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Don Juan

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corresponden al pequeño pie de una señora,pero aquellos zapatos, en verdad, ¡siento unagran pena teniendo que decirlo!, eran los zapatosde un hombre. Verlos y lanzarse sobre ellos,fue para don Alfonso una misma cosa. Losexaminó un instante, como si realmente fuesenun objeto extraño, y después, se entregó a unfuror espantoso. Y como una fiera, salió en buscade su espada.Julia, entonces, corre al gabinete:—Huíd, <strong>Juan</strong>, huíd, por amor del cielo!La puerta está abierta. Conocéis el pasillo. Tomadla llave del jardín. ¡Adiós, adiós! ¡Huíd!¡Oigo venir a Alfonso! ¡Daos prisa! Aún no haempezado el día. La calle estará desierta...Es verdad que todo ello era un buenconsejo, pero lo sensible es que fue seguido pordon <strong>Juan</strong> demasiado tarde. Aunque de un simplesalto había corrido hasta la puerta e iniciado

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