108aaah! ¡Oh, oooh! ¡Ah..., aaah!, los labios estereoscópicos se unieron nuevamente, y unavez más las zonas erógenas faciales <strong>de</strong> los seis mil espectadores <strong>de</strong>l Alhambra seestremecieron con un placer galvánico casi intolerable. ¡Ohhh ... !El argumento <strong>de</strong> la cinta era sumamente sencillo. Pocos minutos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> losprimeros -Ooooh y Aaaah (tras el canto <strong>de</strong> un dúo y una escena <strong>de</strong> amor en la famosapiel <strong>de</strong> oso, cada uno <strong>de</strong> cuyos pelos -el Pre<strong>de</strong>stinador Ayudante tenía toda la razónpodíapalparse separadamente), el negro sufría un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> helicóptero y caía <strong>de</strong>cabeza. ¡Plas! ¡Oué golpe en la frente! <strong>Un</strong> coro <strong>de</strong> ayes se levantó <strong>de</strong>l público.El golpe hizo añicos todo el condicionamiento <strong>de</strong>l negro, quien sentía a partir <strong>de</strong> aquelmomento una pasión exclusiva y <strong>de</strong>mente por la rubia Beta. La muchacha protestaba. Élinsistía. Había luchas, persecuciones, un ataque a un rival, y, finalmente, un raptosensacional. La Beta rubia era arrebatada por los aires y <strong>de</strong>bía pasar tres semanassuspendida en el cielo, en un tête-à-tête completamente antisocial con el negro loco.Finalmente, tras un sinfín <strong>de</strong> aventuras y <strong>de</strong> acrobacias aéreas, tres guapos jóvenes Alfaslograban rescatarla. El negro era enviado a un Centro <strong>de</strong> Recondicionamiento <strong>de</strong>Adultos, y la cinta terminaba feliz y <strong>de</strong>centemente cuando la Beta rubia se convertía enla amante <strong>de</strong> sus tres salvadores. Después la alfombra <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> oso hacía su apariciónfinal y, entre el estridor <strong>de</strong> los saxofones, el último beso estereoscópico se <strong>de</strong>svanecía enla oscuridad y la última titilación eléctrica moría en los labios como una moscamoribunda que se estremece una y otra vez, cada vez más débilmente, hasta que al fin seinmoviliza <strong>de</strong>finitivamente.Pero, en Lenina, la mosca no murió <strong>de</strong>l todo. Aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> encendidas las luces,mientras se dirigían con la muchedumbre, arrastrando los pies, hacia los ascensores, sufantasma seguía cosquilleándole en los labios, seguía trazando surcos estremecidos <strong>de</strong>ansiedad y placer en su piel. Sus mejillas estaban arreboladas, sus ojos brillaban, yrespiraban afanosamente. Lenina cogió el brazo <strong>de</strong>l Salvaje y lo apretó contra sucostado. El Salvaje la miró un momento, pálido, dolorido, lleno <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo y al mismotiempo avergonzado <strong>de</strong> su propio <strong>de</strong>seo. Él no era digno, no...Los ojos <strong>de</strong> Lenina y los <strong>de</strong>l Salvaje coincidieron un instante. ¡Qué tesoros prometíanlos <strong>de</strong> ella! El Salvaje se apresuró a <strong>de</strong>sviar los suyos, y soltó el brazo que ella lesujetaba.-Creo que no <strong>de</strong>berías ver cosas como ésas -dijo al fin el muchacho, apresurándose aatribuir a las circunstancias ambientales todo reproche por cualquier pasado o futurofallo en la perfección <strong>de</strong> Lenina.-¿Cosas como qué, John?-Como esa horrible película.-¿Horrible? -Lenina estaba sinceramente asombrada-. Yo la he encontrado estupenda.-Era abyecto -dijo el Salvaje, indignado-, innoble...-No te entiendo -contestó Lenina.
109¿Por qué era tan raro? ¿Por qué se empeñaba en estropearlo todo?En el taxicóptero, el Salvaje apenas la miró. Atado por unos po<strong>de</strong>rosos votos que jamáshabían sido pronunciados, obe<strong>de</strong>ciendo a leyes que habían prescrito <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacíamuchísimo tiempo, permanecía sentado, en silencio, con el rostro vuelto hacia otraparte. De vez en cuando, como si un <strong>de</strong>do pulsara una cuerda tensa, a punto <strong>de</strong>romperse, todo su cuerpo se estremecía en un súbito sobresalto nervioso.El taxicóptero aterrizó en la azotea <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Lenina. Al fin -pensó ésta, llena <strong>de</strong>exultación, al apearse-. Al fin. A pesar <strong>de</strong> que hasta aquel momento el Salvaje se habíacomportado <strong>de</strong> manera muy extraña. De pie bajo un farol, Lenina se miró en el espejo<strong>de</strong> mano. Al fin. Sí, la nariz le brillaba un poco. Sacudió los polvos <strong>de</strong> su borla.Mientras el Salvaje pagaba el taxi tendría tiempo <strong>de</strong> arreglarse. Lenina se empolvó lanariz, pensando: Es guapísimo. No tiene por qué ser tímido como Bemard... Y sinembargo... Cualquier otro ya lo hubiese hecho hace tiempo. Pero ahora, al fin ... Elfragmento <strong>de</strong> su rostro que se reflejaba en el espejito redondo le sonrió.-Buenas noches -dijo una voz ahogada <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella.Lenina se volvió en redondo. El Salvaje se hallaba <strong>de</strong> pie en la puerta <strong>de</strong>l taxi,mirándola fijamente; era evi<strong>de</strong>nte que no había cesado <strong>de</strong> mirarla todo el rato, mientrasella se empolvaba, esperando -pero, ¿a qué?-, o vacilando, esforzándose por <strong>de</strong>cidirse, ypensando todo el rato, pensando... Lenina no podía imaginar qué clase <strong>de</strong> extrañospensamientos.-Buenas noches, Lenina -repitió el Salvaje. -Pero, John... Creí que ibas a... Quiero <strong>de</strong>cirque, ¿no vas a ...?El Salvaje cerró la puerta y se inclinó para <strong>de</strong>cir algo al piloto. El taxicóptero <strong>de</strong>spegó.Mirando hacia abajo por la ventanilla practicada en el suelo, <strong>de</strong>l aparato, el Salvaje viola cara <strong>de</strong> Lenina, levantada hacia arriba, pálida a la luz azulada <strong>de</strong> los faroles. Con laboca abierta, lo llamaba. Su figura, achaparrado por la perspectiva, se perdió en ladistancia; el cuadro <strong>de</strong> la azotea, cada vez más pequeño, parecía hundirse en un océano<strong>de</strong> tinieblas.Cinco minutos <strong>de</strong>spués, el Salvaje estaba en su habitación. Sacó <strong>de</strong> su escondrijo ellibro roído por los ratones, volvió con cuidado religioso sus páginas manchadas yarrugadas, y empezó a leer Otelo. Recordaba que Otelo, como el protagonista <strong>de</strong> Tressemanas en helicóptero, era un negro.
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