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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n II | CUENTOS<br />

la vista la varonil hermosura de su novio; y ahora se encontraba sola: el quién sabe cómo;<br />

ella bajeada y perseguida por el enemigo de su recato, que tal vez a cuáles extremos la<br />

conduciría.<br />

�<br />

Una tarde, al regresar del cercano monte, la encontró siña Nicolasa, y con misteriosos<br />

ademanes le indicó que quería hablarle de algo reservado, y la llevó tras una mata de bambú<br />

muy ahijada, como enorme mazo de plumas gigantescas.<br />

Allí le contó que había sabido lo que el general Fico quería contra ellos, pues lo oyó hablando<br />

a la vera del camino con tres de sus hombres, mientras ella recogía leña en el monte.<br />

Su plan era reclutar para soldado al vale Pedro; y cuando Rosa quedara sola, acabar poco<br />

a poco con cuanto tenían, mientras el viejo se pudriera haciendo guardias; hoy una vaca,<br />

mañana un caballo, después otra bestia… así irían llevándoselo todo, hasta dejarlos en la<br />

inopia y los tres bribones se encargarían de vender a medias en otra parte lo robado.<br />

Rosa, aunque no le sorprendió la noticia, pues ya lo venía temiendo, se aterró: Julián era<br />

mozo y podía esperar a que las cosas cambiaran; pero su pobre taita, viejecito que ya miraba<br />

al suelo, se le iba a morir en el servicio. Le debía más que la vida, que cualquiera la dá; le<br />

debía una consagración idólatra, con ternuras y delicadezas femeniles; había sido para ella,<br />

desde el mes de nacida, padre y madre al mismo tiempo: casi ni la había dejado ocasión de<br />

notar la falta de la que la echó al mundo. Y ahora que estaba en sus manos el salvarlo, ¿no<br />

lo haría? ¡Pero, qué sacrificio era necesario! Entregar su virginidad como flor a un verraco.<br />

Encenegarse con aquella fiera, y renunciar a la realidad de sus sueños, a la vida de amor<br />

idílico con Julián, que ya consideraba como cosa hecha. Desprenderse de la riqueza, de los<br />

goces materiales, es durísimo trance; pero deshacerse de un ideal, arrancarlo después que<br />

sus raíces profundizaron en el corazón, es la muerte del alma: sigue existiendo el cuerpo,<br />

pero no vive: las piedras crecen también.<br />

Y no daba espera la maldad del general Fico. A la mañana siguiente iba a empezar la<br />

ejecución de sus planes tenebrosos. Esa noche el vale Pedro notó la aflicción de su hija, y<br />

quiso averiguar la causa: ella estuvo tentada a confesárselo todo; pero previó la amargura<br />

del buen viejo; y quién sabe si su rectitud en materia de honra pudiera llevarlo hasta a un<br />

combate en que de seguro moriría… y quiso economizarle esos dolores: sonrió forzadamente<br />

y dijo que estaba indispuesta… poca cosa…<br />

¡Qué noche! ¡Cuánto ir y venir con la imaginación, buscando una salida para todos! Pero<br />

no había otro remedio: para salvar a los demás precisaba que ella quedara en prenda.<br />

Cuando asomaron los claros del día, ya su resolución era firme: se sacrificaba entregándose<br />

a aquel hombre implacable que le causaba horror. Coló el café y salió luego con dos<br />

calabazos, más que por buscar agua para aguardar a Fico en el camino y tratar accediendo<br />

a sus infamias.<br />

No esperó mucho. Desde lejos lo vio venir cabalgando en su rucio, y rodeado de sus<br />

cuatro hombres, los brazos de sus maldades, que venían a llevarse al vale Pedro. Le llamó<br />

aparte, y la horrible transacción quedó consumada. Ella estaría a media noche en la puerta<br />

tranquera, y él perdonaba al vale Pedro.<br />

Oíase el segundo canto de los gallos cuando Rosa se deslizó como una sombra y se detuvo<br />

en la tranquera, donde se recostó casi desvanecida. Otra sombra avanzó entonces y empezó a<br />

hablarle en voz baja; pero cuando se disponía a saltar las varas, sonó una interjección seguida<br />

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