>de</strong> se habíaguardado el militar la llave <strong>de</strong> las manillas; a<strong>de</strong>más, los seis10


<strong>Trono</strong> <strong>de</strong> cristalguardias que los acompañaban también opondrían resistencia.Eso por no hablar <strong>de</strong> los grilletes que le enca<strong>de</strong>naban los pies.Enfilaron por un corredor <strong>de</strong> cuyo techo pendían variaslámparas <strong>de</strong> araña. Al mirar por las ventanas que se alineabanen la pared, <strong>de</strong>scubrió que había anochecido; los fanales brillabancon tanta intensidad que apenas quedaban sombras entrelas que escon<strong>de</strong>rse.Des<strong>de</strong> el patio oyó el avance <strong>de</strong> los otros esclavos, que caminabanarrastrando los pies hacia el barracón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong>pasaban la noche. Los gemidos <strong>de</strong> dolor y el tintineo metálico<strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas componían un coro tan familiar como lasmonótonas canciones <strong>de</strong> trabajo que los presos entonaban durantetodo el día. El solo esporádico <strong>de</strong>l látigo se sumaba a lasinfonía <strong>de</strong> brutalidad que Adarlan había creado para sus peorescriminales, sus ciudadanos más pobres y los rehenes <strong>de</strong> susúltimas conquistas.Si bien algunos <strong>de</strong> aquellos presos habían sido encarceladospor supuestas prácticas <strong>de</strong> hechicería —cosa harto improbable,teniendo en cuenta que la magia había <strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> la faz<strong>de</strong>l reino—, últimamente llegaban muchos rebel<strong>de</strong>s a Endovier,cada día más. Casi todos procedían <strong>de</strong> Eyllwe, uno <strong>de</strong> los pocosreinos que aún se resistían al dominio <strong>de</strong> Adarlan. Cuando Celaenales pedía información <strong>de</strong>l exterior, muchos se quedabanembobados, con la mirada perdida. Habían renunciado. Celaenase estremecía solo <strong>de</strong> pensar en los sufrimientos que <strong>de</strong>bían<strong>de</strong> haber soportado a manos <strong>de</strong> los soldados <strong>de</strong> Adarlan. A vecesse preguntaba si no habría sido mejor para ellos que los mataran…y si no le habría convenido a ella también per<strong>de</strong>r la vida lanoche en la que la traicionaron y la capturaron.11


Sarah J. MaasNo obstante, mientras proseguía su marcha, tenía cosasmás importantes en las que pensar. ¿Finalmente se proponíanahorcarla? Se le revolvió el estómago. Celaena era lo bastanteimportante como para ser ejecutada por el capitán <strong>de</strong> la guardiareal en persona. Ahora bien, si pensaban matarla, ¿por quémolestarse en conducirla antes a aquel edificio?Por fin se <strong>de</strong>tuvieron ante unas puertas acristaladas en rojoy dorado, tan gruesas que Celaena no alcanzaba a atisbar elotro lado. El capitán Westfall hizo un gesto con la cabeza a losdos guardias que flanqueaban la entrada y estos golpearon elsuelo con las lanzas a modo <strong>de</strong> saludo.El capitán volvió a aferrarla con tanta fuerza que le hizodaño. Tiró <strong>de</strong> Celaena hacia sí, pero los pies <strong>de</strong> la muchacha senegaron a moverse.—¿Prefieres quedarte en las minas? —le preguntó él en tono<strong>de</strong> burla.—Quizá si me dijeseis a qué viene todo esto, no me sentiríatan inclinada a oponer resistencia.—No tardarás en <strong>de</strong>scubrirlo por ti misma —contestó elcapitán.A Celaena comenzaron a sudarle las palmas <strong>de</strong> las manos.Sí, iba a morir. Finalmente le había llegado la hora.Las puertas se abrieron con un crujido y ante sus ojosapareció un salón <strong>de</strong>l trono. Una araña <strong>de</strong> cristal en forma <strong>de</strong>parra ocupaba gran parte <strong>de</strong>l techo y proyectaba semillas<strong>de</strong> diamante en las ventanas que se alineaban al otro extremo<strong>de</strong> la sala.—Aquí —gruñó el capitán <strong>de</strong> la guardia, y la empujó con lamano que tenía libre.12

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