98Linda lanzó aquella obscenidad como un reto en el silencio ultrajado; <strong>de</strong>spués,separándose bruscamente <strong>de</strong> él, abochornada, se cubrió la cara con las manos,sollozando.-No fue mía la culpa, Tomakín. Porque yo siempre hice mis ejercicios, ¿no es verdad?¿No es verdad?Siempre... No comprendo cómo... ¡Si tú supieras cuán horrible fue, Tomakín ... ! Apesar <strong>de</strong> todo, el niño fue un consuelo para mí. -Y, volviéndose hacia la puerta, llamó-:¡John!John entró inmediatamente, hizo una breve pausa en el umbral, miró a su alre<strong>de</strong>dor, y<strong>de</strong>spués, corriendo silenciosamente sobre sus mocasines <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> ciervo, cayó <strong>de</strong>rodillas a los pies <strong>de</strong>l director y dijo en voz muy clara:-¡Padre!Esta palabra (porque la voz padre, que no implicaba relación directa con el <strong>de</strong>svío moralque extrañaba el hecho <strong>de</strong> alumbrar un hijo, no era tan obscena como grosera; era unaincorrección más escatológica que pornográfica), la cómica suciedad <strong>de</strong> esta palabraalivió la tensión, que había llegado a hacerse insoportable.Las carcajadas estallaron, estruendosas, casi histéricas, enca<strong>de</strong>nadas, como si no<strong>de</strong>bieran cesar nunca. ¡Padre! ¡Y era el director! ¡Padre! ¡Oh, Ford! Era algo estupendo.Las risas se sucedían, los rostros parecían a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sintegrarse, y hasta los ojos secubrían <strong>de</strong> lágrimas. Otros seis tubos <strong>de</strong> ensayo llenos <strong>de</strong> espermatozoos fueron<strong>de</strong>rribados. ¡Padre!Pálido, con los ojos fuera <strong>de</strong> sus órbitas, el director miraba a su alre<strong>de</strong>dor en una agonía<strong>de</strong> humillación enloquecedora.¡Padre! Las carcajadas, que habían dado muestras <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfallecer, estallaron más fuertesque nunca. El director se tapó los oídos con ambas manos y abandonó corriendo la sala.
99CAPITULO XIDespués <strong>de</strong> la escena que había tenido lugar en la Sala <strong>de</strong> Fecundación, todos loslondinenses <strong>de</strong> castas superiores se morían por aquella <strong>de</strong>liciosa criatura que había caído<strong>de</strong> rodillas ante el director <strong>de</strong> Incubación y Condicionamiento -o, mejor dicho, ante elex-director, porque el pobre hombre había dimitido inmediatamente y no había vuelto aponer los pies en el Centro- y le había llamado (¡el chiste era casi <strong>de</strong>masiado bueno paraser cierto!) padre.Linda, por el contrario, no tenía el menor éxito; nadie tenía el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver aLinda. Decir que una era madre era algo peor que un chiste: era una obscenidad.A<strong>de</strong>más, Linda no era una salvaje auténtica; había sido incubada en un frasco ycondicionada como todo el mundo, <strong>de</strong> modo que no podía tener i<strong>de</strong>as completamenteextravagantes. Finalmente -y ésta era la razón más po<strong>de</strong>rosa por la cual la gente no<strong>de</strong>seaba ver a la pobre Linda-, había la cuestión <strong>de</strong> su aspecto. Era gorda; había perdidosu juventud; tenía los dientes estropeados y el rostro abotagado. ¡Y aquel rostro! ¡Oh,Ford! No se la podía mirar sin sentir mareos, auténticos mareos. Por eso las personasdistinguidas estaban completamente <strong>de</strong>cididas a no ver a Linda. Y Linda, por su parte,no tenía el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> verlas. El retorno a la civilización fue, para ella, el retorno alsoma, la posibilidad <strong>de</strong> yacer en cama y tomarse vacaciones tras vacaciones, sin tenerque volver <strong>de</strong> ellas con jaqueca o vómitos, sin tener que sentirse como se sentía siempre<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar peyotl, como si hubiese hecho algo tan vergonzosamente antisocialque nunca más había <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r llevar ya la cabeza alta.El soma no gastaba tales jugarretas. Las vacaciones que proporcionaba eran perfectas, ysi la mañana siguiente resultaba <strong>de</strong>sagradable, sólo era por comparación con el gozo <strong>de</strong>la víspera. La solución era fácil: perpetuar aquellas vacaciones. Glotonamente, Lindaexigía cada vez dosis más elevadas y más frecuentes.Al principio, el doctor Shaw ponía objeciones; <strong>de</strong>spués le concedió todo el soma quequisiera. Linda llegaba a tomar hasta veinte gramos diarios.-Lo cual acabará con ella en un mes o dos -confió el doctor a Bernard-. El día menospensado el centro respiratorio se paralizará. Dejará <strong>de</strong> respirar. Morirá. Y no me parecemal. Si pudiéramos rejuvenecerla, la cosa sería distinta. Pero no po<strong>de</strong>mos.Cosa sorpren<strong>de</strong>nte, en opinión <strong>de</strong> todos (porque cuando estaba bajo la influencia <strong>de</strong>lsoma, Linda <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser un estorbo), John puso objeciones.-Pero ¿no le acorta usted la vida dándole tanto soma?-En cierto sentido, sí -reconoció el doctor Shaw-. Pero, según como lo mire, se laalargamos.El joven lo miró sin compren<strong>de</strong>rle.
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