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SÓCRATES NOLASCO | EL CUENTO EN SANTO DOMINGO – TOMO I<br />

Del mismo tiempo es el incatalogable y desconcertante Otilio Vigil Díaz, celebrado autor<br />

de Orégano (1949).<br />

¿Cuáles son los cuentistas sobresalientes que han llegado a la plenitud de sus facultades<br />

a partir de 1930? Anticipos admirables son Ramón Emilio Jiménez, poeta, periodista, ensayista,<br />

biógrafo, costumbrista y cuentista; y Miguel Ángel Monclús: autor de ensayos sobre<br />

el viejo caudillismo, de un Caleidoscopio de Haití loado en el extranjero, de la novela Cachón<br />

y de numerosos cuentos (Estampas Criollas), quien también ha completado su destreza de<br />

escritor durante los últimos lustros.<br />

En Archipiélago (1947), visión panorámica de las islas del Caribe, Ligio Vizardi señala con<br />

emoción reprimida la dispersión de diez y nueve millones de seres humanos. Preocupado<br />

por su existir presente, abre signos interrogantes a lo porvenir y nadie conseguirá cerrarlos<br />

sin perplejidad del ánimo. Apunta el caso único en América, y pocos sabrían exponer<br />

la ansiedad que sus problemas suscitan en prosa tan comedida y clara. El sentimiento de<br />

simpatía, el rigor depurador de la idea y el castigo de la frase resaltan en sucesivos cuentos<br />

intercalados. Atraído por una tentación del arte los enhebró en novela itineraria; pero en<br />

verdad se sobreentiende que Ligio Vizardi es cuentista que no ejercita con franqueza su<br />

vocación. El lector se olvida de la concepción vasta, deteniéndose a meditar al término de<br />

cada cuadro, cuando no se extasía ante las bellezas parciales levantadas con señorío por el<br />

concepto ponderado y el adjetivo exacto, bruñido y sugeridor. Aquel Hospital lleno de vidas<br />

en orto y ya lesionadas, estremece de entrañable misericordia. ¡Feliz el que sabe escribir<br />

cuentos así!<br />

Y llegan por fin los cuentistas de los últimos veinte y siete años. En el grupo figura Julín<br />

Varona (Julio Acosta hijo), autor de un volumen de cuentos muy bien escritos que guarda<br />

con celo para que lo publiquen, sin él incurrir en gasto… después que lo socorra la muerte.<br />

Con regocijado humor individualizó y animó en 1930 el sentimiento religioso del dominicano<br />

“común” en un azuano que anda por ahí desempeñando el oficio de músico de oído<br />

y viviendo de lo que Dios depare… Canta, peca, reza, sin que en ningún momento sienta<br />

que se le ha ensuciado el alma. Pero, por si acaso… promete ir de romero a Higüey. Prepara<br />

y aceita una carabina y, de ruta, mata porque matar le parece prudente y adecuado, para<br />

después, sintiendo fresca y aligerada la conciencia, arrodillarse en el templo ante la imagen<br />

de la Virgen de la Altagracia, seguro de que ella lo protegió durante la acción sangrienta y<br />

ahora lo cubre bajo su ancho manto florecido de piedad.<br />

La indigenista Virginia de Peña de Bordas, autora de la novela Toeya y de cuentos y<br />

novelas cortas, por la fértil imaginación, la ductilidad del estilo vigoroso y su encanto de<br />

narradora natural, se distingue sobre todo en el cuento de niño, o para niños, rama literaria<br />

que ningún dominicano ha sabido explotar como ella. Con esta fisonomía encantará a los<br />

niños, seguramente; pero ningún adulto de elevación moral terminará de leer La Eracra de<br />

Oro sin internos sacudimientos, hijos de pura emoción estética. A la autora le interesó el tema<br />

indígena en aspectos diversos y solía apuntar con disimulo que aquella familia rudimentaria,<br />

de endeble civilización, era fácil de absorberse por la española mediante la devoción a<br />

Jesucristo, sin necesidad de recurrir al sistemático y devastador imperio de la fuerza puesto<br />

en ejecución por Fray Nicolás de Ovando y sus imitadores.<br />

No en el estilo, elegante y evocador, ni en el cuidadoso estudio de los motivos autóctonos<br />

enriquecidos de leyendas: la virtud superior de esta cuentista se transparenta en un don de<br />

ternura maternal, que arroba. Que Tamayo fue implacable y duro defendiendo a los de su<br />

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