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Don Juan

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Hubiera sido suficiente aquello, entiempo y lugar oportunos, pero <strong>Juan</strong>, cuya almaestaba llena aún del recuerdo de Haida, sintióretroceder hasta el corazón la sangre que coloreabasu rostro, cambiándose el encarnado quelo cubría en una palidez extrema. La preguntade la hermosa mujer penetró en él como unalanza, le emocionó profundamente, trajo a sumemoria el dulcísimo recuerdo de otras horas,y su tierna juventud se deshizo en llanto. Chocóesto a la Sultana, no por las lágrimas, que lasmujeres usan con tanta frecuencia, sino porquesiempre hay algo desagradable en los ojoshúmedos de un hombre. Un momento, Gulbeyaz,que así se llamaba la hermosa, tuvo el impulsode consolar a <strong>Juan</strong>, pero no supo cómohacerlo, puesto que conocía escasamente lamanera de dirigirse de igual a igual a un semejante.No pudo, pues, intervenir, y las lágrimasde don <strong>Juan</strong> hubieron de cesar solas. En ello seperdió un tiempo que Gulbeyaz considerabamuy valioso, ya que, arriesgando como arries-

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