PENSAMIENTOLa cienciay lospolíticosLos líderes mundialestienen que estar preparadospara hacer frente a todaslas cuestiones científicasPor José Manuel Sánchez RonObra anónima sobre los experimentos de Benjamin Franklin durante una tormenta. Foto: Getty Images / SuperStock RMHoy no se puede—o no se debe— tomardecisiones en un sinfínde dominios sin evaluarlasa la luz de la cienciaLA CIENCIA ES UNO de los elementosmás importantes del mundo actual.Del actual y del de hace yabastante tiempo, puesto que ¿puedealguien entender el siglo XIX, el de latelegrafía y la iluminación eléctrica, el dela química de los fertilizantes y los tintes,el de la anestesia y las vacunas, sin losFaraday, Maxwell, Kelvin, Liebig, Pasteuro Koch? ¡Y qué decir del XX, la centuria dela relatividad, la física cuántica, el ADN,los ordenadores e Internet!Hoy no se puede —o no se debe—tomar decisiones en un sinfín de dominiossin evaluarlas a la luz de la ciencia.Pero las decisiones las toman los políticos,no los científicos. El poder es político—y económico —, no científico. Deuna forma brutal, Nikita Jruschov lo dejóclaro en 1961 cuando ante una nutridaaudiencia le dijo a Andréi Sájarov: “Dejela política para nosotros, que somos especialistasen ella. Haga usted sus bombas ypruébelas y no interferiremos en su trabajo;antes bien, le ayudaremos”.La cuestión es si Jruschov —o para elcaso otros como él— sabía algo de las implicacionesfísicas de las bombas que tiposcomo Sájarov fabricaban siguiendo sus órdenes.Y si no nos limitamos a cuestionesatómicas, sino a la relación de la cienciacon otros asuntos capitales en el mundoactual, entonces habría que preguntarsequé saben de ciencia los políticos de hoy.Richard Müller, un catedrático de Físicade la Universidad de California, ha escritoun libro para ayudar a todos aquellos quese plantean intentar ser algún día presidentes.Física para futuros presidentes (AntoniBosch, editor, Barcelona) se titula. “¿Le intimidala física?”, leemos en la Introducción.“¿Se hace un lío con el calentamiento global,con los satélites espía, con los misilesbalísticos y los antibalísticos, con la fisión yla fusión? ¿Cree que toda la tecnología nuclear,tanto la de las bombas como la de lascentrales de energía, es fundamentalmentela misma? ¿Le desconcierta la afirmaciónde que nos estamos quedando sin combustiblesfósiles, cuando hay quienes sostienenlo contrario?”. Y tras unas preguntasmás parecidas, concluye: “Si es así, el lectorno está preparado para ser un líder mundial”,aunque, claro, aún puede salvarse leyendosu libro. Por supuesto habría queañadir que también debería leer otros textosporque hay más ciencia que la física.Pero esta es otra cuestión.Lo que ahora me interesa es si hay muchospolíticos que necesitan de obras comoesta. O si abundan los que, como Napoleón,saben bastante de ciencia. Bonaparte,recordemos, se consideraba más que capazpara la ciencia: “Si no me hubiese convertidoen general en jefe”, llegó a decir, “mehabría sumergido en el estudio de las cienciasexactas. Hubiera construido mi caminoen la ruta de los Galileo, los Newton. Ycomo he triunfado constantemente en misgrandes empresas, pues también me habríadistinguido mucho con mis trabajoscientíficos”.Francamente, no veo muchos estadistasde este tipo en la actualidad. Y sí muchosmaniobreros de la política, personas en cuyabiografía no es posible descubrir másque el esfuerzo temprano y continuado porsobresalir en la arena política. Su carrera,su profesión, es la política. Enfrentando aesta realidad, es posible consolarse mirandohacia atrás, rebuscando en ese bosqueque es la historia. Y aunque tampoco abundenen él los gobernantes y políticos ilustradosen materias científicas, siempre se encuentraalguno. Uno de mis favoritos esBenjamin Franklin, que no gobernó pero síintervino en política: la hermosa Declaraciónde Independencia de los Estados Unidosde América (4 de julio de 1776) le debebastante. Franklin supo bien lo que cuestaganarse la vida: fue impresor, periodista,pequeño empresario, diplomático y ciudadanoconsciente (tras salvarse por los pelosde un naufragio, escribió en una carta a sumujer: “Acaso debería aprovechar esta ocasiónpara prometer construir una capilla aalgún santo; pero si tuviese que prometeralgo sería construir un faro”). También fueun notable científico que se interesó enmuy diversos campos de la ciencia; en sucorrespondencia se encuentran cartas acientíficos tan distinguidos como Cavendish,Lavoisier y Joseph Priestley. Precisamentesobre este científico inglés, que tantoaportó al conocimiento de las “distintasclases de aire”, como reza el título de unade sus obras, se acaba de publicar un interesantelibro (Steven Johnson, La invencióndel aire, Turner), en el que al hilo de labiografía de aquel hombre, que no le hacíaascos al compromiso social, y que por elloterminó sus días en Norteamérica, tambiénse habla de las relaciones que mantuvo conFranklin y con otro de mis políticos favoritos,Thomas Jefferson, el tercer presidentede los Estados Unidos. Instalado en su nuevapatria, Priestley escribió con regularidada Jefferson. Y aprovechaba para enviarle trabajoscientíficos, para que la política no lehiciese olvidarse “de su interés por la ciencia”.Seguramente no hacía falta; Jefferson,recordemos, fue el autor de un notable texto,lleno de datos y consideraciones sobregeología e historia natural: Notes on the Stateof Virginia (1785). Una rara avis en unmundo de rapaces. Física para futuros presidentes. Richard Müller.Traducción de Víctor V. Úbeda. Antonio Bosch.Barcelona, 2010. 416 páginas. 23 euros.16 <strong>EL</strong> <strong>PAÍS</strong> BAB<strong>EL</strong>IA 24.04.10
SILLÓN DE OREJAS Por Manuel Rodríguez RiveroEl mono artísticoAFIRMA HENRY de Lumley (La granaventura de los primeros hombreseuropeos, Tusquets) que la adquisiciónde la simetría, primer indiciodel sentido (“humano”) de la armonía, tuvolugar hace 1,5 millones de años, en el territorioque se extiende entre el sur de la actualEtiopía y el norte de Kenia. El protagonistade ese acontecimiento fue Homo erectusque, a diferencia de su coetáneo Australopitecusrobustus, comía carne y fabricaba útilespara proveérsela y manipularla: el bifaz,esa herramienta cortante característica delas culturas achelenses, fue el primer productode esa sensibilidad “artística” de nuestrosmás lejanos parientes. Lumley sostiene quealgunas de las características de esos bifaces(el color de las piedras elegidas, la intencionadasimetría del tallado) no hacían que laherramienta fuera más funcional, sino queservían para proporcionar el primer latidode lo que podríamos llamar satisfacción estética.Por su parte, Denis Dutton, un psicólogoevolucionista partidario de una concepcióndel arte “naturalista y transcultural”,argumenta en su muy polémico (y legible)El instinto del arte (Paidós) que el surgimientoy desarrollo de las artes son resultado deun conjunto de adaptaciones evolutivas quese iniciaron hace miles de años, y que tantonuestro amor a la belleza —el “instinto artístico”—como nuestros gustos y preferenciasserían innatos y universales, y no resultadode construcciones sociales o culturales. Duttonllega a afirmar que si a miembros dediferentes culturas les atraen por igual lasrepresentaciones de paisajes abiertos conimágenes de agua y de árboles en la lejaníaes porque, de alguna manera, les “evocan”la sabana de la que, como especie, procedemos.Y propone un itinerario darwinista parailustrar cómo llegamos a convertirnos en“una especie obsesionada por la creación deexperiencias artísticas”, insistiendo (a travésde diversos ejemplos) en que la comprensiónde los procesos adaptativos que dieronlugar al instinto artístico puede contribuir a“realzar nuestro disfrute estético”. Su librosupone un paso más en el muy contemporáneomaridaje de la filosofía del arte y el neodarwinismo.Y, desde luego, un intencionadotorpedo dirigido a la línea de flotación delas interpretaciones suministradas desde laantropología y los estudios culturales.‘Freakonomics’CUANDO, FINALMENTE, me enganché (creíaque después de The Sopranos nunca volveríaa ocurrirme) a la serie televisiva The Wire—quizás la ficcionalización más despiadadaque conozco de las tensiones que subyacena la vida social de las grandes ciudades norteamericanas—ya sabía (me lo había enseñadoBaltasar Gracián en su siempre necesarioOráculo manual) que sólo “en lo máspoblado están las fieras verdaderas”. Vistadesde nuestro tiempo de precariedadIlustración de Max.medioambiental, la jungla —el ámbito enque antaño los animales depredadores imponíansu ley— pierde espacio en la naturalezay gana fuerza metafórica en la ciudad,que es donde habita la fiera más feroz. Enuno de los mejores capítulos de Freakonomics(ediciones B, 2006), el best seller cuatroveces millonario de Steven Levitt y StephenDubner, se nos explicaba por qué la mayoríade los pequeños traficantes de droga vivíanen casa de su madre. La razón es muysencilla: para que sus jefes se ganen muybien la vida, los camellos deben vivir consalarios miserables. Lo aceptan porque suaspiración no es simplemente prosperar, vivirmejor, sino convertirse un día en jefes dela banda. Ser el Califa en vez del Califa, comoquería el envidioso visir Iznogud de lacélebre historieta de Goscinny y Tabary. Enla sociedad de los narcotraficantes —todoeso se aprecia muy bien en The Wire— tambiénrige un star system muy semejante al delos políticos corruptos: al final todos quierenser el jefe o, al menos, vivir como suponenque debería vivir el (corrupto) jefe alque le hacen los trabajos más pringados.Para alguien que no está particularmenteinteresado en la economía (como yo, si mepermiten la autobiografía), el mayor atractivode Freakonomics y de su segunda parte,Superfreakonomics (que acaba de publicarDebate) es que tratan los más variados aspectosde la vida social (y también de sulado oscuro) desde un casi exclusivo enfoqueeconómico, pero forzando la paradoja ybuscando la sorpresa del lector. No pretendenexplicar la mecánica de la inflación o elcurso de la recuperación económica, perosí, por ejemplo, por qué ha caído en picadola cotización de las felaciones realizadas porprostitutas, o las razones por las que a losterroristas suicidas les convendría hacerseun seguro de vida. Y esas razones participande la lógica de la economía, lo que arrojauna luz distinta sobre asuntos que no suelenestar en su punto de mira. Levitt y Dubnerutilizan el ojo económico para observarel mundo. Y lo hacen sin perder la distancia,pero tratando el resultado con ironía y ciertaguasa. Tengo que reconocer que comencé aleer Superfreakonomics en diagonal y terminóenganchándome. No al modo de TheWire, claro. Pero con la que está cayendo,que un libro de economía te haga sonreír devez en cuando (según la vieja fórmula deenseñar deleitando) es casi un don del cielo.ProscritoUNA DE LAS cosas que más me sorprendende la (en general) discreta vida literaria británicaes la enorme cantidad y vitalidad desociedades formadas por admiradores de escritores.A veces he llegado a pensar quecada escritor reseñado en alguno de los numerososCompanions o guías de literaturainglesa tiene su club de seguidores, con sudomicilio social, sus reuniones, sus liturgiasy sus fobias y filias de grupo. Para una culturaliteraria tan displicente como la nuestra,en la que se considera de mal tono que unautor manifieste entusiasmo por la obra deun colega (especialmente si está vivo) resultasorprendente comprobar que entre losmiembros de esas asociaciones de fansabundan los escritores en ejercicio. Una delas que más simpáticas me resultan es laconsagrada a uno de mis personajes literariosfavoritos, una criatura memorable queha terminado resultando mucho más realque su creadora. Me refiero a GuillermoBrown, el célebre “proscrito” imaginado porRichmal Crompton en 1917 y cuyos relatos(reunidos en libros) se publicaron a lo largode medio siglo. Para dos o tres generacionesde adolescentes españoles Guillermo fue algomás que una válvula de escape: un ídolo,un modelo en el que inspirarse. Por eso megustaría encontrarme hoy (24 de abril) en elmeeting anual de la Just William Society(www.justwilliamsociety.co.uk), que se estácelebrando en un hotel de Stretton underFasse, en las proximidades de Rugby. Por 27libras me habría podido inscribir y participaren el almuerzo colectivo y en las conferencias(una de ellas, Guillermo y lo paranormal,promete). Y, quién sabe, quizás, entrelos asistentes, pudiera reconocer el ceceo depija de Violeta Elizabeth (quizás ya muy ajaday en las últimas), la odiosa niña rica porla que mi héroe manifestaba cierta disculpabledebilidad. <strong>EL</strong> <strong>PAÍS</strong> BAB<strong>EL</strong>IA 24.04.10 17