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CoLECCIón PEnSaMIEnto DoMInICano | Vo l u m e n II | CuEntoS<br />

recordó dentro del bohío el infortunio que pesaba sobre toda la familia; pero desde que salía<br />

al camino real se le llenaba de rabia el corazón, y marchaba escogitando a solas los medios<br />

más conducentes al servicio de sus nobles exigencias.<br />

Separábase una tarde de su hija, que le acompañara hasta la portada de la finca, cuando<br />

al abrazarla sintióle el corazón muy agitado, y advirtió que sus ojos buscaban con espanto<br />

algún objeto, el cual al parecer se ocultaba tras un espeso montecillo. La joven se retiró al fin,<br />

y el anciano emprendió poco a poco su camino sin manifestar curiosidad, pero dispuesto a<br />

observar con más calma que su hija.<br />

Poco después salió del monte un hombre, también a caballo; y suponiendo que algo<br />

distante el tío Pedro no pudiera estorbarle en su propósito se aproximó a la portada. un<br />

grito agudo resonó en aquellas austeras soledades.<br />

—¡Gracias, justiciero Dios! –exclamó con júbilo el tío Pedro, y partió a todo galope en<br />

seguimiento del desconocido, que también emprendió la carrera a son de huída, calándose<br />

antes el sombrero de paja hasta las cejas.<br />

una larga hora había transcurrido, en la cual ambos jinetes cruzaron ríos, escalaron<br />

montañas y salvaron vastísimas llanuras, cuando más allá de agua Santa, casi sobre las<br />

tembladeras de la antigua Vega se detuvo el perseguido y echó pie a tierra con una resolución<br />

inesperada. Hizo otro tanto el anciano, y al encararse con aquel vio que tema el rostro<br />

oculto detrás de una careta.<br />

—Veamos, paisano, –dijo el disfrazado, jadeante de cansancio, al mismo tiempo que<br />

quitaba la hebilla a una de las cañoneras– veamos por qué razón me vienes persiguiendo<br />

desde más allá de Río Verde.<br />

—Para saberlo ni es necesario que os arméis de una pistola, que os juro os será inútil,<br />

ni tampoco que me tratéis con una confianza a que nadie menos que vos tiene derecho. En<br />

cuanto a la razón porque os persigo, a vos toca el darme cuenta de ella, y tened entendido<br />

que habréis de dármela muy estrecha.<br />

—Pues bien; hablad, y sed breve sobre todo. ¿Pero sabéis que vuestro lenguaje es muy<br />

curioso?<br />

—¡todavía lo es más vuestra conducta!<br />

—¿Me insultáis? –Y volvió a requerir la cañonera.<br />

tío Pedro le dio un fuerte empellón que le apartó ocho pasos del caballo diciéndole con<br />

reprimida cólera:<br />

—¡Eh, señorito! dejad ahora la pistola, y vamos desatando pronto esa careta que no se<br />

trata aquí de causar miedo a una virgen para arrebatarle la mitad de su existencia; sino de<br />

responder al padre que os pide cuenta de ese crimen.<br />

—Señor mío –repuso el desconocido con serenidad afectada:– vuestra preocupación os<br />

defiende de la responsabilidad que provocan esas palabras. Siendo cierto lo que decís, os<br />

compadezco, porque no hay duda: crimen, y muy grande envuelve el hecho de que habláis;<br />

pero nadie os autoriza a tomar por el culpable al primero que se presenta a vuestros ojos.<br />

—¡Menos retórica, caballero! gritó furioso el tío Pedro. Menos retórica, y vamos igualando<br />

la partida.<br />

—Vamos igualándola, repuso aquel, algo turbado.<br />

—¡abajo esa careta!<br />

—no creo que sea necesario para darnos a entender.<br />

—Yo sí lo creo, y mando por última vez que os la quitéis.<br />

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