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Semana Santa <strong>Toledo</strong> 2016<br />
Liturgia del Sábado Santo<br />
A lo largo de este día la Iglesia permanece velando junto al<br />
sepulcro de Cristo, meditando en su pasión y muerte, contemplando<br />
el misterio de su descenso a los infiernos, que<br />
proclamamos en el Credo, y que es hermosamente expresado<br />
en la lectura patrística del oficio, un bello texto cargado<br />
de gran densidad poética y profunda espiritualidad. Es la<br />
confesión de la realidad de la muerte de Jesús, cuya alma experimentó<br />
la separación del cuerpo, y se unió a las almas de<br />
los justos. No hay ninguna celebración sacramental, sino que<br />
la comunidad cristiana sólo reza la Liturgia de las Horas. Es<br />
una jornada de silencio contemplativo, de un estar, como María,<br />
y junto a ella, aguardando la resurrección del Señor, pues<br />
el descenso de Cristo al lugar de los muertos es, asimismo, el<br />
primer acto de su victoria definitiva sobre el pecado y sobre la<br />
muerte. Para ayudarnos en esta contemplación, la Iglesia nos<br />
invita, y esta es una característica de esta jornada, al ayuno<br />
pascual; este ayuno, ya desde el siglo II, era una prolongación<br />
del ayuno del Viernes Santo, pero sin el sentido penitencial de<br />
éste, sino con un carácter cultual, celebrativo, para poder llegar,<br />
con ánimo elevado y abierto, al gozo de la Resurrección.<br />
Y este es el gozo, la alegría que, al declinar el Sábado, cuando<br />
las tinieblas han cubierto la tierra, proclamamos, pues dichas<br />
tinieblas y oscuridades son disipadas con la luz gloriosa<br />
y gozosa de la Resurrección del Señor, dando así comienzo<br />
al Domingo de Pascua. Como el pueblo hebreo, liberado en<br />
la noche de la esclavitud del faraón, nosotros, guiados por la<br />
columna de fuego, por el resplandor que emana el cirio pascual,<br />
símbolo del Señor victorioso, caminamos, libres de la<br />
opresión del demonio, escuchando y proclamando las maravillas<br />
que Dios ha hecho por su pueblo, maravillas que se<br />
inician con la creación del mundo y que culminan con la recreación<br />
del universo en virtud de la Resurrección de Cristo.<br />
Es noche para contemplar, alegres, jubilosos, esperanzados, el<br />
triunfo del Señor. Con las lámparas encendidas esperamos el<br />
retorno del Esposo, para que, encontrándonos en vela, nos invite<br />
a participar de su banquete. Es el punto culminante de la<br />
celebración del misterio pascual de Cristo, el momento más<br />
importante del año; es, en palabras de san Agustín, la celebración<br />
de la “Madre de todas las demás vigilias”. Es la noche<br />
dichosa, en la que Cristo rompe las cadenas que nos aherrojan,<br />
en la que, triunfante, destruye con su poder la losa del<br />
abismo y nos eleva a la plenitud de los santos. Noche para celebrar,<br />
sin prisas, colmados de alegría, que hemos nacido a<br />
una vida nueva. En esta noche, en la que los catecúmenos reciben<br />
el bautismo y ven culminada su iniciación cristiana, los<br />
bautizados, que hemos vivido el itinerario cuaresmal en espíritu<br />
de conversión, renovamos, también, gozosos, nuestras<br />
promesas bautismales. Noche de gozo, en la que nos alimentamos<br />
del Cordero inmolado que se nos da en la mesa que<br />
el propio Señor nos ha preparado, en la que gustamos el vino<br />
de la alegría de la sangre contenida en el cáliz del triunfo<br />
pascual. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, pero se<br />
levanta glorioso y vencedor para asociar a los fieles en su<br />
triunfo. La Pascua no es un rito que celebramos, sino una<br />
persona viviente, Cristo, Él es la Pascua de nuestra salvación,<br />
nuestra remisión, nuestro rescate y nuestra vida.<br />
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