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REBECA MURGA«El Buchito», como él mismo se hacía llamar paranosotras. La verdad es que él no se fijó mucho enmí —no se fijaba mucho en ninguna— pero así ytodo nos íbamos para la mata de mango. No digo yosi había que nombrarlo por su apodo: El Buchón,en serio que sí. Aquellos eran días buenos, quémanera de pasarla bien. Después conocí a Ana Juliay a Mirita con aquello de ropones, bailes eróticosy todo lo que no entendía, pero parecía bueno.¿Cómo estarán ahora? Ya no deben de hacer ningunade esas cosas porque si de jóvenes parecían flecos,ahora sí que deben serlo. Y no es que sean tan viejas,pero es que cuando una ha andado mucho sele asoman los pellejos como tripas de carnero. Yaseguro ni lo hacen, y si tienen un marido como este,menos. Un marido como este lo tengo solamenteyo. Bueno, cariñoso y trabajador, pero a la hora delos mameyes... Ni siquiera recuerdo exactamentecuándo fue que nos casamos, porque eso en realidadno me importaba mucho. Contar aniversariosno es mi fuerte y mucho menos cuando no hay nadaque celebrar, a no ser Danielito, que ese sí que esun encanto, lo único bueno que me trajo el matrimonio.Lo demás ha sido trabajar y aprender a tenercalma en las noches como esta. Mis noches. Lasmil y una noches. Si hay leyes para todo, demasiadasdiría yo, debiera existir una que prohibiera alos maridos hacerlo menos de siete veces por semana.¡Qué distinto todo cuando era una niña! Allá40

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