116avergonzaban y hacía esfuerzos y tomaba soma para librarse <strong>de</strong> ellos. Pero sus esfuerzosresultaban inútiles; y las vacaciones <strong>de</strong> soma tenían sus intervalos inevitables. El odiososentimiento volvía a él una y otra vez.En su tercera entrevista con el Salvaje, Helmholtz le recitó sus versos sobre la Soledad.-¿Qué te parecen? -le preguntó luego.El Salvaje movió la cabeza.-Escucha esto -dijo por toda respuesta.Y abriendo el cajón cerrado con llave don<strong>de</strong> guardaba su roído librote, lo abrió y leyó:Que el pájaro <strong>de</strong> voz más sonorapasado en el solitario árbol <strong>de</strong> Arabiasea el triste heraldo y trompeta ...Helmholtz lo escuchaba con creciente excitación. Al oír lo <strong>de</strong>l solitario árbol <strong>de</strong> Arabiase sobresaltó; tras lo <strong>de</strong> tú, estri<strong>de</strong>nte heraldo sonrió con súbito placer; ante el verso todaave <strong>de</strong> ala tiránica sus mejillas se arrebolaron; pero al oír lo <strong>de</strong> música mortuoriapali<strong>de</strong>ció y tembló con una emoción que jamás había sentido hasta entonces. El Salvajesiguió leyendo.La propiedad se asustóal ver que el yo no era ya el mismo;dos nombres para una sola naturaleza,que ni dos ni una podía llamarse.La razón, en sí misma confundida,veía unirse la división ...-¡Orgía-Porfía! -gritó Bernard, interrumpiendo la lectura con una risa estruendosa,<strong>de</strong>sagradable-. Parece exactamente un himno <strong>de</strong>l Servicio <strong>de</strong> Solidaridad.Así se vengaba <strong>de</strong> sus dos amigos por el hecho <strong>de</strong> apreciarse más entre sí <strong>de</strong> lo que leapreciaban a él.Sin embargo, por extraño que pueda parecer, la siguiente interrupción, la más<strong>de</strong>safortunada <strong>de</strong> todas, procedió <strong>de</strong>l propio Helmholtz.El Salvaje leía Romeo y Julieta en voz alta, con pasión intensa y estremecida (porque nocesaba <strong>de</strong> verse a sí mismo como Romeo y a Lenina en el lugar <strong>de</strong> Julieta). Helmholtzhabía escuchado con interés y asombro la escena <strong>de</strong>l primer encuentro <strong>de</strong> los dos
117amantes. La escena <strong>de</strong>l huerto le había hechizado con su poesía; pero los sentimientosexpresados habían provocado sus sonrisas. Se le antojaba sumamente ridículo ponerse<strong>de</strong> aquella manera por el solo hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>sear a una chica. Pero, en conjunto, ¡cuánsoberbia pieza <strong>de</strong> ingeniería emocional!-Ese viejo escritor -dijo- hace aparecer a nuestros mejores técnicos en propaganda comounos solemnes mentecatos.El Salvaje sonrió con expresión triunfal y reanudó la lectura. Todo marchópasablemente bien hasta que, en la última escena <strong>de</strong>l tercer acto, los padres Capuletoempezaban a aconsejar a Julieta que se casara con Paris. Helmholtz habíase mostradoinquieto durante toda la escena; pero cuando, patéticamente interpretada por el Salvaje,Julieta exclamaba:¿Es que no hay compasión en lo alto <strong>de</strong> las nubesque lea en el fondo <strong>de</strong> mi dolor?¡Oh, dulce madre mía, no me rechaces!Aplaza esta boda por un mes, por una semana,o, si no quieres, prepara el lecho <strong>de</strong> bodasen el triste mausoleo don<strong>de</strong> yace Tibaldo...cuando Julieta dijo esto, Helmoltz soltó una explosión <strong>de</strong> risa irreprimible.¡<strong>Un</strong>a madre y un padre (grotesca obscenidad) obligando a su hija a unirse con quien ellano quería! ¿Y por qué aquella imbécil no les <strong>de</strong>cía que ya estaba unida con otro a quien,por el momento al menos prefería? En su in<strong>de</strong>cente absurdo, la situación resultabairresistiblemente cómica. Helmholtz, con un esfuerzo heroico, había logrado hastaentonces dominar la presión ascen<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> su hilaridad; pero la expresión dulce madre(pronunciada en el tembloroso tono <strong>de</strong> angustia <strong>de</strong>l Salvaje) y la referencia al Tibaldomuerto, pero evi<strong>de</strong>ntemente no incinerado y <strong>de</strong>sperdiciando su fósforo en un tristemausoleo, fueron <strong>de</strong>masiado para él. Rió y siguió riendo hasta que las lágrimas rodaronpor sus mejillas, rió interminablemente mientras el Salvaje, pálido y ultrajado, le mirabapor encima <strong>de</strong>l libro hasta que, viendo que las carcajadas proseguían, lo cerróindignado, se levantó, y con el gesto <strong>de</strong> quien aparta una perla <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> uncerdo, lo encerró con llave en su cajón.-Y sin embargo -dijo Helmholtz cuando, habiendo recobrado el aliento suficiente parapresentar excusas, logró que el Salvaje escuchara sus explicaciones-, sé perfectamenteque uno necesita situaciones ridículas y locas como ésta; no se pue<strong>de</strong> escribir realmentebien acerca <strong>de</strong> nada más. ¿Por qué ese viejo escritor resulta un técnico en propagandatan maravilloso? Porque tenía santísimas cosas locas, extremadas, acerca <strong>de</strong> las cualesexcitarse. <strong>Un</strong>o <strong>de</strong>be po<strong>de</strong>r sentirse herido y trastornado; <strong>de</strong> lo contrario, no pue<strong>de</strong> pensarfrases realmente buenas, penetrantes como los rayos X. Pero..., ¡padres y madres! -Movió la cabeza-. No podías esperar que pusiera cara sería ante los padres y las madres.¿Y quién va a apasionarse por si un muchacho consigue a una chica o no la consigue?
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