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Tomo I<br />

APARICIÓN Y EVOLUCIÓN DEL CUENTO<br />

EN SANTO DOMINGO<br />

Noticias Preliminares<br />

Cuando la cultura medieval se iluminaba con los albores del renacimiento embarcó en España<br />

y llegó el cuento antiguo a Santo Domingo, en donde lo conservaron sin esenciales alteraciones.<br />

En El Conde Lucanor vino además el cuento correcto; y siguiendo los ejemplos del precavido<br />

y atildado don Juan Manuel, las Antillas pudieron producir cuentistas siglos antes de que<br />

el cuento y la leyenda se imprimieran en los países del continente americano. Pero si alguno<br />

de nuestros hombres de letra, pertenecientes a los siglos anteriores al XIX, se entretuvo en<br />

un género que pasó a ser por mucho tiempo desestimado, carecemos de testimonio.<br />

Aquel modelo de “cuento universal”, de enseñanza y moraleja sin moral rígida, fácilmente<br />

traslaticio, sin sitio determinado ni sabor regional, ni juego descriptivo de una realidad<br />

impresionante, tan pronto se formaron nuestras ciudades abandonó el vecindario urbano, y<br />

antes que el romance, la décima y la copla, se refugió entre aldeanos logrando perdurar con<br />

variantes adquiridas, y bautizado con el pintoresco apelativo de cuento de camino, familiar<br />

y repetido para entretenimiento en las veladas nocturnas. 1<br />

La aparición del cuento moderno fue en América un fenómeno tardío y de expresión<br />

vacilante; y a pesar de Santo Domingo ser primero entre las sociedades del Nuevo Mundo,<br />

durante años aparecimos siendo de los rezagados en el cultivo de una expresión artística<br />

tan interesante.<br />

Ningún lector ignora que el señorío de las artes y su irradiante influjo, ni tienen patria<br />

ni residencia fijas: son veleidosos y las naciones alternan en la principalía. Autores y lectores<br />

cambian de gusto, y no fue raro que a fines del siglo XIX el lector dominicano, vástago<br />

desprendido del solar materno y sin frecuentes relaciones, no continuara viendo el cuento<br />

español como arquetipo del género, cuando los mismos peninsulares, de espaldas al caudal<br />

propio, pasaban a ser imitadores de los franceses. Si el florilegio de cuentos clásicos españoles,<br />

escogidos con exigente y depurado gusto en 1890 por don Antonio Paz y Meliá, no bastó<br />

para detener a los noveleros de allá, menos podía surtir efecto en el continente americano<br />

y en Santo Domingo, donde lo leerían muy pocos o no se le conocía.<br />

No parece reacción de pensamiento llegar a la conclusión de que no era indispensable<br />

esperar a que en Francia fructificara la escuela naturalista para que aprendiéramos a fijar<br />

en el marco del cuento artístico lo esencial de la vida circunstante. Modelos sobresalientes<br />

para el estudio y la pintura de tipos, ofrecía la picaresca, y para entenderlo así bastaba con<br />

fijarse en Rinconete y Cortadillo, de Cervantes. Pero el cuento francés moderno, esquema o<br />

trasunto de aspectos de una sociedad de viejo refinamiento, se puso de moda, facilitando<br />

su lectura entre nosotros la colección traducida por el francófilo Enrique Gómez Carrillo.<br />

Alfonse Daudet y Guy de Maupassant acabaron siendo los favoritos. Importadas sus obras<br />

y entregadas a la comprensión de un medio social todavía precario, de pronto no parece que<br />

estábamos preparados para aprovechar su incitación a fijar en dimensiones breves el calor<br />

humano y los rasgos distintivos, locales, que lejos de restar interés universalizan.<br />

1 En la página final del 2º tomo, se incluye un ejemplar de Cuento de Camino, o folklórico.<br />

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