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LA NIÑA DE LUZMELA

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La niña de LuzmelaConcha EspinaTodo lleno de espanto, el corazón de Carmencita se le subió a loslabios para gritar con afanosa ternura:–¡Padre!...Y de nuevo trató de abrazarle la infeliz.Doña Rebeca la separó del caballero con aspereza, diciéndole:–¡Qué padre ni qué ocho cuartos!El de Luzmela abrió entonces los ojos inmensamente, con talexpresión desesperada y colérica, que la señora echó a correr, mientras laniña, vacilante, caía de rodillas, suplicando:–¡Dios mío, Dios mío!A los gritos de doña Rebeca acudió alarmadísima la servidumbre, yentre ayes y lamentaciones fue el moribundo transportado a su lecho.En el más ligero caballo de la casa partió a escape un hombre a buscaral médico, y otro voló a buscar al cura.Doña Rebeca husmeó en la capilla, procurándose auxilios piadosospara aquel trance, y volvió al cuarto de su hermano, donde, muy diligente,encendió la vela de la agonía.Antes había dicho a Carmencita que trataba de acercarse a donManuel:–Aquí sobran los chiquillos; vete allá fuera.La pobre criatura, desorientada y llena de temor, volvió a la sala, y denuevo se hincó delante del sillón vacío.Entretanto el de Luzmela pugnaba en vano por hablar. Su vida parecíahaberse reconcentrado en los desorbitados ojos, que miraban coninsensatez, hasta que, tras un nistagmo penoso los cerró para siempre.Había caído la tarde en una serenidad dulcísima; algún calientesuspiro del ábrego removía en el jardín las hojas secas, llevando hasta lailustre casa de la Torre y Roldán, clara y distinta la voz solemne del Salia,eterno arrullador de la vega.Carmencita, absorta en su desconsuelo, se levantó de prontoestremecida por un resoplido siniestro, y, toda temblorosa, gritó una vezmás:–¡La nétigua!...De las habitaciones de don Manuel salían ya los chillidos agudos dedoña Rebeca, y el ave agorera tendía sobre el azul cobalto de la noche suvuelo silencioso....El hidalgo de Luzmela había muerto.SEGUNDA PARTEIwww.saber.es 19

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