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revista-7-salto-al-reverso4

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ReversoE.J. Castroviejoeduardojcastroviejo.comEN LA ESTELA DEL PLESIOSAURIOAhora me doy cuenta de que aquellos anim<strong>al</strong>es eran monstruos sin sentimientos.Durante toda la presentación de su tesis doctor<strong>al</strong>, en Literatura Francesa, yo meacordaba de su cama en la casa de sus padres, nunca hubo muñecas sobre aquellassábanas sino fríos y despiadados dinosaurios. En el colegio jamás eligió el disfrazde princesa para el día de carnav<strong>al</strong>, ella aparecía convertida en Triceratops con ungorro de cartón imposible con la armadura y los tres cuernos; en Pterodáctilus de<strong>al</strong>as imponentes con el pico y la cresta puntiagudos; en Tirannosaurus rex, su mejordisfraz, con una máscara llena de dientes y unas botas verdes y gigantescas.Al llegar a la adolescencia cubrió cuadernos y carpetas con imágenes de estas bestiasdescomun<strong>al</strong>es y cuando me reencontré con ella a la s<strong>al</strong>ida de mi facultad, cuandoyo empezaba mis estudios de P<strong>al</strong>eontología, me miraba un Kronosaurus desde sucamiseta. Me reconoció en seguida. Se había acercado a recoger a una amiga, ques<strong>al</strong>ía en aquel momento de la clase de P<strong>al</strong>eozoología, y me felicitó por mi elección.Ella fin<strong>al</strong>mente se había decantado por las humanidades y se había matriculado enla licenciatura de Filosofía y Letras. Aunque jamás me había sentido tan confusocon respecto a ella quedamos aquella noche para cenar y seguir charlando y, <strong>al</strong>fin<strong>al</strong>, también hicimos el amor. Llevaba tatuado un pequeño Plesiosaurus en sun<strong>al</strong>ga izquierda. Lo hicimos tres veces, entre la segunda y la tercera me explicó,apasionada, que Verlaine era un dinosaurio y Rimbaud el primer gran mamíferoen los mundos de la poesía moderna. Por la mañana, muy temprano, me despertóde un <strong>s<strong>al</strong>to</strong> sobre el colchón. Parecía tan molesta como impaciente por perdermede vista. Ni siquiera se detuvo un momento para ponerse los c<strong>al</strong>cetines, cubrió sucuerpo desnudo con el pant<strong>al</strong>ón y la camiseta, recogió la ropa interior y el resto desus prendas, desperdigadas por el suelo a los pies de la cama, y se dirigió hacia lapuerta con los bultos bajo el brazo.—¿Qué bicho te ha picado?—A mí ninguno —me dijo.—¿Pues qué te he hecho yo entonces?36—Ya te gustaría.

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