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Del Duelo a la Catarsis - Publicatuslibros.com

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Eduardo Perezchicaaire estancado por aquel que corre libremente. Abrir <strong>la</strong> ventanade mi cuarto ya no me bastaba, quería ver el cielo sin <strong>la</strong>s rejasde por medio.Al principio permanecía sentado, a veces absorto,pensando en todo: en el universo, en <strong>la</strong>s infames mujeres, en elporqué de dejarme crecer el pelo, o en el dilema existencial enque me hallo. Otras veces me quedaba <strong>com</strong>o ido, con <strong>la</strong> miradaindiferente, y si llegaba a pensar en algo durante ese tiempo,raras veces me acordaba.Esa noche el clima era perfecto, <strong>la</strong> tenue luz de <strong>la</strong> lunaera perfecta, <strong>la</strong> noche era perfecta, inspiradora. Y con tantotiempo libre me dije: ¿por qué no?“Una nube, dos, tres. El viento estremece mi rostro concaricias en forma de marea; naufrago.Otra nube, cinco, seis. La luna con su infinito ejércitome vigi<strong>la</strong>n a lo lejos, son guardianes de <strong>la</strong> noche que sólonecesitan de su simple presencia para cuidar<strong>la</strong>.Una nube más, y quién sabe cuántas podríanaparecer en este fresco envidiable por cualquier pintor, enesta figura viva que sólo pudo haber sido esculpida por <strong>la</strong>madre naturaleza, ya que nadie puede igua<strong>la</strong>r –de ningunaforma– <strong>la</strong> sensación que te da <strong>la</strong> noche cuando te rodea.Se avistan estrel<strong>la</strong>s tras <strong>la</strong>s nubes, <strong>la</strong>s nubes sedisipan y el cielo se eterniza. El horizonte es una pared queno me permite ver más allá, es una mural<strong>la</strong> que oculta trasde sí el misterio del fin de <strong>la</strong> tierra y <strong>la</strong> caída hacia <strong>la</strong> nada.<strong>Del</strong> <strong>Duelo</strong> a <strong>la</strong> <strong>Catarsis</strong>Sólo me queda –ahora que allá arriba todo es másc<strong>la</strong>ro– ésta gran obra para disfrutar, esta luna que se muevepara observarme y esta noche nub<strong>la</strong>da, que después es uncielo abierto.El viento abulta mi cabello en mi rostro, y <strong>la</strong> paz, <strong>la</strong>calma que esta noche emana, me invita a dejar que <strong>la</strong> brisajuegue conmigo, mientras yo esté tranquilo.”Cuando me doy cuenta que no tengo nada más quéescribir, me azota un desconcierto. ¿Qué fue eso? Mis dosúltimas experiencias son mínimamente parecidas a esto. No esque me desagrade, al contrario, me alegra saber que aún puedoescribir algo nacido de <strong>la</strong> inspiración y que, además, no seaenfermizo. Pero, ¿a qué se debe? ¿por qué ahora?Creo que, si bien el ambiente en que hoy me sientono es estresante, también sucede que he dejado a un <strong>la</strong>do elnerviosismo y me he dado a mí mismo <strong>la</strong> oportunidad deolvidarme por un rato de tanta preocupación, sin que estosignifique que ya no me importa. Aunque también especulo unpoco, no me he puesto a pensarlo detenidamente.En esta ocasión, escribir no me cansa ni me producesueño, pues hoy lo he hecho por p<strong>la</strong>cer y no por necesidad uobligación conmigo mismo. Ahora bien, ¿por qué había dejadode escribir si me produce tanta satisfacción?Aprovechando que no me encontraba cansado y quemi mente se encontraba c<strong>la</strong>ra –<strong>com</strong>o el cielo de esta noche–,16

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