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Don Juan

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se hallaba viajando, la hermosa joven podíadisponer de su libertad enteramente... Yo lacomparo a las señoras casadas de nuestros cristianospaíses conocidos que, como se sabe, noestán vigiladas jamás... Haida aprovechó sulibertad, como es natural, para prolongar susvisitas y sus conversaciones con don <strong>Juan</strong>. Pasabanjuntos horas enteras y solían dar largospaseos al anochecer, en ese inexpresable instantede absoluta belleza en que la isla se sumergíaen dos aureolas de luz diferentes: la del sol, quese hundía en el mar por Poniente, y la de laluna, que se elevaba del lado contrario sobre lasaguas.Junto a Haida, don <strong>Juan</strong> se sentía feliz.Contemplaban ambos la espuma que las olasabandonaban sobre la arena al retirarse. Unaespuma semejante a la que corona una copa dechampaña llena hasta los bordes...

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