Martel rompe cabezas El rap de las neuronas - Lavaca
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14 MU AGOSTO 2008Maribel, la mamá <strong>de</strong> Frank G, tiene un local <strong>de</strong> venta <strong>de</strong> teléfonos celulares. Ensenópeluquería a varias mujeres, como para que tuvieran “alguna maña para escapar<strong>de</strong> la calle”. Tiene tres hijos, que crió sola. “Si el hombre dominicano corta elvínculo con vos, también lo corta con tus hijos”. Frank G. compuso justamente un<strong>rap</strong> sobre este tema. Se llama Papá y dice: “Me enojo y siento una gran impotenciaque vivamos bajo el mismo cielo y sentir solo tu ausencia”.si esquina Pavón. Nunca me drogué, ni fuméni bebí. Ahorré y ahorré, con disciplinay cabeza. Logré <strong>de</strong>jar la calle a los 40.Alquilé mi primer local. ¿Sabes cuál? <strong>El</strong>boliche don<strong>de</strong> trabajaba. Lo <strong>de</strong>sarmécompleto y monté un restaurante. Mi hermaname ayudó en la cocina y mis hijas,a aten<strong>de</strong>rlo. Me di cuenta que <strong>las</strong> dominicanas<strong>de</strong>l barrio sentían nostalgia por sussabores y así empecé: con el mondongo,la ban<strong>de</strong>ra dominicana (frijoles, arrozblanco, carne y ensalada) y el plátano (unmanjar que frita como papas y sirve salado).Pero si algún día quieres probar algorealmente <strong>de</strong>licioso, tienes que venir aquía tomar lo típico dominicano: Morir Soñando.Jugo <strong>de</strong> naranjas frescas con leche.Eso sí que es mi país.”Ebre por qué la asocian con <strong>las</strong> peores cosasque suce<strong>de</strong>n en ese barrio, cosas que aella dicen afligirla tanto como a sus vecinos.“Nunca tuve miedo porque soy unafiera, pero ahora hay que tener preocupaciónporque muchos no tienen nada buenopara hacer y eso es un problema.” Sinmás, también, dirá: “Yo tengo que estaracá firme y sabiendo poner límites. Y miracómo soy cuando me impaciento…”Matil<strong>de</strong> saca entonces <strong>de</strong> abajo <strong>de</strong>l mostradorun palo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, largo como parabatear en un campo <strong>de</strong> béisbol.Hay algo que unifica a todo el barrio:<strong>las</strong> mujeres se quejan <strong>de</strong> losvecinos y los vecinos se quejan<strong>de</strong> <strong>las</strong> mujeres. Eso, lamentablemente, noes raro. Celestina dirá que el otro día seenfrentó a la madre <strong>de</strong> un niño <strong>de</strong> 12años que se reía <strong>de</strong> ella. “Explíquele a suhijo que yo soy un ser humano. Explíqueleque en este país hay más <strong>de</strong> 2 millones<strong>de</strong> negros que son argentinos, aunqueno los acepten”, le dijo a los gritos.La madre se excusó, alegando que su hijonunca había visto a una negra. “¿Meva a <strong>de</strong>cir que el niño no ve televisión oque yo salí recién <strong>de</strong> una nave espacial?”.Su hija cuenta que le tiran cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong>s raro estar hablando <strong>de</strong> recetas <strong>de</strong>cocina con esta mujer que, sinmás, seguirá: “Toda la vida es unriesgo y por eso hay que ponerle el pecho”.No parece sobresaltada por habervisto la foto <strong>de</strong> la vidriera <strong>de</strong> su local–don<strong>de</strong> hay dibujada una silueta femenina–en todos los diarios que informaron elescrache. Su única reflexión es casi culinaria:“Agrandan el árbol para recoger másmanzanas”. Será su única explicación solosbalcones y que, aunque hay policíasa toda hora y en todas <strong>las</strong> cuadras, nuncahacen nada. Se nota que están tensas poresa guerra <strong>de</strong> baja intensidad que estánlibrando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace tiempo, pero tambiénque <strong>las</strong> <strong>de</strong>nuncias y los escraches<strong>las</strong> empujó a sacar <strong>las</strong> uñas y la rabia.Con más calma y más charla, <strong>las</strong> mujeresdominicanas <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> Constituciónconfiesan que la verda<strong>de</strong>ra línea <strong>de</strong> fuegoes para el<strong>las</strong> clara: sus hijos. Son loque están cayendo en la trinchera <strong>de</strong> lamarginalidad. “Los dominicanos no somosviolentos, pero en estas calles haytanta violencia que se nos encarna”.Caminando por el barrio no es difícilimaginar cómo será la vidacotidiana <strong>de</strong> estos niños y niñasque crecen durmiendo con sus madres,porque no hay lugar para otra cama, jugandoen esas veredas que no admitensu inocencia y concurriendo a escue<strong>las</strong>que no están preparadas para recibirloscon ganas. Nos lo dirá Franco, un maravillosomoreno <strong>de</strong> 22 años <strong>de</strong> impecableacento porteño. Franco es Frank G. porqueobviamente, si estamos en la cloacaen algún rincón tiene que haber perfume<strong>de</strong> hip hop, sino no los chicos como él nopodrían respirar. Escuchémoslo: “Lo peorfue la primaria, me pegaban todas <strong>las</strong> palabras.Al entrar al secundario el primerdía <strong>de</strong>jé en claro, a <strong>las</strong> trompadas, que yano, que ya basta, se acabó.” Su próximotema, anuncia, será sobre los agentes <strong>de</strong>Migración: “Por algún lado tengo que sacarlo harto que me tienen”.Hay mujeres que tienen sus hijospresos, otras que están preocupadasporque caigan y otras más queles tienen “la cabeza frita” a sus crios adolescentes,explicándoles algo raro: “Aunquesean argentinos tienen que darse cuentaque no están en su país”. La mayoría losregresa a la isla, apenas cumplen seis años.Dirá Celestina: “Mi hija mayor estaba harta<strong>de</strong> ser una marginada y se regresó. Ahoraes abogada y siempre me recrimina: aver ¿cuándo vas a ver ahí a una dominicanaen la universidad?”.Estamos en una <strong>de</strong> <strong>las</strong> ocho mesas <strong>de</strong>La Morena y sentada a mi lado está escuchandoatentamente la conversación unamujer a la que vamos a llamar María.Acaba <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> su isla hace apenastres días. Su belleza da miedo. No solo amí, sino a todas <strong>las</strong> mujeres que la observan.María cuenta que tiene una primaque está trabajando en una casa <strong>de</strong> familiapor 700 pesos mensuales. Que consiguióese empleo a través <strong>de</strong> una iglesia yque pensó que quizá ella, que tiene undiploma <strong>de</strong> peluquera, podía obtener inclusomejor paga. Apenas llegó lo confirmó:le ofrecieron 3 mil, a cambio <strong>de</strong> prostituirseen Río Gallegos. Celestina memira a los ojos y me exige que le respondacon sinceridad. “Dime con la mano enel corazón, mirando a esta mujer: ¿quépatrón <strong>de</strong> una casa, un negocio o una oficinano va a querer ponerle la mano encima?¿Tu serías capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle que lavan a tratar <strong>de</strong>centemente?”.Aquí es don<strong>de</strong> se supone que <strong>de</strong>bería escribirquién tiene razón, quién está errado.Supongo que estos tiempos son tancomplejos, oscuros, siniestros que la únicarespuesta que alcanzo a balbucear, es quequizá, tal vez, a lo mejor, si redacto estanota sin más pretensiones que la <strong>de</strong> contarlea alguien cómo es quedarse sin respuestas,este violento oficio <strong>de</strong> escribir recuperesu verda<strong>de</strong>ro sentido.Los <strong>de</strong>jo entonces a so<strong>las</strong>, con <strong>las</strong> preguntasque siembran en nuestro corazón<strong>las</strong> mujeres dominicanas <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong>Constitución.