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Menfreya al amanecer, Victoria Holt - Alfaguara

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Había llegado <strong>al</strong> sitio desde donde se veían las <strong>al</strong>menas. En una de esas ocasiones en que laseñorita James me llevó a tomar el té, Gwennan me había llevado hasta lo <strong>al</strong>to de la torre. Allígocé la emoción de mirar hacia abajo, a lo largo del muro gris, hacia el acantilado y todavíamás abajo, hasta el mar. Y oí la voz de mi amiga: «Si quieres morir no tienes más que s<strong>al</strong>tardesde aquí». Yo había tenido la impresión de que ella bien podía ordenarme hacer eso, a lamanera imperiosa de los Menfrey. Y como estaban tan habituados a que se los obedeciera, t<strong>al</strong>vez esperaría que yo s<strong>al</strong>tara. Llevaban muchas generaciones dando órdenes; los Delvaney, encambio, sólo una. Nuestra acería, tan rentable, había sido fort<strong>al</strong>ecida por mi abuelo, que en unprincipio fue uno de sus empleados más humildes. Ahora, desde luego, Sir Edward Delvaneyya no recordaba sus comienzos en absoluto: era un hombre elegante e instruido, con un futurobrillante. Pero aunque él fuera mucho más inteligente que los Menfrey, la diferencia se veía conclaridad.Yo también tenía que ser inteligente. Debía planificar el siguiente paso. A menudo Gwennans<strong>al</strong>ía a cab<strong>al</strong>gar temprano por la mañana y venía en esa dirección; me había comentado queera uno de sus paseos favoritos. Si me escondía en el acantilado, en cierta cueva quehabíamos descubierto, t<strong>al</strong> vez la viera pasar. De lo contrario tendría que trazar otros planes. T<strong>al</strong>vez fuera mejor ir a los establos y esconderme <strong>al</strong>lí. Pero quizá me viera <strong>al</strong>guno de loscab<strong>al</strong>lerizos; además estaban los perros. No: debía apostar a la buena suerte y esperar en lacueva. Si ella s<strong>al</strong>ía a cab<strong>al</strong>gar era seguro que pasaría por <strong>al</strong>lí.Esperé durante horas enteras, según me pareció, pero <strong>al</strong> fin tuve suerte. Gwennan vino…, ysola.La llamé. Ella se detuvo en seco.Cuando le conté todo pareció divertida. Fue ella quien pensó en la isla. La aventura la atraía.Ahora me tenía a su merced y estaba encantada.—Ven —me dijo—. Ya sé dónde esconderte.Como la marea estaba <strong>al</strong>ta, me llevó a remo a la isla, tendida en el fondo del bote, por miedo aque <strong>al</strong>guien me viera.—Me ocuparé de traerte de comer —dijo—. Ya que nadie quiere vivir en esta casa, ¿por quéno dejártela?

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