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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

negruzcos, que se abría hasta cerca del remate de las quijadas como agallas de tiburón que,<br />

con los pómulos salientes, le cuadraban la cara. De ésta, a manera de velamen, se destacaban<br />

una chiva larga y puntiaguda, y dos orejas espantadizas, desconfiadas, adelantándose en<br />

acecho para oír mejor. Y por sobre todo ese conjunto abigarrado y monstruoso un breñal de<br />

cabellera amoldada al sombrero y al pañuelo que llevaba atado, y afectando las formas de<br />

un paraguas o de un hongo.<br />

Era el General Fico, cacique el más temido en los alrededores. Machetero brutal y alevoso,<br />

holgazán consuetudinario que vivía cobrando el barato de todo en toda la comarca.<br />

De súbito se irguió como por resorte, arrendó el caballo, y en todo su ser se reflejó una<br />

expresión de fuerza bruta irritada, de tigre hambriento que olfatea la presa y se alista a caer<br />

de un brinco sobre ella. Aguzó el oído, y creció la ferocidad innata de su gesto, avivada por<br />

la pasión; sus ojos despedían relámpagos, y sus músculos se marcaban con brusquedad sobre<br />

la piel, como las venas hinchadas de sangre. Se apeó del caballo, sacó su revólver y se lanzó<br />

con paso cauteloso hacia la selva por entre la cual iba el camino. Cinco minutos hacía que<br />

andaba así, escudriñando por entre el claro de los troncos y las malezas, cuando vociferó<br />

una interjección de rabia, y se quedó parado entre dos ceibas de alto y grueso tronco.<br />

—Ei diablo me yebe. ¡Bien sabía yo que era beidá! Y me oyén eso do sinseibires, bagamundo<br />

je ofisio, y se han laigao! ¡Si yo cojo ese güele fieta y a esa arratrá!<br />

Aquí se contuvo, y volvió a examinar los árboles.<br />

—No hay dúa –continuó–. La señai no manca. Aquí taba ei picando el palo con su cuchiyo,<br />

sin atrebeise a miraila y eya detrá de lotro palo con lo sojo bajo, ei calabazo de agua<br />

en ei suelo y jasiendo un agujero en la tierra con el deo grande dei pié. Eso jueron lo golpe<br />

que oí. Pero ai freí será ei reí. No ar plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague.<br />

Y regresó mascullando tacos y maldiciones al camino, donde volvió a enhorquetarse<br />

sobre su caballo, y siguió marcha a la casa del vale Pedro, que se veía sobre un cerrito a<br />

distancia de un cuarto de milla, contrastando su techo pajizo y su maderamen de tablas de<br />

palma con el verde panorama, ondulado de colinas y vallejuelos, que la rodeaba.<br />

Ya no iba cabizbajo. El pensamiento airado no se refleja mansamente en la fisonomía: es<br />

el resplandor de un incendio que caldea el rostro y se propaga al ademán. Entre uno y otro<br />

parpadeo flameaban sus ojillos como brasas sopladas, y se aventaban sus narices a compás de<br />

las crispaduras de sus puños. De cuando en cuando espoleaba maquinalmente el rucio, que<br />

en la primera arrancada hacía traquetear el sable encabado, golpeándolo sobre un costado<br />

de la silla. Torció a la izquierda y ganó la vereda que conducía a casa del vale Pedro.<br />

Ideas salvajes de deseos, venganza y exterminio azotaban el pequeño cerebro del General<br />

Fico. Estaba locamente enamorado de Rosa, hija del vale Pedro, la más linda campesina de<br />

los alrededores; pero la muchacha se resistía a corresponder esa ferviente pasión carnal de<br />

groseras manifestaciones, y desechaba las oportunidades de encontrarse con el fauno que<br />

no le perdía pies ni pisadas, en su empeño de conquistarla a todo trance. El había perdido la<br />

tranquilidad de bestia saciada con los nuevos apetitos que le aguijoneaban. Su pobre mujer y<br />

sus chiquitines andaban ahora temblando cuando él estaba en casa, porque se quedaba horas<br />

y más horas meciéndose en la hamaca, con el gesto áspero de mastín en guardia, echando<br />

pestes como si para eso y para hartarse solamente tuviera la boca: cuando no les llovía una<br />

granizada de puntapiés y garrotazos sin motivo alguno. Recordaba en este momento las<br />

facciones de Rosa, dulces como una sonrisa; su lozanía robusta y graciosa, que parecía que<br />

iba a estallar como la concha de una granada y a avivar el sonrosado de las mejillas; sus<br />

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