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—Llegó La Negra de Marcial. ¡Es linda como la flor del cajuil! ¿Le viste los ojos, Belarminio?<br />

Son grandes y con ojeras. ¡Válgame Dios, qué mujer se ha echao ese hombre!<br />

—Nonino, es que pa los laos del Sur la mujer sabe a canela. Usté porque no ha dío.<br />

La casita de Marcial está pintada de cal, junto al camino que conduce al abrevadero;<br />

por la ventana asoma la cara linda La Negra, con una rosa en la selva negra de los cabellos<br />

y una sonrisa más blanca que la leche de la vaca moruna.<br />

Aquella noche –pensaba Marcial– en la casita dormiría el amor bajo los luceros. Los<br />

luceros vagabundos mirarían la casita con el rubor de los niños, y la chicharra echaría su<br />

grito feo en la alforja sin fondo del potrero.<br />

—¡Marcial, Marcial, te llama míster Bauer! Que vaya en seguida –anunció un peón<br />

sudoroso.<br />

—… Pero míster Bauer, Cielo Negro es un buey manso y cualquiera puede amarrarlo.<br />

Yo mandaré a Nonino.<br />

—No, Marcial, tiene que ir usted… Hasta luego.<br />

La silueta del amo blanco, jamás se pareció tanto al demonio como entonces. Marcial<br />

no pudo decirle que había llegado La Negra. Su Negra del Sur.<br />

—¿Ha visto a Cielo Negro?<br />

—Va p’arriba. Hace tiempo que lo vide.<br />

Marcial lo sigue con el lazo, pero el pensamiento se le quedó con La Negra en la casita<br />

pintada de cal.<br />

Los luceros de la noche lloran la suerte de Marcial. Aquella noche querían treparse<br />

sobre el techo de la casita en donde estaría durmiendo, como un ángel, el amor del Sur.<br />

El de Marcial y la negra bonita.<br />

En la madrugada Marcial regresó con Cielo Negro. El buey volvía amarrado; pero traía<br />

la cara levantada, porque había estado libre. ¡Libre! Sí, venía amarrado, pero sacudió los<br />

potreros con sus mugidos y vio en una cerca distante a su amigo Cacha e Palo. La casita<br />

blanca estaba muerta de frío con el techo mojado del sereno. Marcial traía los ojos como<br />

brasas. ¡Maldita noche! ¡Maldito Cielo Negro!<br />

—Negra linda, despierta. Dame café que ya es hora de volver a la lucha. Esta gente<br />

no respeta ni los domingos. Dame café, prieta linda.<br />

El sol se esconde tras una nube gruesa, temeroso de que Marcial crea que ha podido<br />

ayudar a Cielo Negro. El rocío le besa los pies al infeliz carretero mientras suena la carreta:<br />

“Clap, clap, clap”.<br />

—”¡Eh, Niña Linda! ¡Atrinca, Bagoruno! ¡Atesa tú, maldito Cielo Negro! ¡Cierren,<br />

carijo! ¡Cieeeerren!”<br />

La Negra linda llora en la casita. Hubiera sido distinto, si Marcial le hubiera pedido<br />

siquiera un beso. Ya no volverá hasta muy tarde. Desde lejos llega el ruido de la carreta:<br />

“Clap, clap, clap”.<br />

—¡Cierra, Niña Linda! ¡Atesa, Bagoruno! ¡Maldito seas, Cielo Negro!<br />

Guanuma<br />

SÓCRATES NOLASCO | EL CUENTO EN SANTO DOMINGO – TOMO I<br />

El llano verdeante está frente a los altos piramidales de Guanuma. Entre los cerros el<br />

camino alargado hasta perderse a la vista es sitio frecuente de “propios y recueros” que<br />

pasan cantando bajo espléndida luna o abrasados por el sol de fuego que hacia el mediodía<br />

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