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REBECA MURGApulposos y sedientos de la caricia traída a nuestrasmanos en un acto de vulgar desnudez de lo infinito.Sola quedo entre mis manos para volver a comenzar,estoy midiendo la bestia, así ha sido siempre. Harasayen cacería midiendo la bestia, solo eso.Eduardo llegó tan alto como lo había imaginado,con aquellos ojos que al mirar querían conquistarel mundo. Él lo sabía y por eso me miraba así tanhombre mientras pretendía un trago detenido encada gesto. Estoy al centro de la diana midiendo labestia, parecía decirme con aquellos ojazos que detan pequeños miraban así tan fuerte y me volvíannada entre sus brazos. Pero ahora no soy la muecadespués de cada encuentro; ahora soy tuya otra vez,tan distinta, tan nueva como quería mi Juan segúnsu tinte de la vida. Y antes eras tú con una estrategiade cacería, y en cacería para fecundar la luz enel pecho de Harasay, con los mismos ojos que parecenrepetirse. Y hoy es hoy al calor de una ráfagade flautas, como antes. Qué más puede el cazadorcon una lanza musical. Así es Eduardo, así ha sidosiempre, estéril en su evolución.La Virgen y yo nunca seremos buenas en elarte del amor, tal vez algún día cambiemos por nostalgiaestas manos que recorren la carne con desconsueloy sin olvido, porque somos inevitables comoel aire es de los hombres. Estoy presintiendo el camino,mi pequeño Juan me enseñó el qué, pero no medijo el cómo. Estoy ya sin llegar a equivocarme,52

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