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LA NIÑA DE LUZMELA

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La niña de LuzmelaConcha EspinaHizo Salvador un movimiento de repugnancia como si se leaproximara un reptil, la midió con mirada despreciativa y colérica y salióde la sala muy altivo, sonriéndose, con una audacia nueva en él, tanprovocativa, que Narcisa le persiguió diciéndole desvergüenzas, extinguidoya el resto de pudor que hasta aquel día la contuvo en su tentación deinsultarle a la cara.Y Carmen recogiendo del suelo los billetes, fuese a llevárselos a doñaRebeca, que de cierto parecía que andaba algo malucha.VIIIAbril florecía. Tenían sus auroras nuevas un pálido rosicler deesperanza; gentileaban las margaritas en las praderas, blanqueándolas conremedos de nieve; habían nacido muchas mariposas, y en los nidosrecientes las hembras padecían la fiebre dulce y santa de la procreación...Todo el valle se henchía en gestación potente, y ya el alba de una vidade milagro y de gloria vestía de flores los espinos y les ungía deperfumes.... Espejándose en el valle fecundizado, el corazón de la niña deLuzmela se dilataba también en un inconsciente afán de florecimiento, conbarrunto de brotes y bella nostalgia de capullos. Los diez y ocho años deCarmencita pedían lo suyo, aun en el apagado lenguaje de un cuerpoabatido y un alma herida.Perdido el tino del sendero, cansada v doliente, la muchacha seagarraba ahora a su pedazo de vida negra, con instinto de juventud y deesperanza, como si no tuviera las manos desgarradas de los zarzales delcamino...; ¡y era que en la hermosura pródiga de su tierra hasta las zarzasechaban flores!...No sabía Carmen si quería a Fernando; no sabía tampoco si leolvidaba; sólo supo que la vida la llamaba a gritos desde los campos ydesde los bosques, desde las huertas y desde los nidos, desde el cieloirisado en amaneceres risueños y desde los espinos en flor.Y ella volvía la cara hacia aquel lado donde la primavera nacíacantando amores, y sentía todo su ser congestionado por el hechizo de viviry por la ilusión de amar...Cuando se daba cuenta de haberse entregado a estos éxtasis humanos,seducida por las voces sordas de la Naturaleza, un espíritu de religiosaausteridad la hacía estremecerse, y su alma, poseída del afán del martirio yde la santidad, respondía con todas sus escasas fuerzas al reclamoimplacable de aquel afán.Era entonces cuando buscaba enardecida los libros devotos paraaplacar en los manantiales de su doctrina la sed y la fatiga del corazón.www.saber.es 82

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