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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

—Que dique le diba a mandá un propio a su tío, contándole cómo taban la cosa…<br />

—Que se lo mande… que se lo mande…<br />

—Que dique uté taba a do boca…<br />

—¿Le dijo eso, compadre?<br />

—Sí, pero guárdeme el secreto.<br />

—Usted vé, compadre, usted vé… más le valiera al Diablo no jucharme, porque si yo<br />

doy un zapatazo…<br />

—Sí, compadre…<br />

—A mí me solicitan toditos porque se sabe que yo soy el horcón de La Matraca y si yo<br />

doy un zapatazo…<br />

Y se dirigió a la Ermita cuya puerta abrió y cerrándola tras sí, penetró en el interior.<br />

Aquello estaba oscuro.<br />

—¡Liquín!… ¡Liquín!… ¿dónde estás tú?<br />

—Aquí –respondió una voz áspera.<br />

—Acércate aquí, muchacho.<br />

Se oyen pasos involuntarios.<br />

—Mira, Liquín, mira; uno tiene sus actos bruscos y más cuando anda con las orejas<br />

calientes. Yo he procedido así contigo, por la confianza y para imponerle disciplina<br />

a la tropa. Calcula si no fuera así, cómo se pondrían esas gentes… A ti, Liquín, por la<br />

confianza yo puedo abrirte mi pecho. Oye, tanto el Gobierno, como el Gobernador, tu<br />

tío, me han encargado que antes de nada revise la Común y con toda la malicia estudie<br />

la gente. Ya por lo pronto sé en qué pie está parado Juan Labraza. Mira, ese es el único<br />

aspavientoso, pero no tiene más que cuatro gatos y le voy a cumplir la palabra que le<br />

dí a tu tío, de mandárselo amarrao como un andullo. Cuando yo meta mano, Liquín, y<br />

espéralo, ¡todo esto aquí se acabó! Ahora Liquín, de los refuerzos que espero y que hoy<br />

mismo voy a alcanzar, sé que me mandan hasta un cañón, te voy a mandar una columna<br />

para que defiendas tus intereses y hagas respetar aquí al Gobierno. –Y agregó con tono<br />

familiar– Ahora, como tú estás descansado y mi compadre el Ayudante no sirve para<br />

nada, vé a ver si de pronto procuras con qué coma la tropa; pero date de pronto porque<br />

casi estamos saliendo.<br />

La puerta se abrió y ambos salieron. Liquín llevaba otra cara. El Ayudante que no<br />

estaba lejos, viendo aquello, pensó en su simplicidad que él a la verdad no sabía de<br />

esas cosas.<br />

En marcha abigarrada desfiló la tropa sin tomar ninguna vereda, a través del pajonal.<br />

Así marchó mucho tiempo a la voz de: ¡Jarretes, muchachos!, hasta encontrar el camino<br />

real. Entonces, el General se dirigió a un sitio estratégico. Escalonó la tropa en sucesivos<br />

barrancones en el cauce de un arroyo y se situó personalmente a retaguardia, en un alto,<br />

poblado de mangos gruesos que dominaba el camino en una distancia considerable. De<br />

esta manera interceptaba toda comunicación entre La Matraca, la cabecera de provincia y<br />

la Capital. Allí esperó alerta.<br />

Con la tarde, asomó un jinete. A lo lejos acusaba ser persona extraña a la Común. El<br />

General se adelantó hacia él. Venía de la Capital enviado por la Junta Revolucionaria al<br />

General Pelota. Le entregó una talega que contaba veinte onzas y varias comunicaciones.<br />

El General las leyó atentamente e impuesto de su contenido le dijo al expreso que no<br />

contestaba por escrito porque no tenía papel, pero que como él era carta viva, le dijera a<br />

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